Capítulo 54: Incluso los dioses sangran

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- Entonces... - Comenzó Ishamaek I. - ¿Cuándo estoy herido todos vienen a por mi, pero ahora nadie se atreve? - Observó a ambos lados, esperando una respuesta. Anglostino y Amortdela permanecieron quietos, sin quitar su mirada del I. Jacais y los demás estaban en el otro extremo, mientras que el III, exhausto debido a la pérdida de sangre, yacía tumbado en el suelo, controlando su respiración. - ¿Nadie? Tendré que forzar la situación. - Juntó las palmas de sus manos, canalizando energía hacia los cuatro orbes elementales que rodeaban a la Torre Alzamiento.

Al percatarse, los escoltas divinos avanzaron a toda velocidad hacia el I. Jacais y los suyos tampoco se quedaron quietos, pudiendo aprovechar un ataque al unísono que desbordara a su enemigo. El I no iba a quedarse quieto esperando, dirigió a Muerte y Esperanza hacia Jacais y los suyos, mientras que a la vez arrojó un torrente ígneo hacia los escoltas divinos, que vieron como sus ropajes fueron alcanzados por el hechizo. Antes de que éste alcanzara su piel, se deshicieron de sus prendas, revelando así sus cuerpos.

- Vaya, vaya... ¿Este es el rol que ocupáis desde que Mattris os arrebató el puesto de Mano, Mano de Pe y Mano de Va? - Anglostino, que se trataba de un hombre que rondaría los 40 años, le dedicó una mirada de odio. Sus grises pupilas no se apartaron de un Ishamaek I que sonreía al ver a aquellas figuras divinas. Una cicatriz que atravesaba en horizontal su nariz y una barba de pocos días, acompañaban una barbilla con perilla. Amortdela era, por el contrario, un tipo algo relleno con una calva cabeza. Ambos compartían idéntico atuendo, unos harapos con el emblema de los dioses Pe y Va. Amortdela solo llevaba la "V", mientras que Anglostino correspondía con la "P". Más que guerreros divinos parecían presos de un juramento eterno. Al recuperarse, volvieron a abalanzarse sobre el I, que no tuvo mayor reparo en agarrarlos a ambos de la cabeza con una facilitad insultante. - No os preocupéis, os liberaré de la atadura divina. - Las palmas del Fundador emitieron un misterioso brillo que se extendió a los cuerpos de ambos escoltas, que se deshicieron en infinitos fragmentos etéreos que se desvanecieron en el aire.

Aprovechando los escasos segundos que consiguieron, Jacais y los demás lograron repeler a Muerte y Esperanza. El I se percató y redirigió sus guadañas a una distancia más cercana.

Carls, que consiguió reparar sus artilugios, pudo adelantarse y golpear al I, interrumpiendo su rearme.

- ¡Ahora, Sentai! - Gritó su compañero, que se vio arrastrado por la fuerza que depositó en aquel último golpe. Tuvo que deshacerse con velocidad de sus armas, pues se sobrecalentaron y el contacto con su piel le produjo severas quemaduras.

Jacais aprovechó el agujero creado para zafarse de las guadañas y canalizar varios exploxions en su espada, tal y como su difunta maestra le enseñó. Sabía que no tendría otra ocasión como aquella para terminar con todo.

El I trató, desesperado, de encontrar a Jacais. Sabía que estaba frente a él, pero la contusión del golpe le desorientó más de lo que esperaba. Su rostro quedó desfigurado, pero la labor de su Sello de Sangre le permitió recuperarse en cuestión de pocos segundos. Para su fortuna, logró establecer contacto visual con su principal amenaza, Ishamaek IV. El joven avanzaba a toda prisa hacia él empuñando su espada, impregnada en cientos, quizás incluso millares, de sellos de exploxion que, ante cualquier contacto, detonarían al unísono. El Fundador interpretó aquello como una última ofensiva a la desesperada. Y no era para menos, su regeneración había concluido y con ello la capacidad de actuar a pleno potencial. Le sorprendió el esfuerzo con el que sus enemigos planificaron y actuaron para verle caer. Pero se quedaría en eso, en un mero intento que sería olvidado en la historia.

- Eso es, Jacais. Muéstrate de esa forma tan ridícula. - Extendió los brazos y posicionó sus dedos para invocar a sus dos guadañas: Muerte y Esperanza. - Tanto luchar, para perecer justo en el final. - Fue en aquel entonces, quizás demasiado tarde, que Ishamaek I, el Fundador, aprendió una de las más valiosas lecciones que una persona puede conocer. En la batalla, por muy insignificante que sea aquel que tienes en frente, jamás debes de subestimar. Y menos cuando ese alguien no tiene nada que perder, pues ellos son los que más pueden ganar.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora