Val
«Fuck. Fuck».
Esa son las únicas dos palabras que se repiten en mi mente una y otra vez en un ciclo sin fin, mientras los temblores de un potente orgasmo sacuden mi cuerpo. No estoy segura de que Ivana se refiriera a esto cuando me animó a tirármela, pero es imposible que no apruebe el resultado.
Cuando se retira para buscar mi mirada me doy cuenta de que el bombón se ha convertido en chocolate líquido, espeso y caliente. Sus iris oscurecidos se funden con el negro de sus pupilas, dos pozos colmados de puro fuego. La visión de esa concentración de deseo, de su expresión torturada y ansiosa, podría provocarme por sí sola un orgasmo si no fuera porque acabo de tener uno.
«Y vaya orgasmo...».
El mejor en años. Le debo a Ivana una muy, muy grande.
Varios golpes resuenan en la puerta acompañados de una serie de improperios en un lenguaje bastante soez. Tras la sorpresa inicial, me visto a toda prisa y mi acompañante hace lo mismo. No puedo dejar de observarla mientras se pone la camisa y cubre ese abdomen bien delineado, sus pechos y su cuerpo en general. Sé que la estoy mirando fijamente, pero me es imposible mantener los ojos apartados de ella.
—¡Ya abro, Chinga! —grita a través de la estancia cuando los golpes redoblan su intensidad.
Pasa a mi lado y se detiene lo justo para subir la cremallera de mi vestido. Roza mi nuca con la punta de sus dedos, pero cuando me giro ya está abriendo la puerta.
El tipo que está al otro lado me lanza una mirada de desprecio antes de dirigirse a ella.
—Haz el favor de subir ahora mismo al salón. Ya hablaremos de esto más tarde.
No replica. Tira de mi mano y vuelve a arrastrarme con ella, cosa que agradezco porque ese wey no tenía pinta de ser demasiado amable, y ahora que ya nos hemos acostado —o algo así—, me pregunto qué es lo siguiente que va a ocurrir. ¿Intercambiaremos teléfonos o lo sucedido será el comienzo y final de nuestra aventura?
«¿Se puede saber por qué me estoy preocupando por eso?», me reprocho en silencio.
Me guía a través de varios pasillos sin adornos ni ningún tipo de decoración, y ascendemos a una planta superior por una escalera estrecha. Está claro que no es una zona abierta al público. Puede que tenga que ejercer como barman de alguna elitista fiesta privada y que sea allí donde me lleva. De ahí el smoking y el cabreo del que supongo que será su jefe.
«Fin de la fantasía de la ejecutiva podrida de dinero».
No es que me importe, aunque puedo imaginar los comentarios malintencionados de mis amigas si llegan a enterarse.
La última puerta nos conduce a un salón espacioso repleto de mesas redondas y sillas en torno a ellas. La iluminación es tenue, muy íntima. Mis ojos se desplazan de inmediato a la barra que queda a mi derecha. Mataría por una botella de agua helada.
El bombón —empiezo a creer que sí que debería conocer su nombre—, me invita a tomar asiento. Antes de que pueda protestar se inclina sobre mí, acuna mi cara entre las manos y sus labios capturan los míos. Me da un beso largo y profundo, muy diferente a los que hemos compartido hace un momento, que me deja sin aliento ni nada coherente que decir.
—Pide lo que quieras, invita la casa —murmura en mi oído—. Espero que disfrutes del espectáculo.
Se aleja con paso decidido y elegante. La música aumenta de volumen y las cabezas de los presentes se giran buscando su figura. Viéndola deslizarse entre las mesas no puedo creer que ese increíble espécimen al que las mujeres han empezado a silbar haya estado hace unos minutos recorriendo mi cuerpo con sus dedos y lamiendo mi piel.
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Hasta Aquí
De TodoUn poco de todo, intensidad y romance. Al final, eres un cielo, un cielo lleno de estrellas, mi cielo, mis estrellas.