Capítulo XXIV

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—_____, ¿qué sucede?

Preguntó su abuela, preocupada al igual que su abuelo. Ambos estaban asomados por el marco de la puerta, habiendo llamado su atención el hecho de no haberla visto el resto del día. Incluso, habían llevado bocadillos para ella.

El cuarto de la muchacha, estaba patas para arriba. Todo un caos.

—No, no... Yo...

Comenzó diciendo la joven para regresar a verlos. No quería ponerlos peor por su culpa, pero fue mala idea mostrarles la cara: lloraba sin darse cuenta.

—Princesa, háblanos, por favor. ¿Qué te sucede?

Se aproximó el hombre para agacharse lo mejor que podía a su lado. Apoyó una mano en uno de sus hombros, para que le hablara.

—Yo...

¿Qué decirles?

Miró el reloj que estaba sobre su mesita de noche, viendo que pasaba de la hora acordada. Parecía de noche por todas las nubes que tapaban la luz y la lluvia que se había desatado. Pero apenas pasaban de las seis de la tarde.

—Perdí un anillo... Y es el causante de toda esta tormenta...

Era la verdad.

—¿Cómo una maldición?— preguntó el anciano, regresando la vista a su esposa —¿Será parte del tesoro del barco de la leyenda?

La mujer lo vio con cara de que estaba diciendo algo bobo, aunque para él fuera algo que tuviese sentido. Después de todo, creía en eso.

—Te ayudaremos, mi niña, si eso te deja más tranquila— dijo su abuelo, comenzando a ver a todos lados, buscando por dónde comenzar.

—¿Ya has buscado por aquí?— interrogó su abuela, dirigiéndose a otra parte del cuarto, así colaborar.

En gran parte, le tranquilizaba sentir el apoyo de ambos en aquella búsqueda. Pero la hora la estaba desesperando.

Trataron de ordenar un poco para que les fuera más fácil hallarlo. Aún así, seguía desaparecido.

Ella movía los muebles más pesados y grandes, para que sus mayores no hicieran demasiada fuerza, a pesar de insistir en ayudar en eso.

—Estaremos hasta el año 2000...— tomó asiento su abuelo en la cama, descansando un momento —. ¿Cómo encontraste el anillo?

—Es una larga historia— y no exageraba.

—Yo te contaba historias. Así que será tu turno de contármela a mí un día.

—Sí, abue, no te preocupes...

La cosa era cómo lo haría.

Dejó caer sus hombros, estando sentada en el suelo. Mientras tanto, dirigió su mirada a su abuela, que se había agachado a agarrar unas zapatillas y colocarlas en su lugar.

—No te agaches. Ya lo hago yo— se arrastró hasta donde estaba, pero le ganó.

La mujer observó detenidamente ese par, para agitarlo con ambas manos. Sintió algo dentro de uno de ellos. Aquello pudieron percibirlo su marido y nieta, quedando atentos a lo que sacaría.

—¿Será este anillo?

Los ojos de ______ se llenaron de lágrimas, nuevamente.

—¡Sí!

Exclamó levantándose de golpe y abrazando con fuerza a la familiar.

—¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias!— reiteraba una y otra vez.

Su madre tenía razón que, cada que se perdía algo de pequeña, ella hacía un simple movimiento y ya lo tenía entre manos.

—Vaya... Pero eso debe valer millones...— dijo su abuelo, acercándose boquiabierto por ese descubrimiento.

—¿Y esto causó una tormenta?

—Si fuera pirata, también sería caprichoso de mis pertenencias después de morir...— apoyó una mano en un hombro de su nieta que seguía sin distanciarse de su esposa —Ahora ve y acaba con esta tormenta. Pero vuelve con vida.

Se secó las lágrimas con sus manos, dejando un gran beso en cada mejilla de sus abuelos. Tomó el anillo y prosiguió a salir de allí.

—¡Come algo antes de salir!

Oyó gritar a su abuela de lejos, pero incluso ya había salido de la vivienda.

Corría como le permitía el tiempo, aunque trataba de ir rápido. Tenía la esperanza de que él siguiera allí.

Por las calles no había ni siquiera un vehículo transitando, y los niños estaban sentados bajo los techados de sus casas, observando la lluvia antes de ir a dormir. Varios la vieron correr bastante confusos, que incluso le mencionaban eso a sus padres y querían imitarla.

En un momento, al cruzar en una acera, resbaló y cayó. Por eso, el anillo se escapó de una de sus manos. Lo atrapó en el aire, aún estando en el suelo.

Se levantó tratando de tener cuidado y poniéndose aquella sortija para evitar volverla a perder. Ignoró el dolor de su pierna al tiempo en que evitaba seguir quejándose, para retomar camino, con un raro ritmo que se le fue pasando.

La adrenalina aumentaba a casa paso que daba.

El siguiente capítulo es el final, chan, chAN, CHAAAAANNN

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Besos ♥

VERANO |Poseidón y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora