Capítulo 51: El equilibrio de la vida

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Sobresaltado, Jacais abrió los ojos y se levantó. Hasta hace un momento, se encontraba en la Torre Alzamiento, escuchando al I hasta que este acabó con su vida. Ahora, todo lo que podía ver era la nada extendiéndose bajo sus pies. Un vacío que no despertaba en él más sensación que la nostalgia de la vida. Alzó la cabeza hacia dónde se supone que estaba el cielo, observando un minúsculo punto de luz. Era la estrella Peva, que pese a haber sido dañada seguía cumpliendo su rol de orientar a las almas de los difuntos al más allá. 

El cuerpo desnudo de Jacais comenzó a ascender, sin importarle en lo más mínimo nada más. Su cabeza era incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Quizás era algo normal. Una vez has muerto, no hay nada que temer. El miedo es de los vivos, no de los muertos.

Su ascenso fue interrumpido, momento en el que despertó de aquel trance místico

- No me digas que me quedo en medio. - Susurró el joven, observando como pequeñas esferas proseguían su ascenso. De su interior podían escucharse diferentes voces. Algunas de hombres, otras de mujeres o incluso niños, que recibían con alegría la oportunidad de poder ascender hasta lo más alto de la divinidad. Jacais no tuvo ese destino. Su cuerpo se desplazó horizontalmente y se adentró en una penumbra tenebrosa, cayendo a los pocos segundos e impactando su cuerpo inmaterial con una superficie sólida. 

Consiguió ponerse en pie, atravesando una fina capa de neblina a la altura de su cintura. Ya no había nada más en aquel sitio, solo él. La neblina se fue abriendo paso, dejando un camino listo para ser usado. Con duda, comenzó a moverse. Tampoco tenía mucho más que perder. Alcanzó entonces una gran sala, en la que la neblina regresó a su sitio. Alzó su mirada hacia el techo, que se extendía hasta mucho más allá de lo que la vista permitía.

- ¿Dónde estoy? - Se preguntó entonces, manteniéndose en el mismo lugar. Lo único que recordaba era que el I le mató y luego despertó allí. Por tanto, era fácil de deducir. Estaba en la estrella Peva, el lugar de los muertos. Pero había algo que no cuadraba. En los escasos textos que leyó acerca del lugar, se describía la estrella como un lugar idílico. Un paraíso al que acudirían las almas de los mortales que tanto sufrieron en el mundo terrenal, tras dedicar una vida de devoción y sacrificio a las figuras divinas. Si no fuera por aquel detalle, daría por seguro que estaba en la estrella. No obstante, todas aquellas dudas quedarían despejadas en un instante.

El techo se abrió de par en par, mostrando un abismo todavía más misterioso y oscuro, en el que se apreciaban dos grandes tronos en los que se posicionaron un haz de luz y un rastro de oscuridad, ambos de un tamaño colosal y cuya mera presencia imponía respeto pues, mientras que la luz parecía acogedora y pura, el rastro oscuro era misterioso y transmitía cierta sensación de terror al no poder distinguirse nada de su interior. A un nivel inferior, pero aún así a bastante altura de la posición de Jacais, aparecieron otras figuras de mucho menor tamaño, similares al de una persona que, en forma de semicircunferencia, se posicionaron frente a Jacais. De esta forma, cual tribunal se tratase, el joven estaba a merced de aquellas extrañas figuras en un lugar desconocido.

- ¿Quiénes sois? - Preguntó el recién fallecido. - ¿Qué es este lugar?

- ¡Silencio, mortal! - Interrumpió una de las figuras del orden intermedio. Su cuerpo era antropomórfico, pero se encontraba rodeado de rocas que componían una especie de exoesqueleto. Su rostro, casi cubierto por un fragmento rocoso sobresaliente del abdomen, destacaba por unos ojos rojizos similares al magma, al igual que su peinado, que brillaba con intensidad. Su voz era además grave y antigua, lo que intimidó al joven casi que de inmediato.

- No seas tan duro con el pobre, suficiente ha pasado ya. - Intervino ahora otra figura cuyo cuerpo se dividía en dos partes. De cintura para arriba, era una hermosa muchacha de cabello grisáceo claro que alcanzaba la altura de sus hombros. Lo único que evitaba exponer su cuerpo al completo eran unas telarañas que ocultaban sus pechos. Sin embargo, de cintura para abajo tenía la estructura de una araña , con tres pares de patas tenebrosas de color marrón y cuyo movimiento liberaba un efímero pero molesto sonido. Pese a su bello aspecto superior y haberle echado un cable, Jacais no pudo evitar sentir escalofríos. No llevaba ni diez minutos allí y ya quería salir fuera como fuera.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora