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Al final no habían cenado pollo. Habían decidido ir al mismo restaurante al que habían ido la noche en la que Taehyung le encontró vomitando en el baño y, en cuanto Jungkook se había sentado, los recuerdos le habían hecho pedir el mismo plato y el mismo vino. Taehyung había hecho lo mismo, y esas habían sido las únicas similitudes entre ambas noches.

Esta vez, no hubo propuestas indecentes durante la comida, sino conversaciones sobre amigos, sobre familia, sobre ideales. En lugar de miradas agudas y sonrisas lentas, hubo risas tontas, pestañeos, el roce de una mano. Alguna historia y algún consejo. El destello de algo más profundo en unos ojos donde la última vez sólo había lujuria.

La diferencia más notoria, quizás, fue el destino final de la noche. Jungkook se subió al coche de Taehyung y se acomodó en el asiento del copiloto, observando su perfil manso y relajado al conducir. Estaba tan cómodo allí, en ausencia de cualquier chirrido interno que atravesara su calma, que no se dio cuenta de que el hombre les dirigía hacia su propia casa hasta que llegaron.

—¿No me vas a llevar al Centro? —preguntó Jungkook, volviéndose de nuevo hacia él tras mirar a su alrededor.

Taehyung alargó el brazo y le desabrochó el cinturón.

—No. —dijo con simpleza. La iluminación nocturna le enmarcaba el rostro y Jungkook, que en un principio no comprendía por qué todo el mundo se acercaba a ese hombre como si fuera un imán, quería tomarlo entre sus manos y besarle hasta que la necesidad se extinguiese.

Así que lo hizo.

Cuando se tumbaron por fin en la cama, una vez Dahyun se hubo ido y Taehyung le hubo dado un beso de buenas noches a un Minki ya dormido, Jungkook rodó sobre él, estremeciéndose al sentir unas manos atraparle la cintura en la oscuridad. Se mantuvo quieto.

Tras unos segundos de silencio, puso las suyas encima y las guió bajo su ropa.

Las palmas de Taehyung también tenían callos, Jungkook no se había parado a sentirlos hasta ese momento. Eran suaves mientras se arrastraban hacia arriba por su torso, llegando hasta su pecho, y mientras volvían a bajar desviándose hacia sus costados, recorriéndole despacio en algo que parecía más un reconocimiento que una simple caricia, pero había pequeños centelleos de algo más rugoso de vez en cuando. Nada exagerado, sólo leves roces inesperados como la corteza de un árbol entre algodones. De alguna forma le gustaba más que la simple suavidad de unas manos vírgenes.

Suspirando, se inclinó hacia delante, las manos deslizándose hacia su espalda como respuesta, dándole la bienvenida. Aunque sus ojos aún no se habían acostumbrado a la oscuridad, de cerca podía distinguir los ojos de Taehyung mirándole.

—Conozco el agujero en el que está Jieun. —confesó en voz baja, apoyando la frente sobre la suya. —Tengo miedo de intentar ayudarla y caerme otra vez.

Taehyung le besó la nariz como toda respuesta. En realidad, Jungkook no necesitaba más. Sólo admitir aquello le había descomprimido el pecho.

—Ahora tú. —pidió.

Escuchó al hombre tomar aire.

—Empecé a practicar gimnasia relativamente tarde, a los doce años. —comenzó, despacio, como si fuera una historia que hacía mucho tiempo que no contaba y que le costaba recordar. —A los dieciocho me mudé a Europa y gané mi primera competición nacional en Francia. A los diecinueve la europea. A los veinte aún no había perdido ninguna.

—Guau. —susurró Jungkook.

—No vivía en un Centro de Alto Rendimiento. Vivía en un edificio lleno de gente en una calle muy concurrida, y allí conocí a una mujer. Dos años después adoptamos a Minki. —Jungkook quiso moverse, pero las manos en su espalda se hicieron férreas de pronto. —Tuvimos mucha suerte —continuó Taehyung. —porque los trámites no duraron mucho. Las adopciones suelen tardar mucho más tiempo.

Olympic - TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora