Epílogo

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Jungkook se miró al espejo. Sonrió, se lavó la cara, volvió a sonreír. No sirvió para nada. En cualquier caso, sus ojos estaban incluso más enrojecidos que antes.

No había dormido bien. Los nervios no le habían dejado pegar ojo en toda la noche y, esa mañana, el despertador había sonado justo cuando había logrado conciliar el sueño.

Trató de sonreír otra vez, pero no funcionó.

Por favor. No se sentía tan fuera de sí desde los Juegos Olímpicos de hacía dos años.

Cuando salió del baño, lo primero que escuchó fue la risa de Taehyung, aún desde la cama.

—No. —Jungkook cerró los ojos y negó con la cabeza instantáneamente, llevándose las manos a la cara. —No, no estoy de humor.

La risa se incrementó, seguida del sonido del deslizamiento de las sábanas.

—Pero estás llorando. —escuchó decir al hombre. Una pequeña carcajada incrédula. —Estás llorando, llorando.

Jungkook negó otra vez.

—Déjame en paz.

A pesar de sus palabras, no opuso resistencia cuando las manos de Taehyung le descubrieron el rostro. En su lugar, todo lo que pudo hacer fue un puchero.

Él, un hombre adulto de treinta y tres años. Un puchero.

La cara de Taehyung se contrajo cómicamente.

—Has perdido la apuesta. Lo sabes, ¿no? —preguntó, haciendo un obvio esfuerzo por dejar de sonreír tan descaradamente.

—No. —respondió Jungkook, aunque su voz sonó nasal. —No he perdido.

—Pero si estás llorando, mi amor. Dijiste...

—Dije que no lloraría cuando le dejásemos allí, no dije nada de antes. —Jungkook se sorbió la nariz. —Así que no he perdido.

Chasqueando la lengua, aunque aún divertido, Taehyung le soltó la cara.

—Bah. —dijo, mientras se salía por la puerta de la habitación. —Ríndete, Kook, los tres sabemos que vas a llorar.

Jungkook gruñó internamente.

Desde hacía un par de años, más o menos unos meses antes de que Taehyung le pidiera matrimonio, Minki y él habían descubierto su secreto mejor guardado: era un llorón. No es que lo hubiera mantenido escondido de ellos, al menos no conscientemente, pero estaba tan acostumbrado a no mostrar sus emociones hasta que Taehyung había llegado a su vida que hasta él mismo, tras tanto tiempo negándoselo, había olvidado cuán sensible realmente era.

Sentirse amado incondicionalmente por las dos personas con las que vivía tenía sus lados buenos. Jungkook realmente era feliz. No podía imaginar un escenario mejor que cualquiera en el que estuvieran Taehyung y Minki. Lo daría todo por ellos, por su bienestar, y sabía, por la forma en la que su esposo le miraba, por la forma en la que Minki discutía con él como con un padre, que era correspondido.

Sin embargo, la confianza que tenía con ellos, tan absoluta como inquebrantable, traía consigo una comodidad que también tenía un lado malo.

Ahora, su lágrima fácil se había convertido en la broma favorita de la familia.

Cada vez que veían una película triste, Jungkook lloraba.

Cada vez que sonaba una canción triste en la radio, Jungkook lloraba.

Dios, pero si la primera vez que Minki había tenido una cita, hacía seis años, Jungkook había llorado.

En realidad, no le importaba que se rieran de su llanto. Había sido él el primero que se había reído de sí mismo la primera vez que le pasó, cuando Minki le llamó papá por primera vez, y podía admitir que era divertido. Además, cada vez que terminaba de llorar, Taehyung le daba un beso en la frente distinto a los que le daba en cualquier otro momento. Era como si, a pesar del contexto, le agradeciera continuar abierto para ellos, continuar mostrándose tal cual era. Su mano le apretaba el brazo de una forma inconfundible, y Jungkook jamás había creído que podría sentirse orgulloso por llorar, pero... Bueno, aquí estábamos.

Olympic - TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora