17 Tensión

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Juls

Val me mira una última vez antes de saltar y sumergirse por completo bajo el agua, y yo no dejo de preguntarme qué hago aquí de pie en el borde en vez de acudir junto a ella. Puede que tenga razón y que haya algo calmante en contemplar el agua o puede que simplemente esté disfrutando de cómo, además de quitarse la ropa, se ha sacudido la sensatez. Se comporta como una niña, como si no tuviera otra preocupación que la temperatura a la que se encuentra el agua, y, por algún motivo que desconozco, su actitud resulta fascinante.

Es ridículamente hermosa.

Durante varios minutos todo lo que hago es quedarme de pie en el concreto, contemplándola flotar mecida por el vaivén del agua. Siento deseos de ir con ella, pero no me atrevo a avanzar ni a moverme por miedo a romper la idílica estampa. De repente es como si en este momento yo tampoco tuviera otra preocupación más que la de observarla.

—¡Valdes, vamos! —me anima, sumergida hasta la barbilla—. ¡Está increíble!

—¡Dijiste que estaba helada!

—¡Mentí!

Rompo a reír. Un instante más tarde me desprendo de los zapatos, la camiseta así como de los vaqueros y el brasier. No suelo pensar en nada cuando me quito la ropa, tan solo me saco las prendas de forma mecánica. Supongo que lo he hecho en público tantas veces a lo largo de los años que ha perdido cualquier tipo de significado que pudiera tener al estar con una chica.

Me lanzo al agua sin pensármelo y el frío aguijonea mi piel. Poco después ya me encuentro frente a Val, dejándome mecer también por las pequeñas olas que hacemos en el agua y sumergidas hasta el cuello. Ella sonríe, sus ojos chispeando divertidos, mientras el agua acaricia sus labios de tanto en tanto. Pequeñas gotas recorren su rostro, y su pelo, antes castaño claro, se ha contagiado de la misma oscuridad que nos rodea.

Nos miramos en silencio, cómodas con la presencia de la otra de una manera en la que hace semanas me hubiera resultado impensable.

—Me había equivocado contigo —comentó, mientras mis ojos se llenan de ella y el sonido de nuestros chapoteos en el agua nos arrulla.

—¿Prejuicios?

Esa pregunta ya casi se ha convertido en una tradición entre nosotras. Sin embargo, niego.

—Solo una chica conociendo a otra chica.

Me regala una de sus luminosas sonrisas, una que me hace desear más; más risas, más confesiones, más de ella y de mí.

—Creo que eso es lo más bonito que alguien me ha dicho jamás —murmura, y, aunque el agua la va arrastrando lejos de mí, lucha por mantenerse cerca.

Le tiendo la mano y tiro de ella hasta que nuestras rodillas se rozan bajo el agua, provocándome una descarga que calienta mi cuerpo de inmediato.

—Tú eres lo más bonito que he visto jamás.

No sé de dónde salen esas palabras. Puede que se trate de este sitio o de la idea de estar por primera vez permitiendo a alguien que vea más allá de mi piel; puede que todo se deba a ese estúpido reto, a conseguir traspasar sus barreras y lograr que se rinda. Puede, puede, puede... Y, sin embargo, algo me dice que es más que eso.

Val coloca las manos sobre mis hombros y las mías pasan de manera automática a su cintura, y me desconcierta la naturalidad con la que mis dedos se deslizan por su piel. Su cercanía me aturde y su tacto resulta algo nuevo, diferente, estamos en el borde de lo profundo y el borde de la alberca.

—Soy yo la que estaba equivocada contigo —susurra, muy bajito.

Sin apartar la mirada de mí, sostiene mi rostro con las manos y el gesto resulta tan delicado que duele. Me pregunto si esto es lo que se siente cuando alguien te demuestra cariño.

Hasta AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora