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Harry.
—¡Tierra! ¡Hay tierra! —Smith grita desde Cola del barco. —¡Capitán!
Salgo rápido de mi bodega al oír esos gritos. Mis hombres corren proa, curiosos y desesperados por lo que vamos a encontrar.
—¡Desembarcaremos ahí! ¡Rápido!
Grito cuando logro ver con mis propios ojos el imponente bosque que crece conforme nos acercamos.
—Capitán ¿Quienes serán los primeros en desembarcar? —Mattel cuestiona.
Lo miro un momento y me pregunto cual de todos mis marinos estará en condiciones de responder ante cualquier obstáculo que se presente. Los treinta hombres desempeñan papeles importantes y no dudé en llamar a los que presentaban diferentes capacidades para hacer de este viaje lo más fácil y llevadero posible.
—Smith, Mattel, Payne, Malik —me detengo a pensar que quizá necesitemos un par más.
—¡Capitán, lléveme, estoy preparado para pelear contra cualquier animal salvaje! —gruñe y extiende sus brazos enseñando sus flacos músculos.
—Horan, preferiría que te quedes aquí para recibir cualquier...
—Por favor, Cap, déjeme ir —y suspiré al pensar que Horan era un pequeño niño de solo dieciocho años.
—De acuerdo —porque no quería ser de los que escogían a hombres solo por su fuerza física.
Y cuando sentí que golpeamos tierra, tomé mi escopeta, mi casco de hierro y fui el primero en poner un pie en el Nuevo Mundo.
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Nos habíamos separado cuando decidimos que no era suficientemente peligroso. Los árboles verdes eran inmensos, no había señal de vida animal aún, el suelo se veía virgen, listo para ser excavado, así extraer todo el oro posible.
Ordené que varios hombres bajaran también para que pusieran las máquinas y así empezar un estudio de suelo de inmediato, tenía el tiempo contado y debía regresar con algo interesante para los Reyes de Inglaterra.
—¿Seguro que irá solo, Capitán? —Malik me da una mirada de desconfianza.
—Seguro, cuidense la espalda, nos vemos en este mismo punto antes de que oscurezca —Payne asiente y veo como ambos se pierden entre los árboles.
Mis pies parecen no creer que pisan este suelo tan maravilloso. Mis manos no paran de tocar los troncos tan marrones y las hojas tan verdes. Los pajaritos vuelan por todos lados y pienso que la vida silvestre es un regalo que quizá no debería ser tomado por el hombre.
