1

5.6K 485 77
                                    

Jungkook saltó a la colchoneta, se dejó caer sobre ella y rodó para tumbarse sobre su espalda. Acababa de completar un circuito agotador. Mientras recuperaba la respiración, repasándolo mentalmente, estableció cinco minutos de descanso en su reloj y luego cerró los ojos. Cuando se terminara el tiempo lo repetiría, porque había tenido dos fallos.

—¿Todo bien? —preguntó la voz de Jieun desde el otro lado del polideportivo. Jungkook levantó el brazo y le enseñó el pulgar.

Ella también estaba entrenando, solo que en compañía de su entrenador. Los tres eran las únicas personas lo suficientemente locas para entrenar a esas horas de la mañana. Jungkook las prefería. Odiaba entrenar con gente alrededor. Era algo que no podía evitar. Podía competir con miles, millones de personas mirándole sólo a él, con cámaras y profesionales analizando cada uno de sus movimientos, y mantenerse concentrado. Pero el momento del entreno era algo personal, su oasis personalizado. No a cualquiera le permitía dirigirse a él mientras entrenaba y, con el paso de los años, todos en el Centro de Alto Rendimiento lo habían aprendido.

En realidad, la falta de gimnastas durante esas horas del día probablemente se debiera a que eran las que él utilizaba y no al revés.
Cuando su reloj pitó tres veces, Jungkook se levantó, se puso magnesio de nuevo en las manos y repitió el circuito, esta vez sin fallos.

No le gustaba tener fallos. Muchos dirían que era una faceta normal adquirida en su carácter como consecuencia del deporte de élite, pero la verdad era que había sido perfeccionista durante toda su vida. El deporte, al menos al principio, tan sólo había sido su manera de dejarlo salir, de liberarlo. En la vida cotidiana no podía planificar las clases de sus profesores para que fueran más efectivas, no podía organizar los horarios de todos sus amigos para que les diera tiempo a estudiar y a divertirse y no podía ordenar los libros de la biblioteca sin recibir comentarios al respecto. Sin embargo, sí podía hacerlo con la gimnasia. Podía estudiar cientos de coreografías diferentes, podía salir a correr hasta que los pulmones le fueran a estallar, podía pasar horas, días, semanas encerrado en un estudio para perfeccionar el mismo movimiento sin que nadie lo comentara.

Podía entrenar. Él sólo. Él sólo y su perfección.

Sin darse cuenta, el deporte se convirtió en su refugio, y se transformó en mucho más que en su chivo expiatorio para perseguir lo óptimo. Se enamoró - o se obsesionó, pero, ¿cuál es la diferencia? Jungkook nunca había creído en ella - de la gimnasia como no se había enamorado de nada ni de nadie. Se convirtió en parte de su vida, en parte de su identidad. Para cuando cumplió los diez sabía que no había otra cosa que pudiera hacerle feliz y, a los catorce, fue admitido en su primer Centro de Alto Rendimiento. Ahora, con veintitrés, la gimnasia no sólo era el eje principal de su existencia, alrededor del cual se aglutinaban el resto de cosas, sino que había conseguido destacar en ella. Sus medallas de campeonatos de copas confederativas, su fama floreciente y la carta de Invitación del Comité Olímpico Internacional que había recibido hacía unos meses lo confirmaban.

Ser reconocido en algo por lo que sentía pasión era gratificante.

Aunque, pensó al oír pasos acercarse, también tiene su lado malo.

—¿Qué habría pasado si te hubieras caído?

Jungkook ni siquiera se movió, tumbado de espaldas.

—Me habría levantado.

Los pasos se acercaron un poco más, hasta el borde de la colchoneta.

—Quizás. —dijo la voz. —O quizás te habrías lesionado. Te habrías podido dar un golpe en la cabeza, ¿sabes? ¿Crees que vale la pena? Creí que alguien como tú sabría que no puede entrenar en las barras sin supervisión, ¿cuántas veces voy a tener que decírtelo?

Olympic - TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora