Capítulo XII

6.4K 884 203
                                    

Actualmente, tenía trece años. Cuidaba de su hermano menor, Kiran, de cuatro, que estaba jugando a mojarla con los chapoteos que hacía. Algo le comenzaba a molestar a _____, pero permanecía en silencio.

Sabía que si hacía algo, como devolverle la chapoteada, empezaría a llorar y la reprimenda por parte de su madre no tardaría. Si quería ir a ver a su amigo, debía tener paciencia. Y de sobra.

Estaban en la playa, toda la familia, incluso sus abuelos. Le gustaban las salidas familiares, pero en esos momentos no le estaba agradando la idea por el hecho de estar interponiéndose con ir a visitar al hombre de cabellos rubios.

Además, tenía una duda.

Lo recordaba como un joven hermoso. No se lo iba a negar. Era como si lo hubiera sacado de alguna película. Por eso, quería confirmar si era así o su mente se había encargado de recordarlo de esa manera.

Por tercera vez, giró la cabeza, disimuladamente, al lugar en donde solían encontrarse. Deseaba ir pronto. Seguro ya la estaba esperando. Una mirada rápida, indicarle que ese día no podría estar con él y regresar. Pero irse, era lo complicado.

Miró sus pies, mientras estaba terminando de armar su plan. Ató unos cabos y lo tuvo más que listo. Ahora, debía de ejecutarlo.

—Mamá~

Alargó la última letra, echando su cabeza hacia atrás, esperando respuesta alguna de la mujer.

Para nada, estaba en lo suyo.

—Papá~

Hizo lo mismo, esta vez con su progenitor.

—¿Qué sucede?

Bingo.

—Quiero ir a nadar y buscar caracolas. ¿Pueden cuidar a Kiran?

—Claro, cariño. Kiran, ¿quieres que hagamos un castillo de arena?

—¡Sí!— exclamó el niño. Se levantó de su sitio y fue a donde su padre, con su cubeta a mano.

Perfecto. Dejó su sombrero de playa entre sus cosas de una manera que no fuera a volarse. Se quitó sus sandalias y corrió al mar, quemándose un poco los pies en el trayecto.

Ahí, se dirigió hasta donde no alcanzaba a hacer pie. Miró sobre su hombro a su familia concentrada en otras cosas. Retuvo todo el aire posible para sumergirse y comenzar a nadar por ahí abajo.

Miraba el fondo que estaba cerca de ella, notando varias piedras que, si pisaba, estaba más que claro que le dolería. Le sorprendía no ver basura. Estaba claro que se trataba de un lugar, aquella playa, por el cual mucha gente no pasaba. También, había una que otra caracola que su atención había llamado y prefirió llevarlas consigo.

Finalmente, creyó llegar. Poco a poco, fue asomando su cabeza, hasta dejar solo sus ojos al descubierto. Y sí, ahí estaba él.

No le había fallado: era un hombre guapo y que parecía joven. Sus ojos estaban clavados en sus propios pies, sin haberla visto aún y en la posición que recordaba.

—Ya te vi.

Sus palabras la sorprendieron. Aquello ocasionó que volviera a sumergirse completamente en el agua, avergonzada de ello.

Pero por los nervios, el aire comenzaba a faltarle cada vez más. Se resignó. Volvió a salir, tomando una gran bocanada de oxígeno. Se le quedó viendo unos momentos, todavía sin acercarse.

—Hola— levantó nerviosa una mano, con una sonrisa que delataba su estado.

No hubo respuesta alguna. Respiró profundo y se fue acercando de a poco, para terminar sentándose en una pequeña piedra que no estaba en la superficie, llegando el agua hasta su cadera.

Se hallaba cerca de él, quizás menos de dos metros. Incluso lo podía apreciar mucho mejor.

—Tienes... unos lindos ojos...— mencionó, para que al menos dijera algo; que agradeciera siquiera.

Pero nada. Silencio. Tampoco la vio. Estaba sumamente quieto si se le queda viendo.

Miró sus manos, en las que tenía las caracolas que agarró de camino allí. La que más le gustó, la extendió en dirección del rubio.

—Te la regalo. Es linda esta caracola— sonrió.

Pero al no ver ni una respuesta corporal, se levantó y la dejó cerca de él, en la arena.

No pensó que con los años se le haría más difícil hablarle. Apenas volvió a sentarse, se sorprendió de oírlo.

—Una turritella turbona.

—¿Ah?

Por aquel nombre raro, más llamó su atención.

—La caracola.

—Ah— expresó, sorprendida —¿Sabes sobre caracolas?— vio las demás que tenía y le enseñó una —¿Cómo se llama esta? ¿Y esta?— enseñó otra.

Poseidón, por su parte, se retractaba de hablar. Ni sabía qué lo había movido a hacerlo. ¿Que la llamara caracola y no por su nombre real? No podía ser, después de todo, eso mucho no le importaba.

—¿Cómo se llama esta que tengo de collar?

Algunas que tenía en sus manos se cayeron al momento en que dirigió su mano a la cadenita que colgaba alrededor de su cuello.

Los ojos azules del dios se dirigieron al objeto que le mostraba, para volver a sus propios pies.

—Nassarius reticulatus.

—Vaya, que nombre más raro— la vio, para dibujar una amplia sonrisa —Esta es la caracola que tú me regalaste hace unos años. La anterior que tenía, era para recordar que debía venir a visitarte.

Poseidón pensó con pesadez. Él jamás le había regalado nada. Ni lo tenía planeado. Lastimosamente, recordaba ese día, hacía ya cinco años.

Se estaba detestando demasiado en esos momentos.

—Es muy increíble que recuerdes nombres tan complicados...

Fue todo lo que dijo _____, mirando sus pies bajo el agua. Quizás estuvo allí cinco minutos, pero era tiempo suficiente para que su familia comenzara a preocuparse, siempre y cuando recordaran que se había alejado.

Dejó escapar un pequeño suspiro, levantándose de su asiento improvisado.

—Mañana regresaré. Mi familia me espera. ¡Nos vemos!

Perdió la noción del tiempo desde que la niña se había marchado. Tal vez no pasaba de la hora, o del minuto.

Observaba detenidamente la caracola que le había dejado, para regresar la vista al frente. Mientras, una de sus manos la tomó con cuidado, para no olvidarla cuando se fuera.

 Mientras, una de sus manos la tomó con cuidado, para no olvidarla cuando se fuera

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
VERANO |Poseidón y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora