Capítulo 25: A puñetazos contra el demonio

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El ataque en la capital liderado por Togul continuó pese a la retirada de Jalgus tras su enfrentamiento con Anus. La figura encapuchada de ropajes negros llevó a cabo pequeños ataques con múltiples cuchillas teniendo como objetivo a las defensas internas de la capital. Sus movimientos acrobáticos impedían a los soldados poder seguirle el rastro, además de caer en un abrir y cerrar de ojos ante sus cuchillas. Aquellas letales armas estaban atadas a sus dedos, aunque sus mangos estaban rodeados de un vórtice oscuro cuyos efectos eran desconocidos para sus víctimas.

- Esto de compartir color de vestimenta con un compañero es fastidioso. - Musitó una voz femenina bajo aquellos ropajes. - En fin, me limitaré a cumplir mi tarea. - Frente a ella apareció Krausti, con su espada todavía manchada por la sangre de los monjes con los que acabó en la biblioteca. - Lo eliminaré enseguida - Susurró para sí misma, conforme deslizaba las cuchillas por el aire. El joven, con unos reflejos asombrosos, bloqueó todas ellas con una facilidad que dejó pasmada a la encapuchada, que se distanció unos metros. - Nada mal. - Respondió esta. - Sobre todo viniendo de alguien tan joven.

- Tú tampoco pareces muy veterana. - Dijo Krausti, adoptando una postura ofensiva. - Parece que has disfrutado acabando con la vida de los más débiles, ¿harías lo mismo conmigo?

- Me encantaría, créeme. Pero no tengo intención de hacer asesinatos en masa, ¿sabes?

- ¿Qué pretendes entonces? - Le interrumpió un Krausti que mostró suma indiferencia al discurso enemigo. La mujer resopló y le restó importancia a la impertinencia del chico.

- Estoy buscando a una persona. Lo mismo lo conoces. Es alguien importante para mí. Diría que tiene tu edad, es un poco inseguro... Aunque tampoco le pregunté cuantos años tenía y supongo que algo habrá mejorado desde que le entrené... - Desvarió la encapuchada.

- Yo también tenía una promesa con alguien a quien apreciaba, pero vosotros me la arrebatasteis. No veo porque yo tendría que contenerme. - Krausti saltó hacia la muchacha, colocándose frente a ella y desplazando su espada. La encapuchada logró evitar el ataque y alejarse, oscilando sus navajas a puntos vitales de Krausti, que logró desviarlas con un elegante movimiento circular.

- Esas habilidades no se instruyen en los entrenamientos de soldados. ¿Quién te las enseño? - Preguntó sorprendida ante tales movimientos.

- Eso no tiene nada que ver con esto. - De un rápido salto, volvió a alcanzar a la muchacha, logrando esta vez atravesarle el pecho con su espada. Sin embargo, se sorprendió que el ataque no produjera herida alguna, sino que la atravesó cual espectro.

- Interesante movimiento. - Comentó. Posó sus brazos tras su cabeza y bostezó. - Pero como sospechaba, no es capaz de deshacer mi Sello de Sangre. - Como si no hubiera pasado nada, se limitó a apartarse de la espada y posó su brazo en el hombro de Krausti, que no comprendía que acababa de pasar.

- ¿Sello de Sangre? ¿Es una pactada? - Pensó Krausti. Repitió el ataque, atravesándola por la cintura pero de nuevo sin producirle daño alguno. Lejos de rendirse, volvió a atacar dando espadazos al aire y sin seguir obteniendo ningún resultado favorable. La Pactada incluso llegó a bostezar una vez más.

- ¿Has acabado ya? - Deslizó los dedos con suavidad y enredó el cuello del joven entre los hilos de sus cuchillas. - No tengo tiempo para tonterías. He de cumplir mi misión aquí y encontrar a ese muchacho. - La joven juntó sus dedos, estrangulando a Krausti en el proceso, que iba poco a poco quedándose sin aire. De repente, se vio liberado tras posarse un pájaro de plumas negras y ojos verdes en el hombro de su adversaria. - Pues parece que has tenido suerte. - Dijo ella, guardando sus armas. - Pero así a modo de consejo, no te metas con uno de nosotros. ¡Adiós! - La pactada desapareció, dejando tras de sí un rastro de plumas negras. Krausti se arrodilló y golpeó con furia al suelo.

Kasuta || La tierra jamás fundadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora