Capítulo 10: El guardián del templo

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 Con unos días de retraso conforme a su salida de Iskailliah, el grupo al fin divisó lo que parecía ser ya el desierto. Pese a la guerra, el paisaje de aquel bioma continuaba siendo aquel paraje donde poco o nada podía sobrevivir salvo que se refugiara en alguna de las ciudades que en su interior se hallaban, con ausencia por completo de algún campamento de cualquiera de los bandos. Aprovechando que estaba atardeciendo, el grupo penetró por las altas y arenosas dunas. Durante horas, las vistas eran idénticas: Arena, arena y arena. La altitud de las dunas amenizaba con ligereza la experiencia, pues llegaban incluso a impresionar. Pese a ello, tampoco se podían permitir bajar la guardia, pues podrían ser usadas por tropas enemigas como puntos de visión o incluso de emboscada. Sin mayores complicaciones más que las de la dificultad de andar por el arenoso terreno, pues al estar atardeciendo la temperatura no era mucho mayor problema, el grupo alcanzó el punto estratégico a partir del cual ya podían divisar Alkavaar.

- Silencio. – Ordenó Barus. – No podemos ser vistos. Tened en cuenta que es territorio enemigo. – Todos se quedaron sorprendidos ante el cambio de comportamiento. De ser alguien fastidioso despreocupado por el estado de los demás, a ser precavido en exceso. Si no fuera por la situación tan tensa, Val le hubiera realizado un comentario sarcástico, pero observando mejor el panorama, no había tiempo para bromas. Ahora que habían llegado hasta allí era el turno de acercarse a la costa sin alejarse, pero tampoco aproximarse a la ciudad. Con todo ello, debían de posicionarse en una distancia adecuada para alcanzar el escondite de la esfera sin complicaciones.

- ¡Guardias! - advirtió Triunis. Un grupo de cuatro guardias paseaban por la costa con antorchas custodiando los límites del territorio.

- Bien hecho, novata. – Felicitó Larbus.

- Hay que librarse de ellos. – Añadió Val desenvainando su espada. – Yo me hago cargo. – Desvaneciéndose del lugar dónde se encontraba, apareció batiéndose en duelo con aquel grupo de guardias saliendo victoriosa sin mucho esfuerzo. Tanto Jacais como los novatos quedaron sorprendidos ante la velocidad de la espadachina.

- Tampoco es para tanto, idiotas. – Comentó Barus, pareciendo retornar a ese comportamiento habitual. – Vamos, antes de que vengan más. – Deslizándose por las dunas, el resto alcanzó la orilla donde las olas de la playa morían juntándose con, en aquel momento, la tibia arena del desierto. Alcanzado el punto de seguridad, la siguiente fase era dividir el grupo en dos. Unos se sumergirían hacia el templo y sacarían la esfera y otros protegerían aquel punto para evitar posibles emboscadas.

- ¿Cómo nos dividimos? – Preguntó Jacais.

- Sugiero que los novatos se queden. – Contestó de inmediato Barus. No hubo impedimento alguno salvo el de Larbus que no consideraba que fuera una buena idea que dos recién llegados con nula o poca experiencia en combate se quedarán solos. Como la conversación iba a acabar en las manos puesto que el carácter de ambos era algo especial, tanto Krausti como Triunis se ofrecieron a quedarse argumentando que no había nada de lo que preocuparse. Pese al ofrecimiento de ambos, Larbus continuaba murmurando entre dientes que aquello no podía acabar del todo bien. Una vez rebajada la tensión, se procedió al inicio de los preparativos para sumergirse. Se barajaban dos opciones: Una de ellas era usar varios Oxigars por persona.

- Un momento ¿Qué es un Oxigar? – Preguntó, confundido, Jacais.

- Un Oxigar es un ser vivo que se adhiere a los labios de una persona y es capaz de producir oxígeno a partir del agua salada. – Le explicó Val arrojándole unos cuantos, en concreto cuatro, de aquellas enigmáticas criaturas que tenían un aspecto asqueroso similar a la de una oruga pero con multitud de pequeñas púas alrededor de la parte inferior. Precisamente eran esas púas las que debían clavarse en los labios para poder hacer uso de ellos.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora