Capítulo 8

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Capítulo 8


No me quedé a escuchar hablar a nadie más. Estaba molesta y realmente dolida. ¿Por qué ellos parecían tan entusiasmados acerca de seguirme mintiendo en la cara? ¿No podían ver que si aquello era una broma, era totalmente de mal gusto?

Como pude salí de la cama y caminé fuera de la habitación, Nathaniel y Katy vinieron justo detrás de mí, pero me voltee hacia ellos, mostrándoles, cómo me hacía sentir el hecho de que estuvieran dispuestos a seguir bromeando conmigo.

No existían los hombres lobo ni los vampiros. Yo no era mate, ni Luna de nadie, punto.

Nadie vino detrás de mí, después de eso. Estuve perdida caminando por la calle, alrededor de cinco minutos hasta que finalmente me ubiqué y caminé hacia la casa. Entré por la puerta trasera y subí hasta mi habitación, tomé algo de ropa, mi mochila de clases, algunos libros, mi tarjeta de crédito y las llaves de la Ranger de papá.

Conduje durante la tarde y buena parte de la noche alrededor del pueblo, hasta que finalmente encontré un hotel donde poder pasar la noche. Estaba demasiado dolida como para siquiera plantearme volver a casa y seguir con aquellas personas. Lo único que quería era tener a mi familia de vuelta, a mamá y papá casados, a Tam no embarazada y tirándome palomitas a la cara cada dos por tres. Pero eso ya no era posible.

Me encontré llorando rápidamente. Tomé una ducha y me hundí en los brazos de Morfeo.

Yo no estaba lista para ir a la escuela, pero tampoco quería pasarme todo el día encerrada en aquella habitación. Sin embargo no me aparecí a las clases que compartía con Nathaniel ni con Katy. Podría soportar a Dylan en el mismo salón conmigo, después de todo a penas y hablábamos, o a penas y nos soportábamos.

Estacioné la camioneta en un lugar vacío del estacionamiento y baje suspirando, este sería un largo y feo día.

Tuve clase de cálculo y ya que no me interesaba en lo más mínimo, pronto estuve fuera de mí. Dylan lucía exactamente como yo, y por la misma razón, ambos fuimos sacados de clase por una regordeta profesora. Maldije internamente, lo único que esperaba evitar era estar a solas con cualquiera de ellos y ahora... me lo había ganado.

-Detente ahí -exigió Dylan antes de que yo pudiera decir nada más.

-¿Qué quieres? -Di media vuelta hacia él y lo fulminé con la mirada.

-¿Realmente por qué estás actuando así, eh? Nadie te ha hecho nada, lo único que estamos tratando de hacer aquí es ayudarte y te comportas como una perra con nosotros.

¿Yo me comportaba como una perra? ¿En serio? Quería golpearlo, quería golpearlo fuertemente en la cara y probablemente romperle un par de costillas. Mi cuerpo aún se estremecía del dolor pasado.

-Sí, supongo que sí -le estaba dando la razón pero sólo para lograr huir lejos de él.

Lo logré, pronto me sumergí entre el resto de estudiantes que estaban saliendo de sus clases. Evite por todos los cielos la cafetería y los lugares más concurridos lo que me dejo a mí frente a la puerta de enfermería. Necesitaba conseguir algo para el dolor y la inflamación rápidamente.

La enfermera me examinó y se quejó de mi estado, diciendo que algo realmente malo debía haberme pasado para encontrarme en tan mala situación. Dijo que volvería con algo más fuerte que simplemente una pastilla, por lo que me quede en la habitación sola por algunos instantes, cuando volvió llevaba un vaso de líquido rojo pálido, lo olí y lo identifiqué como jugo de granada, tras tomar un sorbo miré a la enfermera dubitativamente. Esto no era jugo de granada como había pensado en un principio, qué rayos era.

Luna plateadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora