16 Mirada

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Juls

Val se muestra animada frente a sus amigos, salvo porque a ratos la sorprendo ensimismada y con expresión ausente. Pasamos la siguiente hora en el 210 charlando mientras otros clientes suben al escenario e intentan superar la proeza de Val, algo difícil. Se ha dejado el alma en esa canción aunque su voz se haya roto en varias ocasiones, o quizá precisamente debido a eso. Parecía estar arrancándose las palabras del pecho.

Casi dos horas después, aunque el bar hierve de actividad para ser un jueves, resulta obvio que Val no se encuentra del todo cómoda.

—Creo que es un buen momento para retirarme —me dice, aprovechando que Ivana ha arrastrado a Jacob hasta la zona de baile y Piña y Amanda los observan divertidas desde la barra.

—¿Cansada? —pregunto, aunque no creo que se trate de eso.

Sus ojos dejan entrever mucho más de lo que se atreve a decir.

—¿Me acompañas a tomar aire? —me pide, por el contrario, evitando responder.

—Puedo acompañarte a casa si quieres. Debería estar estudiando así que...

Supongo que este es el resultado de haberle soltado a bocajarro los detalles de mi infancia. Mi humor tampoco es que sea mejor, aunque escucharla cantar ha sido, sin duda, lo mejor de esta noche. Ha conseguido que olvide incluso lo que acababa de contarle.

—No quiero ir a casa —señala, y yo frunzo el ceño, confusa.

—¿Y a dónde quieres ir entonces?

No me responde de inmediato. Su mirada se ilumina justo antes de que enlace los dedos con los míos y tire de mí hacia el exterior con decisión. Giro la cabeza mientras avanzamos entre la gente. Amanda y Piña contemplan nuestra precipitada huida con una sonrisa, una de ellas incluso agita la mano para despedirse.

Salimos fuera en cuestión de segundos y Val se detiene en mitad de la acera. Su mirada oscila de un lado a otro de la calle.

—¿Se puede saber a dónde vamos?

—A la alberca.

Rompo a reír, convencida de que no lo ha dicho en serio y esperando escuchar también sus carcajadas. Pero eso no ocurre.

—Estás loca —le digo, y me planto frente a ella.

Saco el móvil para comprobar la hora y ella también echa un vistazo a la pantalla antes de comentar:

—Ni siquiera es medianoche.

—Mañana hay clase.

Ahora sí que se ríe.

—Pensaba que la sensata era yo —suelta sin más, y su voz tiene un deje desafiante.

Nuestras miradas se enredan mientras algunos clientes entran y salen del bar. Val no les presta ninguna atención. Tiene las mejillas encendidas a pesar de la brisa fresca y los labios entreabiertos, como si en cualquier momento fuera a tomar la palabra de nuevo. Sin embargo, soy yo la que cede primero.

—Bien, entonces vamos.

Solo entonces, las comisuras de sus labios se curvan. No estoy segura de haberlo dicho en serio, pero ambas terminamos riendo, posiblemente de nosotras mismas, y el sonido de nuestras carcajadas resuena a nuestro alrededor, envolviéndonos con la calidez de la que carece la noche. Es más agradable de lo que me gustaría admitir.

No sé si es debido a que la tensión ha desaparecido de sus hombros y parece mucho menos melancólica que hace un rato, a lo absurdo de su proposición o a que haya conseguido hablar con ella de mi pasado, pero me siento mucho más ligero que cuando entré en el 212 esta noche. Capaz de cualquier cosa.

Hasta AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora