Capítulo 14: Primeros encuentros

17 2 20
                                    

 Zalamatrusta, acompañada como de costumbre por sus fieles guardaespaldas, se dirigió a uno de los muchos mecanismos de transporte que servían para desplazarse a lo largo del interior de la fortaleza de la capital. Tras observarla unos instantes, la activó sin molestarse en leer el destino, pero sí torcer sus labios, lo único que podía apreciarse de su rostro oculto por un sobredimensionado antifaz. Los tres desaparecieron del Palacio Real para aparecer en un pasillo oscuro, por debajo del abismo sobre el que se alzaba la fortaleza de la capital.

- Es aquí. – Susurró la reina a la vez que con paso lento se acercaba a una sala, en cuyo centro se encontraba un conjunto de cadenas que cerraban una caja colocada sobre un pedestal. En el techo había en tiempos pasados unas esferas de cristal que fueron destruidas y cuyos fragmentos aún estaban presentes en el suelo.

- ¡Por fin! ¡Hacía bastante tiempo que nadie me visitaba! - Exclamó con asombro la caja, para nula sorpresa de los recién incorporados.

- Déjate de cuentos. – Interrumpió Zalamatrusta, ordenando al mismo tiempo a sus protectores que se posicionaran en frente de ella. - ¿Sabes algo de lo que está ocurriendo en la superficie?

- ¿Superficie? – Reía el extraño. – Ojalá supiera qué se cuece allá afuera. ¿Qué te hace pensar que sé algo al respecto?

- Dije que te dejaras de falsedades. – Replicó la monarca. – Ambos sabemos a lo que nos referimos. Ese alocado y estúpido objetivo.

- Ese objetivo no es alocado. – Negó molesto el hombre-caja, cambiando el tono de sorpresa por uno misterioso y amenazante.

- ¿Usas el presente para definirlo? – Preguntó Zalamatrusta, mostrando sarcasmo en su cuestión. – Te recuerdo las condiciones en las que se encuentra tu sello. No vas a salir de aquí en lo que queda de historia. – Dijo en un tono totalmente diferente al que había sido propio de ella hasta ahora. La siempre seria y formal Zalamatrusta, se tornó en alguien que ansiaba liberar toda su ira y frustración sobre lo que tenía frente a sus narices.

- Ahora que me percato... - Susurró el sellado. - Esa esencia. Estás relacionada con Zalurme, ¿no es cierto? Espero que llegado al momento grites como él lo hizo. – Aquello sacó de sus casillas a su majestad, que apartó a sus escoltas para sostener la caja con ambas manos, con agresividad.

- ¡No metas a mi padre en esto! ¡No se mereció el final que vosotros le disteis! - Exclamó, escapando de entre su antifaz una lágrima. Comenzó a agitar el sello, pero sin llegar a alzarlo del lugar en el que se encontraba. - Jamás os lo perdonaré, y juro por los dioses que tendrás que pasar por mi cadáver antes de salir de esta caja.

- No nos interesa tu perdón, sacerdotisa de los falsos dioses. En cuanto a lo último, me encargaré de dejar bien marcada mi pie en tu rostro. - El hombre-caja liberó una sonora carcajada. - Este sello no me contendrá eternamente, y lo sabes. - Su majestad se apartó de ella y ordenó a sus guardaespaldas que la siguieran. No estaba dispuesta a seguir escuchando aquellas palabras.

- Solo entonces la eterna e ininterrumpida falsa luz de la estrella parpadeará. Una nueva tierra nacerá y el hombre será al fin libre de la divinidad. Y con ello, devendrá la Caída de los Alzados – Decía la caja a la vez que los tres visitantes desaparecían del lugar con ayuda del transportador que usaron para entrar.




Tras concluir lo que, a su juicio, había sido un buen discurso, el Capo alcanzó el departamento de hechicería. Abrió la puerta con ayuda de la única llave existente para acceder a la sala (que además carecía de ventanas o cualquier otra conexión con el exterior), medida tomada para evitar espionajes por parte de los enemigos. Nada más acceder, cerró a toda velocidad, de nuevo con ayuda de su llave y descendió por una de las escaleras que conducían a lo que era la propia sala en sí. En su centro se encontraba una gran esfera que, dada sus características, sería mejor decir que se trataba de una burbuja enorme y en la pared de la derecha un mapa del reino de Kasuta, en el que se incluía todo el territorio comprendido desde el sur de la península hasta la parte más lejana del norte: La cordillera inexplorada.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora