Capítulo 35: Escalada de tensión

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Una voz femenina rompió la tensión en pedazos. En aquella voz, pese a ser infantil, se podía sentir una gran sensación de dolor. Como si estuvieran arrebatándole lo poco que le quedaba.

- ¡Padre! - Exclamó, desesperada. Sus palabras pudieron ser oídas en toda la vasta extensión de la ya vacía capital del reino. Junto a ella, un conjunto de raíces emergieron de la tierra y repelieron a Yerichi, llevándose junto a él la Espada de Sangre. El cuerpo del III, aún en la forma alzada, cayó al vacío y, de no ser por otro matojo que le esperaba abajo, el impacto de la caída hubiera sido fatal. Illaig, bastante malherida, acudió a auxiliar al III, logrando ponerle a salvo.

- Illaig... - Musitó el III al percatarse de que su Pactada de Sangre acudió al rescate. - Me alegra que estés viva. He estado tan...- Sin más energías, se desmayó.

- ¡Padre! ¡Padre! - Gritó la niña, abrazándole. - ¡No me abandones, padre! ¡Eres lo único que me queda! - Exclamó rompiendo en llanto y apegándose más a él. - ¡He pasado mucho miedo, padre! ¡No me abandones, por favor!

- No te preocupes, se pondrá bien. - Tranquilizó Larbus, que logró alcanzarlos. Illaig se levanto y se interpuso entre ambos, extendiendo sus brazos.

- ¡No dejaré que le pongáis un dedo encima!

- Entiendo que estés asustada, muchacha. - Intervino Amien. - Pero debes de comprender que...

- ¡Ay pero que niña tan adorable! - Amilia saltó sobre Illaig, la abrazó y le secó las lágrimas. - ¡No te preocupes, pequeña! ¡Somos amigos!

- Bueno, más o menos. - Comentó la ex guardia real del III al ver que Illaig tampoco rechazaba los mimos de su compañera.

- ¡No os distraigáis! - Exclamó Carls. - ¡El tipo ese sigue en el cielo! - Todos, incluida Illaig, se aproximaron para ver como, efectivamente, Yerichi seguía en el mismo lugar, aunque observando con detenimiento

- ¡Asúmelo, impostor! ¡Has fracasado! - Celebró Larbus.

- No lo celebraría tan pronto, anciano. - El Pactado arrojó la espada al suelo, clavándose en él de forma impoluta. - Veamos quien lleva la razón. - La Espada de Sangre permaneció intacta en el lugar en el que cayó. Solo el sonido de la brisa del viento destruía el silencio y la tensión que había en ese momento. Realmente, ni Jacais, Larbus ni nadie del grupo especial conocía con exactitud que es lo qué debería pasar. Sin embargo, una energía les impedía moverse. Ya de por sí les costaba respirar ante la presencia del arma, cuyo brillo había disminuido desde que fue liberada por Yerichi.

- Pues parece ser que sí. Fracasé. - Musitó el Pactado de Sangre. Bajo la extensión de su armadura forjó una pequeña sonrisa incómoda, a juzgar por la expresión de sus ojos que sí eran visibles. Cuando Jacais y los demás se proponían festejar la victoria, la Espada de Sangre se agitó.

- Ya os gustaría. - Escuchó el joven en su cabeza. El arma liberó un auténtico festival de líquido carmesí que cubrió una gran extensión, a lo que le siguió una densa neblina que impidió la visión de los alrededores.

- ¡Aquellos que cuenten con hechizos a distancia! - Gritó Larbus. - ¡Apuntad al centro de la neblina protectora cuando se disipe! - Así lo hicieron Amilia, Vikslav, Jacais, Illaig y el propio Larbus. El resto llevaron a cabo labores de apoyo por si a Yerichi se le ocurría lanzar algún ataque sorpresa. En cuanto la neblina comenzó a dispersarse, una silueta humana pudo apreciarse. A juzgar por su estatura, no era alguien de edad demasiado avanzada. Esto se confirmó cuando  se descubrió el cuerpo desnudo de un joven  de ojos y pelos castaños. Su rostro mostraba una mirada desafiante, como si ya supiera el contexto de aquel encuentro. Al cruzar miradas con Jacais, sonrío. Contrario fue el gesto del joven, que quedó sorprendido ante el sumo parecido que tenía con él. Era como si tuviera un espejo que reflejara su rostro.  - ¡Disparad! - Gritó el anciano. Todos al unísono liberaron sus ataques con el objetivo puesto en aquel individuo, que tan solo se limitó a evitar el exploxion, lanzado unos segundos más tarde, recibiendo un golpe directo del resto. Como consecuencia de ello, su cuerpo quedó desfigurado. Perdió la mitad de su rostro, un brazo, las dos piernas y sufrió severas quemaduras. Aquello no era ya una persona, sino un amasijo de carne desfigurada. Pese a ello, no pareció mostrar ninguna señal de dolor.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora