Capítulo 50: A quiénes las deidades escuchan

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Aquel golpe del Hereje hubiese sido mortal, de no llegar a ser por su Sello de Sangre, que le impedía morir a manos de alguien distinto a un portador de la misma. Jacais lamentó el impacto contra el muro, aún pudiendo ver como el último Pactado de Sangre del I se cernía sobre sus aliados. Fue entonces cuando se alzó la barrera que les separó.

- ¡Maldición! - Exclamó el joven, examinándola pero sin alcanzar una vía de poder desvanecerla. Reacio a probar con un exploxion, pues el espacio era bastante estrecho, se giró para observar las escaleras que le llevaban al último piso de la Torre Alzamiento, donde su bisabuelo, Ishamaek I, estaba. Sus piernas comenzaron a temblar. Era obvio que el miedo recorría cada centímetro de su cuerpo. Bastaba sólo recordar lo que aquella persona había hecho hace unos instantes con el Ishkaellands para tener razones más que suficientes de estar aterrado. Sin embargo, era posible que el I estuviera exhausto por la desmedida cantidad de energía necesaria para ejecutar tal hechizo, como indicó Larbus. En otras palabras, todavía tenía cierta esperanza. - Vamos, Jacais. - Se repetía a sí mismo. - ¿Dónde está esa determinación de antes? ¿Acaso no querías vengar a Jenni? - Pensó, aliviado de que ya no había voz interna alguna que le atormentara para que tomara una decisión. Ahora era él quien tenía las riendas. Se abofeteó la cara y, sin pensarlo más, ascendió por los escalones hasta la última planta del monumento religioso.

Jacais llegó a la última sala de la Torre Alzamiento, el punto más alto del reino de Kasuta y el más cercano a la principal referencia religiosa de la mitología del reino: La estrella Peva, que, destruida por el Ishkaellands, observaba los acontecimientos que estaban teniendo lugar en el mundo terrenal. Se podía incluso decir que aquella era la primera noche en la que la luz de la estrella no emitía su luz, aquella que guiaba a las almas tras la muerte del cuerpo material, en la historia de la humanidad. Ahora siendo una nebulosa grisácea, dejando expuesta la entrada al mundo de las almas, la situación divina era una completa incógnita, a merced de aquel que aspiraba a ser su verdugo: Ishamaek I, el Fundador.

La sala representaba a la perfección la función de contacto con la divinidad. Una cristalera de diferentes tonos constituía el techo del lugar, pudiendo apreciarse no solo la mencionada estrella, sino también los detalles de la Torre Alzamiento de aquellas estructuras que se asemejaban a dedos tratando de alcanzar aquel eterno punto brillante del firmamento. A los lados, también había ventanales y el contenido de la sala, que había sido vaciada a propósito para no interferir en el Plan Alzamiento, una marca en el suelo que indicaba el centro de la misma, donde era necesario posicionarse para estar justo debajo de la estrella y que el rezo a la misma fuera llevado de forma satisfactoria. La misma estaba precedida de referencias a los elementos fundamentales: Agua, Tierra, Fuego, Aire y Rayo, con sendas marcas en el suelo.

Al fondo de la habitación, sentado y apoyado en la pared con su casco a un lado, estaba Ishamaek I. Su respiración era lenta, como si recién acabara de despertar de una cabezada. Sin levantar la cabeza, echó su mirada sobre Jacais, que recién se acababa de incorporar a la sala.

- Así que por fin llegaste. - Comenzó el I, aunque a un lento ritmo. - ¿Cómo ha sido tu viaje hasta aquí, querido bisnieto?

- Prefiero que me llames por mi nombre, I. - Respondió el joven, sin señal de simpatía alguna. El Fundador se limitó a sonreír ante el modo de hablar de Ishamaek IV, el Salvador.

- Puede que ahora no lo entiendas, es por ello que he requerido tu presencia a solas conmigo. - El I se puso en pie, dejando su casco en el suelo. Aún portaba la armadura alzada y poseía las esferas elementales en su interior, lo que puso en guardia a Jacais. Era cierto lo que Larbus comentó momentos antes, el hechizo todavía no había finalizado. Había esperanza si lograba detener al I en ese preciso instante. - Tengo una petición para ti, Jacais. - El I extendió su brazo hacia el muchacho. - Únete a mi, y reduzcamos la tiranía divina a cenizas.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora