Capítulo 40: Últimos preparativos

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Ishamaek II se materializó de nuevo en aquella sala de la fortaleza central, de vuelta en el mundo de los mortales. En un inicio pareció confundida, ojeaba el lugar en el que se encontraba aunque aquello sólo duró hasta que hizo contacto visual con la Mano de los Dioses.

- ¡Maldito hombre lata! - Exclamó, rabiosa. Extendió la palma de su mano e invocó una guadaña, de color grisáceo, cuyo mango era tan fino que el ojo humano apenas podía percibirlo, pero de una hoja de grandes dimensiones y grotesca forma, al poseer una forma flamígera de afilados extremo. Tras ello, se abalanzó sobre el caballero divino, que bloqueó el ataque con la ayuda de Swoul. - ¡Exijo una revancha, Mano de los Dioses! - El caballero guardó silencio ante aquellas palabras y se limitó a bloquear los impactos de la II, que continuó hasta que escuchó la voz de Larbus.

- Me decepciona que después de todos los problemas que me has causado no te dignes ni a dirigirme la palabra, Ishamaek II. - Comentó el anciano, al que la antigua monarca no tardó en ponerle el ojo encima.

- Ni en mis mejores sueños me imaginaba tener la oportunidad de librarme de dos grandes problemas a la vez. - La II retrocedió, para darse cuenta de que estaba rodeada de completos desconocidos. - ¿Quiénes son ustedes?

- Miembros de la nueva monarquía de Kasuta. - Replicó Zalamatrusta, poniéndose al frente. - Su hijo, Ishamaek III, cayó frente al movimiento rebelde y llegó una nueva etapa de prosperidad a Kasuta y su gente. No obstante, su padre, Ishamaek I, el Fundador, ha regresado para poner fin a un plan que comenzó años atrás. Debido a ello, le pido por favor que nos ayude a luchar contra el I y sus Pactados de Sangre. - Tras aquellas palabras, Zalamatrusta se arrodilló ante la II, rogándole por ayuda. Tal y como dijo hace unos instantes, el apoyo de la Conquistadora era vital para poder hacer frente al I y a los suyos.

- No creo que sea necesario arrodillarse ante alguien como ella. - Comentó Larbus, con la mano junto a su catana por si era él la víctima de un posible ataque sorpresa por parte de la recién liberada.

- Está bien, lo haré. Os ayudaré a vencer a mi padre. - Aquello formó una gran sonrisa entre todos los presentes, incluyendo a Jacais y los demás, que seguían sorprendidos por los eventos que estaban siendo revelados (y por la facilidad con la que lograron el apoyo de la II). - Aunque, lucharé conforme mi estilo. Yo sola puedo acabar con mi padre, pero necesito ciertas condiciones y preparativos.

- Por supuesto, es usted libre para actuar como desee, siempre que sea para alcanzar el objetivo.

- Bien, entonces iré a prepararme para el combate. - La Conquistadora echó la espalda al resto de presentes, no sin antes preguntar donde se encontraban sus aposentos. Emiliash, fiel escolta de Zalamatrusta, le indicó que estaban al final del pasillo que tenía enfrente.

- Espere un segundo - interrumpió la propia Emiliash. - ¿No desea conversar con su hijo, el III? - La II dedicó una mirada de desprecio al escuchar aquel nombre.

- No me interesa pasar siquiera un segundo con el débil de mi hijo, que decidió entregar Kasuta a los que le vencieron. Que llore como el miserable que es, lo que no pudo defender como uno de los grandes hombres. - Tras aquellas palabras, Ishamaek II se perdió entre los pasillos y el silencio reinó hasta que el portazo que indicaba que había llegado a su habitación lo destruyó. Ello sirvió a los demás para reiniciar la discusión que tenían entre manos.

- Disculpad por interrumpir. - Dijo Jacais. - ¿Pero qué hacemos con las esferas elementales? - Los artefactos, tras haber sido extraídos del III, continuaban en el mismo lugar que los dejaron. Su apariencia ocultaban el potencial destructor que realmente poseían, lo que hacía que nadie se atreviera a sugerir un posible destino para las mismas.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora