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Jungkook suspiró, dejando su botella de agua en el suelo. Ya lo había hecho antes, pero aún así metió las manos en el magnesio antes de subirse a la colchoneta, intentando inútilmente ganar algo de tiempo. Lo necesitaba, porque, cuando estuvo por fin bajo las barras dobles, de pronto le parecieron el triple de altas.

Tragó saliva.

—¿Estás listo? —le preguntó Taehyung.

Jungkook asintió con la cabeza.

Al momento siguiente, negó.

Habían llegado al polideportivo a la vez. Taehyung y él. Exactamente a la hora a la que el hombre le había dicho ayer que se presentara allí. Antes de eso, Jungkook ya sabía que sería el momento en el que descubriría el verdadero estado de su relación. Ayer habían hablado, sí, y Taehyung había aceptado entrenarle, pero había sido fruto de una conversación con las emociones a flor de piel y, al igual que una lesión puede no doler mientras la adrenalina aún corre por tus venas, no importaba cuanto amor hubiera creído ver en sus ojos: no sabría en qué punto estaban hasta que se vieran en un estado más sobrio, en un entorno más neutro.

En cuanto había llegado, había ido a dejar su bolsa en el vestuario y, al salir, Taehyung ya estaba allí, entrando por la puerta. Jungkook había imaginado entonces dos escenarios.

En el primero, Taehyung se dirigía hacia él, le besaba suavemente, sorprendiéndole, y empezaban a entrenar. Ese lo había construido su corazón.

En el segundo, Taehyung le ignoraba. Se convertía en una roca fría que había decidido que su única relación con él sería meramente profesional. Esa la había construido su cabeza traicionera, y era la que, por un fugaz instante, le exigió formarse una coraza, ser el primero en actuar así a modo de defensa.

Pero no lo hizo.

No porque la necesidad fuera menos intensa o porque creyera que tendría más posibilidades de que todo fuera bien, sino porque, incluso si a partir de ahora Taehyung imponía distancias, Jungkook ya estaba demasiado unido a él como para cerrarse. Estaba demasiado enamorado de él como para intentar hacerle el daño que conllevaba protegerse a sí mismo de esa manera.

No significaba que hubiera dejado de estar asustado.

En cuanto su mirada se cruzó con la del hombre y él le sonrió, dulce, genuinamente, Jungkook juraría que podría haberse caído al suelo del alivio.

Era una sonrisa amistosa, nada más. En realidad descartaba ambos escenarios. Pero estaba bien. Siendo realistas, era el mejor comienzo que podía haber pedido.

—Cuando estés listo, sin prisa. —le dijo Taehyung, devolviéndole al presente, apenas una hora más tarde. Ya habían calentado, y ahora Jungkook estaba encontrando sorprendentes dificultades a la hora de colgarse de sus adoradas barras.

No porque no pudiera o no quisiera. Todo lo contrario: la anticipación se retorcía agradablemente en forma de un hormigueo a lo largo de todo su cuerpo.

La dificultad se encontraba en que... Bueno, lo que le había dicho a Taehyung era cierto. Llevaba meses sin realizar su rutina completa. El miedo a caer si él no estaba allí para sujetarle era tan duro que le congelaba la sangre en las venas solo de pensarlo, sí, pero ahora el hombre en el que más confiaba del mundo estaba a su lado y la desaparición de toda clase de inquietud de su sistema, por paradójico que suene, le había puesto nervioso.

El miedo le había servido como excusa, como forma de explicarse a sí mismo por qué no había vuelto a intentar hacer los giros en los que se había caído desde el accidente. Ahora no lo tenía, y eso significaba que podía intentarlos.

Olympic - TaeKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora