Capítulo 2: Cuestiones irresueltas

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   En el interior de una caverna situada en algún lugar desconocido, se encontraba Zakutush, el que fue compañero de celda de Jacais durante su breve estancia en los calabozos de la fortaleza del último rey de la dinastía pasada y, además, fugitivo por andar experimentando con magias y artes prohibidas. Allí, se encontraba realizando unos últimos preparativos para un hechizo. Detrás de él se encontraba el encapuchado del cetro y el pájaro, Yerichi. Bajo su capucha permanecía ese particular tono púrpura de sus ojos.

- ¿Hay algún avance? – Preguntó el líder de aquel misterioso grupo y cuya identidad permanecía oculta por sus ropajes. Su tono, al contrario de lo que pensó en un primer momento Zakutush, distaba mucho de ser impaciente. Más bien, era ansioso pero consciente de que aquello tomaba su tiempo.

- Sí. – Afirmó el fugitivo. – Sólo hay que probarlo.

- Usa a quien prefieras. Cualquiera, menos a esos dos. - Pronunció Yerichi. - Si sale mal, nuestro plan carece de sentido. - El pájaro, posado en su hombro, graznó como si consolidase la respuesta de su dueño.

- No se preocupe, Lord Yerichi. Todo saldrá como usted desea. – Se levantó, se acercó a lo que parecía ser un altar y colocó su mano en el centro. - ¡Reostrikazion! - Unos instantes después de pronunciar el hechizo, un rayo azulado surgió del lugar hacia la estrella Peva. Tras una breve canalización, impactó sobre un cuerpo que yacía en frente del altar. Poco después de recibir el impacto, el cuerpo se levantó.

- ¿ Qué es esto? ¿ Dónde estoy? – Se preguntaba la persona envuelta en confusión y en miedo.

- Funciona. – Susurró Zakutush. - ¿ Le convence, Lord Yerichi? - Preguntó el hechicero, liberando una profunda sonrisa de satisfacción. Al fin, tras tantos intentos, el hechizo en el que había estado trabajando había dado sus frutos.

- Bien hecho, Zakutush. - Felicitó el misterioso sujeto. - Prepara entonces a nuestro querido monarca. - El líder del grupo le dio la espalda al hechicero y acarició a su mascota con delicadeza, por la parte inferior del cuello. Esta, lejos de protestar, parecía conforme a los mimos de su dueño. - El Plan Alzamiento debe continuar. - Musitó antes de desaparecer en las profundidades de aquella caverna.



Ya distinguía el templo de las divinidades, solo bastaba con subir una pequeña cuesta y ya volvería a verlo, al hombre que había estado buscando y por el que tuvo que unirse a aquella revolución: A Larbus. Conforme más se acercaba al lugar, más iba recordando sus momentos junto a él y sin él. Todos ellos con sus pros y sus contras, pero en definitiva aquellos que motivaron todos sus esfuerzos y actos pasados. No pretendía tampoco ponerse demasiado emocional. Si el anciano detectara alguna lágrima o rastro de ella en su rostro, probablemente recibiría un comentario de mal gusto que chafaría aquella mentalidad positiva que, al fin, había alcanzado. – Debo darme prisa. – Pensaba con cada paso hasta que alcanzó la puerta del lugar. Estaba en el mismo estado que la última vez. Era un simple lugar de culto en honor a los dioses, sin ningún tipo de ornamento o elemento de lujo que mereciera destacar. Al llegar, se detuvo y respiró un par de veces para tranquilizarse. Ya algo más relajado, entró en el recinto. Alcanzó el patio tras atravesar unas salas anexas y allí estaba, mirando a la luna bajo un cerezo en flor, acompañado de su bastón, que en realidad ocultaba una catana.

- ¡Viejo! – Gritó Jacais a los cuatro vientos. El anciano se dio cuenta de su presencia y giró la cabeza hacia él, decidiendo esperar hasta que el joven se acercará. Ya casi enfrente, cuando parecía que iba a corresponder con un gesto de aprecio, se levantó y le dio un garrotazo en la cabeza, derribándole.

- ¡¿Dónde has estado todo este tiempo, cenutrio?! – Le preguntó el anciano.

- ¿Cómo que dónde he estado? Querrás decir dónde has estado tú. – Le corrigió el joven. Fue entonces cuándo Larbus se percató de la espada que tenía Jacais.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora