Capítulo VII

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Faltaba poco para emprender camino a casa. Observaba como su madre regresaba de haber hecho dormir a su hermano, mientras que su padre conversaba con sus abuelos. Caminó un poco por la sala, andando descalza.

Una pila de papeles llamó su atención, a un costado del televisor. Se agachó para verlas mejor. Eran bastantes.

—Abuelo...

—¿Qué sucede, princesa?— habiendo quedado callado en la conversación, regresó la vista a su nieta.

—¿Estas hojas las utilizas?— apuntó a lo que se refería.

—No, pensaba llevarlas a un contenedor especial. ¿Las quieres?

—Algunas, por favor— sonrió.

El mayor asintió y agarró menos de cinco. Varias de esos papeles estaban utilizados aunque fuera por dos o tres palabras. De todos modos servían para dibujar. Las dejó sobre la mesita de café de esa misma habitación, para ir a pedirle a su abuela unos lápices de colores.

Claramente, al terminar de hablar, se levantó para buscar lo que _____ le había pedido.

Ya teniendo todo en su poder, se sentó en el suelo, a un lado de la mesita del living. Ahora el gran dilema, ¿qué podría hacer? Tenía ganas de dibujar desde que había visto ese montón de hojas.

Jugando un poco con el lápiz de color que tenía en una de sus manos, se percató de su color. Azul. Y bajó la vista a su pecho, en donde reposaba su collar.

No pudo evitar sonreír. Miró rápidamente a los adultos que no le prestaban atención y comenzó con lo suyo.

 Miró rápidamente a los adultos que no le prestaban atención y comenzó con lo suyo

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—¿No está llegando tarde al encuentro con la niña humana, mi señor?

La pregunta de Proteus irrumpió el silencio de esa habitación, en la que ambos hombres estaban con lo suyo: él parado a un costado de la puerta y Poseidón sentado, leyendo un libro.

Detuvo su mirada sobre un pequeño espacio en blanco que había entre las palabras, para pestañear lentamente.

—No es un encuentro— corrigió, sin verlo —. Yo solo voy a apreciar la vista del mar y ella llega.

—Disculpe mi equivocación, mi señor— e hizo una reverencia.

No obtuvo ninguna respuesta devuelta. Volvió a pararse bien para observar lo que apenas podía ver del cuerpo del dios del mar asomándose por el respaldar de la gran silla, que le daba la espalda y el frente a una gran ventana.

Finalmente era el quinto día en que el hombre de cabellos rubios salía a la playa, para apreciar la vista del mar, como le decía. Pero, se estaba demorando. Desde la mañana, había agarrado ese manuscrito y no lo soltó.

Proteus, no creyó del todo en la corrección que Poseidón hizo. Si tanto iba a disfrutar del paisaje, ¿por qué no ir en otro momento? Solamente lo hacía ese tiempo del verano, esos cinco días seguidos.

Sino tenía que ver con la niña, ¿entonces qué más podía ser?

Quería llegar a una conclusión de lo que pasaba en la cabeza de su señor, aunque sería demasiado descortés por parte de un dios de bajo rango a alguien como lo era Poseidón. ¿Acaso la niña le causaba curiosidad?

Y así estuvo divagando en su mente respecto al tema, desviándose algunas veces.

El ruido del libro cerrándose con una mano del de ojos azules, hizo que reaccionara. Parecía que finalmente saldría. Si observaba más allá del vidrio de la ventana, notaba que el mar apenas se movía. Algo tenía que estar pasando por su cabeza.

Y no se equivocaba.

Tenía que ver con _____.

Dejó el encuadernado sobre una pequeña mesa, levantándose. Rodeó la silla y salió sin mencionar palabra alguna, mientras que Proteus permanecía quieto, en espera a que una orden llegara. Pero no sucedió nada.

Ya se había marchado a la playa.

Tras llegar, era el atardecer.

Caminaba por la orilla, hasta terminar asomándose por una roca. Dirigió la mirada al sitio, sin encontrar a nadie allí. Varias pisadas, una silueta que estuvo tendida en el suelo, y un papel cerca de eso.

Aquello llamó su atención.

Sintiendo que estaba él solo allí, se aproximó a ver el contenido de esa hoja. Se agachó a tomarla y ver los garabatos que tenía dibujados. Comprendió de primera que se trataba de él, aunque no tal cual era.

Estaba sentado como solía estarlo cada que estaba en aquel lugar, mientras que ella estaba a su lado. Ambos observando el mar.

Frunció su ceño, apreciendo lo feo que era aquel supuesto dibujo. Pero, de cualquier forma, era un regalo. Fue una horrible mezcla que sintió en su interior. ¿Qué se suponía que debía hacer con eso?

—Que molesta...— masculló, poniéndose de pie.

Ahora tenía que regresar a su palacio, con la cautela suficiente para que aquello no se arruinara.

—¿Quién se cree era pequeña basura humana?

Y emprendió camino.

Y emprendió camino

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VERANO |Poseidón y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora