15 Amarillo

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Juls

Dos semanas es cuanto Val necesita para hacer que alcance al resto de los alumnos. Durante ese tiempo, se sienta a mi lado en la última fila y me lanza miradas reprobatorias cada vez que me encuentra garabateando frases de libros en los márgenes de mi libreta en lugar de prestar atención a Di Santis. No entiendo qué pudo ver Val en esa tipa ni cómo ella fue capaz de engañarla con otra. No hemos vuelto a hablar sobre nada demasiado... personal. En realidad, no hemos sido otra cosa que compañeras de estudio, algo que ha requerido un considerable esfuerzo por mi parte.

Nos hemos estado viendo los martes y los viernes para las tutorías, además de los sábados para ir al comedor benéfico y otra ronda de estudio después de eso. Sin contar con nuestras carreras matutinas por el campus. En resumen, esto empieza a parecerse mucho a una amistad y no sé si me alegra o me aterroriza, lo que sí es seguro es que me desconcierta.

—Esa me gusta —me dice, inclinándose sobre mi libreta para leer la frase que acabo de escribir—: No todos los que andan sin rumbo se pierden.

—Otra vez Tolkien.

Las comisuras de sus labios se curvan y tengo que recordarme que estamos en mitad de una clase, rodeadas de otros estudiantes y también con su ex. Tiene la sonrisa más jodidamente brillante que haya visto jamás...

Este tipo de pensamientos son precisamente los que no han dejado de confundirme durante las últimas semanas. ¿Cuándo me he fijado yo en lo brillante que es una sonrisa, lo bien que huele una chica o la manera en la que su mirada me atraviesa si evado con una broma alguna de sus preguntas?

—¿Qué? —inquiero, porque sigue observándome con esa mueca divertida en su rostro.

—Es que no te imagino leyendo novelas —repone, y se apresura a añadir—: y que conste que no es cuestión de prejuicios.

Arqueo las cejas.

—¿Ah, no? ¿Y entonces qué es?

Se encoge de hombros y echa un vistazo rápido a la parte delantera del aula, donde Di Santis continúa disertando sobre alguna aburrida teoría de la economía mundial. Casi agradezco quitarme la asignatura este año y no esperar al curso que viene; puede que Di Santis sea una eminencia en su campo, pero su manera de dar clase es narcótica.

—Ahora ya no tengo tanto tiempo para leer, paso todo el tiempo que puedo estudiando —aclaro, sin esperar su respuesta—. Pero los libros de fantasía fueron un refugio durante mi niñez y parte de mi adolescencia.

La confesión abandona mis labios sin ser consciente de que es algo que nunca le he contado a nadie. Es después, cuando la curiosidad chispea en los ojos de Val, cuando comprendo lo que acabo de decir y lo que supone para mí. Nuestras conversaciones suelen girar en torno a lo que considero temas seguros e incluso he tenido que aceptar ante ella que tiro del humor para evitar ahondar en mi pasado o en otras cosas de las que no me planteo hablarle. Sin embargo, Val es lista, demasiado lista para mi propio bien. No dejo de pensar en si no le estaré mostrando la parte de mí que me interesa que vea.

Sea como sea, con cada hora que paso con ella, me encuentro deseando que me conozca. Conocerme de verdad.

—Soy incapaz de imaginarte de niña —se ríe en voz baja.

—Por lo que veo, tienes muy poca imaginación, Val, aunque eso tiene remedio. Seguro que tú eras una niña adorable...

Mi intento por dirigir la atención sobre su persona no surte efecto. Reflexiona durante unos instantes antes de volver a hablar.

—Hagamos un trato —me dice, con una determinación que da miedo—. Puedes venir a verme cantar en el 212 si me cuentas algo de ti, algo vergonzoso y oscuro —añade, riendo de nuevo.

Hasta AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora