capítulo# 8

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Anna


Tu ressembelse á un ange…

Aquellas habían sido las palabras que Cholé susurro en mi oído cuando eligió el vestido. Me había enfundado en aquel conjunto a ciegas. La francesa se había empeñado en mantener la “sorpresa” así que cubrió mis ojos con una venda antes que pudiera ver la prenda y después me hizo jurar que no abriría la caja hasta que no fuese a usarlo.

Aquel traje era una hermosa combinación entre la pureza y el pecado.

El vestido blanco, de hombros descubiertos se ajustaba en los lugares precisos, el encaje que cubría mis pechos; dejaba poco a la imaginación y la abertura en la falda adornada con pequeñas puntadas doradas subía hasta la cadera, provocando que a cada paso que daba con los tacones de aguja mi pierna derecha sobresaliera.

—Te ves hermosa, cariño.

Marlín paso con delicadeza una mano por sobre mi hombro desnudo y ambas sonreímos frente al espejo de cuerpo completo en el que llevaba ya un buen tiempo mirándome. Minutos antes la dueña de la casa prácticamente había echado a Adam de la habitación con la excusa que debíamos pasar más tiempo las dos juntas. A regañadientes el pelinegro aceptó, así que ambas nos quedamos platicando y después comenzamos a alistarnos.

Debía admitirlo, adoraba a aquella mujer: sus ocurrencias, la amanera desenfrenada en la que veía las cosas. Era una mujer que aunque fuera envejeciendo su alma seguía joven, intensa, llena de alegría por la vida.

—Gracias, Cholé lo eligió para mí—Comenté provocando que la rubia sonriera con soltura.

—Ella es fantástica en eso—Orgullo puro hacia su hermana adornaba cada una de sus palabras— Desde pequeña le fascinó la alta costura, las pasarelas, el glamour. Ella siempre ha sido mi ejemplo de vida—Marlín con el cabello dorado recogido en un moño alto y un vestido tan negro como el carbón apagado se movió hasta la izquierda, tomando asiento en la cama de su hijo. Metió una mano en medio de sus pechos y saco una pequeña pitillera—A Adam no le gusta que fume—Se encogió de hombros—Pero hay veces que los viejos vicios nos dominan, ¿Te molesta si lo hago aquí?

Hice un ademan con la mano.

—Hubo un tiempo en el que viví con mis abuelos y ellos fumaban así que estoy algo acostumbrada al olor.

— ¿Prometes no decirle nada al terco de mi hijo?

—Será nuestro secreto.

Lleve mi dedo índice en un gesto cómplice hasta mis labios y ella me dedico un guiño coqueto antes de que las dos comenzáramos a reír nuevamente.

—Sabes, me recuerdas mucho a mi misma cuando tenía tu edad. Llena de metas, de sueños por cumplir…—Dio una larga calada al cigarrillo—Después llego Davies y me enamoré perdidamente desde el primer momento en que lo vi sentado en la clase de economía. Su cabello revuelto y su aire de chico malo me cautivaron demasiado—Nubes grisáceas inundaron la habitación cuándo la rubia exhaló todo el aire— Adam y su padre son más parecidos de lo que ellos mismos creen y admiten. Ambos son iguales de cabezas huecas y tienen una habilidad increíble para meterse en nuestros pensamientos y crear una revolución de sentimientos dentro de nosotras.

Asentí intentando que mi nerviosismo no se notara. Por un momento había olvidado el peligro que reparaba el quedarme a solas con la madre de mi novio falso.

—Háblame de ustedes, ¿Cómo se conocieron?
Un sudor frio se deslizó por mi cuello.

—Nos conocimos en la universidad—Comencé recitando la historia que el pelinegro me había prácticamente ordenado memorizar—Después nos vimos nuevamente en la biblioteca, yo estaba buscando unos libros y el me ayudó a encontrarlos…

Tan Solo Una Mirada ( Editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora