11 Zona peligrosa

286 65 25
                                    

Val

—No puedo. De verdad que no puedo —repito, mientras Ivana me empuja en dirección al escenario del 212.

Ella ríe a mi espalda.

—Puedes hacer cualquier cosa, Val. Esto es pan comido para ti —replica, y no para en su empeño hasta que alcanzamos la parte delantera del local—. Solo tienes que recordar lo que te hace sentir la música.

Es viernes y el bar está lleno de universitarios sedientos de cualquier distracción que les arranque de sus rutinas diarias, y yo voy a ser esa distracción, aunque solo sea durante unos pocos minutos.

Trago saliva. De repente mi garganta parece papel de lija y no creo que vaya a ser capaz de articular palabra alguna.

«Siente la música», me digo, pero no sé si sirve de algo.

Amanda se acerca trotando, dejando a Piña en el lugar junto a la barra que hemos ocupado al llegar. Luce una sonrisa de oreja a oreja y es la viva imagen de la felicidad. Cuando llega hasta donde estamos, se cuelga de mi brazo y se inclina sobre mi oído.

—Adoras cantar y lo haces muy bien —susurra, con dulzura—. No tienes que hacerlo si no quieres, pero creo que te vendrá bien.

La serenidad de su voz calma parte mis nervios. Supongo que todos necesitamos que alguien crea en nosotros, aunque solo se trate de cantar una canción. Agradezco su muestra de cariño dándole un beso en la mejilla y ella me guiña un ojo.

—Vamonoooos —me jalea Ivana, dándome una palmada en el trasero.

Pongo los ojos en blanco y me giro en dirección al chico que se encarga de pinchar los temas. Elijo Something Just Like This - de Coldplay, sin pensarlo demasiado. No es que sea la canción más alegre del mundo, pero en los últimos días no consigo quitármela de la cabeza y es la primera que me ha venido a la mente. Él asiente y me señala el escenario.

En cuanto asciendo los dos escalones que separan la tarima del suelo y me dirijo al centro, un foco me deslumbra, consiguiendo que la gente que llena el local desaparezca de mi campo de visión. Apenas si veo algunas caras de la primera fila, aunque escucho con claridad un silbido que estoy segura de que proviene de Ivana. Mis rodillas tiemblan, así como mis manos al tomar el micrófono del soporte. Sin embargo, en cuanto suenan los primeros acordes de la canción y la melodía inunda la sala, mis ojos se cierran, me olvido de las miradas que hay puestas sobre mí y mi garganta parece recuperarse por sí sola de la parálisis que sufría hace un momento.

Resulta curioso lo que la música le hace a las personas, lo poderosa que puede llegar a ser. Puede romperte el corazón en miles de pedazos con apenas un par de notas o bien puede hacer que rebose de alegría. Sueños y música; libertad...

«Libre, eres libre para ser tú y solo tú», me digo, mientras la letra toma forma primero en mi garganta para luego acariciar mis labios y abandonarlos entre susurros.

Cuando me quiero dar cuenta todo ha terminado. Los aplausos sustituyen ahora a la música, aunque yo continúo oyéndola por encima de estos, en mi cabeza. Desciendo del escenario de un salto, eufórica, más yo misma que en mucho tiempo, y acudo junto a mis amigas. Ivana y Piña aplauden con ímpetu, y Amanda se lanza sobre mí y me envuelve con sus brazos, estrechándome contra su pecho.

—Ha sido maravilloso —me dice, riendo—. Cantas incluso mejor de lo que recordaba.

Y ese comentario hace que añore aún más el tiempo que he pasado sin hacer algo así. No le digo a Amanda que no tengo ni idea de si he desafinado o no, de si me he equivocado con la letra o he perdido el ritmo, perdida como estaba en mi interior. Solo sé que me alegra tener amigas que me conocen tan bien como para obligarme a venir hasta aquí y hacer algo que había olvidado que me emocionaba tanto.

Hasta AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora