capítulo #3

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Adam

—…Y nada de comida chatarra en exceso, Adam—Advirtió mi madre desde el teléfono. Llevábamos hablando desde hace una hora y aún no había dejado de darme sermones.

—Por dios, mamá. —Pasé mi mano por mi rostro—Que ya no soy un niño.

—Entonces deja de comportarte como uno y regresa a tu casa de una vez.

—No es más mi casa—Sentencié con tono molesto—Él se aseguró de dejármelo muy claro antes de sacarme a patadas de allí.

Un largo suspiro se escuchó al otro lado de la línea.

—Esta, siempre será tu casa, y sobre tu padre. —Pausó—Él está arrepentido…

—Sí, también está arrepentido de metérsela a todas sus amiguitas.

—Adam…—Mi nombre abandonó sus labios con un dejo de reclamo.

—Es la verdad mamá, no sé cómo no puedes verlo.

—Él es un buen hombre, solo está enfermo.

—Podemos parar de hablar sobre esto—Soné cortante. Al notar mi error endulcé un poco mi voz y cambié de tema— Debo ir al supermercado a comprar comida de verdad sino terminaré comiendo pizza congelada durante un mes. Y ambos sabemos que no quieres eso, mamá.

—Está bien, tú ganas—Habló derrotada—Pero aún no hemos terminado con esta conversación.

—Como diga, señora. —Bromeé y la sentí resoplar—Más tarde te llamo. Te amo, mamá.

—Y yo a ti hijo.

Colgué la llamada, agarré mis llaves y abandoné mi apartamento. Caminé hacia el estacionamiento más cercano y abordé mi camioneta negra pasando el cinturón de seguridad por mi hombro poniéndome en marcha de inmediato. Había faltado a la universidad solo para poder hacer la mudanza. Aún quedaban cosas por arreglar, pero, ya había logrado que aquel departamento tuviera mi propio toque personal. Haber salido de mi casa, expulsado por mi propio padre, no fue algo fácil. Pero, dejar atrás a mi madre y a mi hermano menor fue lo peor de todo. Sin embargo, en aquel momento no había tenido la oportunidad de elegir.

Aún podía recordar aquella noche, las voces lejanas y los ladridos de los perros en el patio trasero habían hecho que me despertara a mitad de la madrugada.

Bajé por las enormes escaleras de madera a paso lento, crucé la puerta que conectaba la cocina con el jardín para ver que era toda aquella algarabía, y allí estaba él. Tendido en el suelo como la basura humana que era.

El asqueroso olor a alcohol que desprendía se había esparcido por todas partes, su sonrriza ladina era despreciable y como siempre su ropa estaba hecha un desastre: La  corbata sin anudar, la camisa manchada de labial y una botella de Whisky colgaba sobre su mano. A su lado, mi madre, entre sollozos desesperados intentaba que se levantara y entrara a la casa.
 Miles de veces mis ojos habían visto aquel tipo de escena. Pero, esa noche fue la gota que colmó el vaso.

El hombre que me había dado los apellidos se puso en pie, tambaleante. Mi madre, paso una mano sobre su hombro para ayudarlo y fue allí cuando aquel bastardo, el que se hacía llamara a sí mismo “Mi Padre” la empujó contra el suelo provocando que su labio inferior sangrara.

El pulso se me disparó, mis músculos se contrajeron y mi vista se volvió borrosa. Solo tenía una cosa en la cabeza y era acabar con la vida de aquel maldito. No me contuve, caminé hacia él con los puños apretados y me le lancé encima para golpearlo. Oía los gritos desesperados de mi madre, me pedía que parara, pero, no podía parar.

Tan Solo Una Mirada ( Editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora