Val
—Puta vida —murmuro para mí.
El club está atestado de gente y en la barra los clientes sedientos se dan codazos para conseguir la atención de alguno de los camareros.
Me impulso con los pies y hago girar el taburete sobre el que estoy sentada hasta que doy una vuelta completa, consiguiendo que la mujer que está a mi espalda guarde la distancia de seguridad y dejé de aplastarme contra el mostrador.
—Lo siento —le digo, aunque no lo lamento en absoluto.
Ni siquiera sé por qué me he dejado convencer para salir esta noche. Parece ser que Ivana y las demás creen que hay algo que celebrar.
—¡Que soy una cornuda! Una pendeja.
Giro de nuevo, pero esta vez observo la pista de baile. Los focos del techo parpadean en una sucesión de flashes de distintos colores que hace que me dé vueltas la cabeza y, bajo ellos, mis amigas se entregan a la música, bailando y saltando sin compadecerse de todas las personas que devoran sus movimientos con la mirada. Mientras yo permanezco aquí, recreándome en mi pérdida.
«Maldita seas, Sandra».
Ivana se separa del grupo y viene hacia mí. Lleva el cabello recogido en una coleta que oscila al compás de sus caderas, y tiene una tez tan pálida que reluce, impecable, con la iluminación del local. Las personas con los que se cruza no apartan los ojos de su escote.
—Estoy seca —proclama sin aliento -Necesito un trago.
Se abre hueco entre el resto de clientes y se sitúa a mi lado. Una sonrisa triste le llena las mejillas y sé que está pensando en el motivo de nuestra improvisada salida.
—Deja de mirarme así, bastante tengo con ellas. —Señalo al resto con un gesto de barbilla.
—Tranquila, han bebido tanto que ya no recuerdan ni su nombre. Creo que no saben ni que estás aquí.
No lo dudo. El grupo se divide entre viejas amigas y conocidas, todas ellas de lenguas afiladas y ávidas de chismes jugosos. El escándalo de mi ruptura, previo encuentro de Sandra en la cama con otra, es lo único que ha conseguido reunirlas a todas. Me pregunto por qué continuamos siendo amigas. A la mayoría las conocí en la prepa y, desde entonces, todas hemos cambiado mucho.
—Recuérdame por qué estoy aquí —le pido a Ivana, pero parece que ella no me está prestando la más mínima atención.
Le doy un pellizco y ella responde dando un saltito y girándose hacia mí.
—¡WHAAAT THS FUUUCK! —exclama, aunque no he apretado con demasiada fuerza—. ¿Viste a ese bombón?
—¡Para bombones estoy yo!. Le saco la lengua.
Por regla general, las personas que le gustan a Ivana no son mi tipo, ella es lo que se denomina con sus propias "bivida" por aquello de bisexual y vida, un amplio gusto sexual en la comunidad. Si son hombres casi siempre son clones de Jacob, su novio actual: rubios de ojos claros, de cabello bien cortado y con pinta de acabar de salir del club de la alta sociedad. Y si son mujeres le gustan una especie de glamgay, es decir bien trabajadas, pelirojas, al mando de su cuenta bancaria, y de apariencia costosa igualmente salidas de un club high.
Sigo la dirección de su mirada, al fondo de la barra, y me encuentro al "bombón".
—Fuuck—repito yo, porque la chava, bien que se merece un tequila. Pero no es de su tipo.
Es una morenaza de ojos oscuros, negros o marrones, no la veo bien desde donde estoy. Tiene una botella de agua costosa entre las manos, de la que bebe de forma distraída mientras observa la gente que la rodea. Tiene esa aura de tipo inaccesible y salvaje, de esas que vuelve loca a mis amigas y de la que yo suelo huir, o al menos eso hacía hace años. Luego llegué a Sandra y ya no existió nada más para mí.
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Hasta Aquí
De TodoUn poco de todo, intensidad y romance. Al final, eres un cielo, un cielo lleno de estrellas, mi cielo, mis estrellas.