Val
Agradezco que el trayecto de regreso al campus lo realicemos en moto y no en coche, lo cual nos obligaría a rellenar el silencio incómodo en el que nos hemos sumido después de mi estallido emocional. Me avergüenza haber explotado de esa forma frente a Juliana. Aunque nunca he escondido mis orígenes elitismos, hubo un momento que casi perdimos todo por eso no suelo hacer alarde de ellos, y ninguna de mis amigas sabe en realidad a dónde voy los sábados al mediodía.
No me escondo de ellas, pero, tal y como le he dicho a Juliana, no soy voluntaria para que nadie alabe mi bondad ni nada por el estilo. Solo es algo que siento que debo hacer y que deseo hacer en una de las fundaciones que apoya el Grupo Carvajal; una parte de mí que no había mostrado a nadie hasta ahora. No sé en qué momento decidí que sería buena idea traerla conmigo.
Juliana estaciona frente a la casa de Ivana y mis pies están en el suelo mucho antes de que ella llegue siquiera a quitarse el casco. Le entrego el que me ha prestado y nos quedamos de nuevo mirando, sus ojos carentes de ese brillo plateado y chispeante que suelen mostrar.
—Igual lo de las tutorías no es una buena idea —señalo, consciente de la tensión que se respira entre nosotras—. Siento lo de antes. No había llevado a nadie antes al comedor —agrego, y ahora que he empezado a hablar apenas si consigo controlar lo que digo—. No ha sido justo para ti, ni siquiera sabías a dónde ibas ni tenías por qué colaborar... Y tampoco debí obligarte. Es cosa mía...
Juliana, sentada aún sobre la moto, estira los brazos y coloca las manos en mis hombros para luego acercarme a ella.
—Está bien —me dice, y sus pulgares trazan círculos sobre mi piel mientras que sus labios esbozan la primera sonrisa en horas—. No pasa nada. Lo que quiera que te motive a ayudar a esas personas no es asunto mío. Haces más que la mayoría de la gente.
Durante un breve instante parece que va a añadir algo más, pero finalmente se limita a continuar acariciando mis hombros.
—Es una estupidez —replico, porque así es como me siento por dejar que un simple comentario me haya sobrepasado de esta manera.
—No, no lo es. Estoy segura de que toda esa gente agradece ver tu cara y tus ojitos de cielo, detrás de ese mostrador y lo que haces por ellos.
—No busco su gratitud —me apresuro a decir, y ella vuelve a sonreír.
Sus manos abandonan mi piel y, de inmediato, echo en falta su calidez. Acto seguido, se baja de la moto y coloca los dos cascos sobre el asiento, tomándose su tiempo para equilibrarlos de manera que no acaben rodando por el suelo.
—Y supongo que tampoco la mía—señala, al girarse de nuevo hacia mí—, pero te estaría eternamente agradecida si me ayudaras a estudiar. Tan agradecida como para acompañarte los sábados y también para dejar que hagas de mí una auténtica runner.
El dramatismo con el que adorna la última frase, que dice juntando sus manos rogando, me hace poner los ojos en blanco. Aun así, niego con la cabeza.
—No tienes por qué, Juliana.
Se inclina apenas sobre mí y, sin embargo, ese mínimo movimiento consigue que me percate de lo cerca que estamos. Nuestros alientos se entremezclan cuando vuelve a hablar.
—Tal vez sí que tenga un motivo para hacerlo. Puede que sea el momento de que yo también haga algo por los demás.
—No tienes por qué —repito, pero ella coloca su índice sobre mis labios para hacerme callar.
No dice nada y tampoco retira los dedos. Se mantiene inmóvil, con la mirada fija en mis ojos, como si estuviera tratando de colarse en mi interior a través de ellos.
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Hasta Aquí
RandomUn poco de todo, intensidad y romance. Al final, eres un cielo, un cielo lleno de estrellas, mi cielo, mis estrellas.