Juls
—Lo siento, Val —repito una vez más al terminar la clase.
Di Santis la ha fulminado con la mirada antes de abandonar el aula, lo cual no presagia nada bueno para ella. Aunque en el fondo soy consciente de que no es culpa mía, no puedo evitar sentirme mal por ello, y eso me dice que he empezado a preocuparme por mi tutora más de lo que debería. Solo que a estas alturas creo que ya está claro que no soy capaz de mantener las distancias con ella, pero lo más extraño es que ha dejado de importarme.
Hace un gesto con la mano, restándole importancia.
—Da igual, puede que sea lo mejor. Creo que ya he aprendido todo lo que tenía que aprender de mi etapa como adjunta de Sandra —aduce, y me pasa los dedos por la mejilla—. Estás llena de cloro se te ve en la piel. Me dice.
Varios alumnos pasan a nuestro lado en dirección a la puerta de la clase sin apartar la mirada de nosotras. Todos hemos oído la bronca que Di Santis le ha echado a Val.
—No lo has negado.
—¿Qué? —inquiere Val, confusa por mi comentario.
—Que nos estemos acostando... No has hecho nada por sacarla de su error.
Ella arquea las cejas, como si dudara sobre lo que ha pasado o no entre nosotras. Tal vez se esté planteando lo que puede pasar.
—Ve a darte una ducha y a descansar —replica, eludiendo la cuestión con una sonrisa—. Tienes que trabajar esta noche, ¿no?
Asiento y le doy un tirón a la manga de mi sudadera, que aún lleva puesta. Está hecha un desastre, pero sigue siendo preciosa. Ojalá no tuviera que ir al Chili Club hoy. Ni ningún otro día. Quizá sea hora también de un cambio para mí, puede que haya llegado el momento de afrontar si merece la pena odiar mi presente solo para alcanzar un futuro que ni siquiera sé a dónde me llevará.
—Necesitaré tus clases particulares más que nunca.
Ella ríe y se agacha un poquito para darme un beso en la mejilla, estoy con la cabeza abajo.
—Te veo mañana, Valdes.
Mi futuro inmediato me conduce a casa, donde continúo dándole vueltas a la idea de dejar el trabajo. Tiene que haber una manera de convencer a El Tigre de que ya he pagado con creces lo que ha hecho por mí, o lo que cree haber hecho por mí. Sin embargo, aunque lo consiguiera, dudo mucho que Eva lo permita.
Paso la tarde tumbada en la cama, con la cabeza llena de dudas y suposiciones sobre cómo abordar a mi jefe, aunque mis pensamientos regresan una y otra vez a Val. No consigo explicarme qué ha hecho para meterse bajo mi piel, pero su imagen saltando en la piscina se repite en mi mente y me hace desearla más si cabe. Habló y habló durante gran parte de la noche, y me contó decenas de detalles sobre su familia y su vida antes de llegar a la universidad. Me pregunto por qué no hice yo lo mismo.
Impulsada por esa necesidad de ser tan sincera como lo ha sido ella, cojo el móvil. Debería demostrar más valentía y esperar a tenerla delante, pero me limito a pulsar una tecla y grabar un audio. Ni siquiera saludo al comenzar, temiendo perder el valor.
—Te he contado que viví en casas de acogida hasta los catorce años —empiezo, con voz titubeante, sin saber muy bien qué voy a decir—, pero no te dije lo que hice después de escaparme de la última en la que estuve. —Hago una pausa, recordando lo que me llevó a tomar esa decisión—. Me marché solo con lo que cabía en una mochila, huyendo del matrimonio que ejercía de padres adoptivos. ¿Sabes el tatuaje que cubre mi parte de las costillas y la espalda? Lo odio —confieso, apretando los párpados para evitar ver sus rostros en el fondo de mis ojos—. Me lo hice solo para cubrir la colección de cicatrices, creyendo que así conseguiría olvidar que estaban ahí...
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Hasta Aquí
RandomUn poco de todo, intensidad y romance. Al final, eres un cielo, un cielo lleno de estrellas, mi cielo, mis estrellas.