Capítulo 52: Gracias por ser mi luz

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Larbus se colocó a apenas unos pasos del fundador de la dinastía que reinó Kasuta, que recién formalizó una oferta que con toda seguridad le sacaría de aquel encuentro: Ser su Pactado de Sangre. El anciano, conocedor de la magia elemental de Aire y que recién activó la forma elemental de la misma, observó como la sangre chorreaba de su adversario. En ese instante fue cuando, de un manotazo con su mano que aparentaba ser inservible, denegó la oferta del monarca.

- Voy a subirte hasta esa estrella, aunque sea con mi alma agarrándote del cuello. - Con la mano manchada de la sangre de Jacais, Larbus ejecutó un segundo Trielemental que sorprendió al I que, a pesar de que trató de evitarlo, no dispuso de tiempo suficiente. La sala se llenó de truenos, agua y viento, reventando todos los ventanales cayendo los quebrados trozos de cristal desde lo más alto del monumento.

Una vez disipado todo aquel caos, el cuerpo, si podía llamarse de esa forma, de Larbus fue lo único que quedaba en pie en toda la sala. Ambos brazos cayeron de cuajo, sus piernas estaban irreconocibles, de su rostro sólo restaba un ojo pues el otro fue erradicado por el impacto del hechizo y la sangre comenzó a poblar el suelo de la última planta. Al otro lado de la misma, el cuerpo del I yacía apoyado sobre la pared, sentado y oculto de forma parcial por los escombros.

- Desgraciado... - Musitó el Fundador. - Sin duda, tu ingenio y fuerza son increíbles, Larbus. - El I alzó la cabeza y, con una sonrisa enloquecedora, le dedicó aquellos halagos. - He de admitir que casi me tenías. La única persona junto a mi hija que me ha hecho ver mi existencia por delante de mis ojos. - En aquel instante, su cuerpo comenzó a regenerarse, aunque no a tanta velocidad que en anteriores ocasiones. Su tórax estaba seriamente dañado, su brazo izquierdo amputado y uno de sus ojos quedó inservible. Poco importaba aquello, pues en cuestión de tiempo todas aquellas heridas dejarían de existir una vez que su sello original hiciera su trabajo. - Sí, has sido inteligente. La interpretación de que solo un miembro de la dinastía maldita puede matar a otro de la misma es del todo incorrecta. - Su estado era tal que no podía andar por sí mismo, requiriendo del uso de sus guadañas a uso de muletas. - Es la sangre la que puede evadir esa barrera. Pensaba que nadie vería el cuerpo de mi bisnieto si lo arrojaba. Veo que me equivoqué. Al igual que tú pensaste que tu última ofensiva iba a ser suficiente.

- ¡Viejo! - Gritó Jacais, que junto a los demás alcanzó el lugar tras regresar del plano de los muertos. El I, sorprendido, detuvo el ataque con el que iba a poner fin a la vida de Larbus.

- Esos malditos dioses. Tan desesperados están por detenerme que incluso han quebrado su norma fundamental... - Maldijo el Fundador. 

- ¡Vamos a ayudarte! - Todos procedieron a entrar en la sala, en formación ofensiva hacia el Fundador, que todavía se encontraba debilitado por las heridas.

- Pensé que estabas muerto. - Le indicó el anciano, sin apenas energía.

- Estás en lo correcto. Es algo raro, te lo contaré más tarde. - Le respondió Jacais, aunque no parecía mostrar mucha convicción en aquello último. Larbus coincidió con aquello, pues ni él pensaba que fuera a salir vivo de aquello.

- Larbus, - Interrumpió el I. - todavía puedo salvarte. Sólo tienes que ordenar a Jacais que se retire y aceptar ser mi Pactado. Estamos a tiempo de finalizar el Plan Alzamiento. Sé inteligente y sobrevive junto a mi sangre.

- ¡Si eso te ayuda, hazlo! - Gritó de inmediato Jacais. - Nos las arreglaremos para detenerlo juntos. - Los demás afirmaron con la cabeza. No conocían a ciencia cierta las consecuencias de que Larbus aceptara las condiciones del I, pero si algo había seguro es que si se negaba iba a morir.

El anciano miró a Jacais y sonrió. Una extraña sensación recorrió el cuerpo del muchacho. No era la primera vez que le había visto sonreír. Pero aquella sonrisa era distinta. No era una dirigida a reírse de él por haber hecho algo mal o por sufrir. Podría incluso jurar que jamás le había visto esbozar una tan sincera como aquella. Pese a ello, no fue la alegría la que inundó el cuerpo de Jacais, que tensó los músculos de su cuerpo y su cerebro le prohibió pestañear por aquellos segundos, como si quisiera grabar aquel momento en su mente. El anciano, en cambio,  pasó a dirigir su mirada al I, sin darle mayor importancia.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora