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S U B W A Y     B O Y

S U B W A Y     B O Y

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Anaïs.

Estoy tarde, como siempre estoy tarde.

Joder, son las nueve en punto y las colas para recargar una tarjeta en el Metro no pueden ser más largas.

Mis ojos bien abiertos y mi bolso bien sujetado avanzan lentamente conforme las personas llenan sus tarjetas de dinero un sábado en la noche en el punto centro de Nueva York.

Siento mi celular vibrar y al leer el mensaje de WhatsApp, bufó. Mi mejor amiga me informa que ya llegaron con el resto de mis amigas al bar donde celebraremos el cumpleaños de una de ellas. Enojada un poco por toda la situación le informo que tardaré por lo menos una hora y recibo un "No tardes" de su parte.

Claro, como si pudiera esperar más rápido.

La bulla de las personas, las carcajadas de muchachos que salen a divertirse, algunos gritos y el mismo ruido del tren son mis únicos entretenimientos. Agradezco infinitamente el que ya me encuentre frente a la máquina de recargas, añado algunos dólares como para no hacer una cola en quince años y salgo corriendo hacia los trenes.

Pero como si el destino estuviera en mi contra, las colas para pasar la tarjeta e ingresar a la estación también son largas. Avanzan rápido con ayuda de la seguridad y cuando una señora con un pequeño pasa su tarjeta, las cinco máquinas se traban, provocando que las colas se congelen. Las personas empiezan a enojarse y la bulla crece. La seguridad intenta arreglar el fallo de inmediato pero veo como uno de ellos habla por un walkie talkie.

Bien, esto tardará.

Nos piden hacer espacio y como ya me cansé de tanto esperar, camino hasta una máquina de bebidas. Concentrada en no confundirme gracias a mi gran torpeza, presiono cuarenta y dos para que mi Coca Cola caiga. La destapo y espero a que el técnico componga la maldita máquina cuanto antes para poder salir de aquí. Este sitio empezaba a asfixiarme, cerré mis ojos y me apoyé en una columna cerca de donde estaba.

Respira, Anaïs, ya sabes como hacerlo.

Empecé a querer distraer mis ojos para cualquier lado pero la vista empezaba a dificultarse, ya había vivido esto, la claustrofobia y la ansiedad no son buenas amigas.

Me detectaron ansiedad a los dieciocho y ahora, con veintidos, solo había empeorado todo. Me ha pasado tantas veces, que es como una montaña rusa, por un momento siento que me puedo morir, pero luego me doy cuenta que fue un episodio más.

Pero así como en las montañas rusas, uno no deja de gritar de pánico al caer por el enorme precipicio a pesar de saber, que no te vas a morir.

Eso me pasa.

Recuerdo las palabras de mi psicóloga y empiezo a buscar algo de color verde.

La bolsa de la señora, la camiseta de ese niño, el Starbucks de esa muchacha, los ojos de ese hombre.

Mundo Harry (One Shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora