Capítulo 7

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—No tiene poder. No tiene poder. No tiene poder —repetía en alto una y otra vez, con los ojos cerrados, mientras su grito agudo y doloroso resonaba en mis oídos. Daba igual lo mucho que me los tapara. Era imposible escapar a su desgarrador chillido. Y, por encima de él, empezó a hablarme.

—Claro que tengo poder —y sentí un pinchazo sobre mi brazo. Abrí los ojos y vi su macabra expresión, con la mirada ida y la sonrisa estirada, mientras sostenía el trozo de cerámica con el que me había cortado en la muñeca.

Dani me había dicho que no podía hacerme nada. Me había insistido en que, lejos del puente, no podría atacarme. Pero mi muñeca estaba sangrando. Cada vez más. Me había cortado las venas. Me dejé caer sobre las rodillas y puse mi otra mano sobre la herida, tratando de contener la sangre. Pero era imposible.

—¿Te duele? —me dijo entre dientes, y volvió a atacar, clavándome su arma en la mejilla. Y yo no podía moverme. Solo podía gritar. Él... o ella, ya no sé si era la madre de Quim o el Fantasma de la Lluvia, reía. Reía escandalosamente, mientras el grito de fondo seguía envolviéndolo todo.

Voy a morir. Nunca lo había tenido tan claro como en ese momento.

Hasta que alguien llamó al timbre y todo cesó. El grito. La risa. El dolor. La sangre. La oscuridad. Todo había vuelto a la normalidad.

—¿Qué haces ahí en el suelo? —me preguntó la madre de Quim, que estaba en el umbral de la puerta, con la bandeja de cerámica intacta en una mano, y la lata de Coca-Cola en la otra.

—¿Eh? —logré decir y vi que mi muñeca no tenía ninguna herida abierta. ¿Cómo podía ser posible? ¡Había sentido el dolor!

—Voy a abrir la puerta un segundo, ¿vale? —me dijo con suavidad. Creo que no le importaba que estuviera de rodillas en el suelo. Incluso puede que lo viera como algo normal.

Dejó la bandeja sobre una mesa junto con la Coca-Cola, helada, y salino del cuarto. Tardé unos segundos en recuperarme del shock. Lo que tardó Dani en entrar en el cuarto de Quim con cara de auténtico terror.

—¡¿Estás bien?! —me preguntó.

—Sí... no... no lo sé.

—Tío. Noté algo. Noté algo muy fuerte. Una sensación como... como de que todo iba a ir mal. Mi corazón... no sé, estaba como encogido. Y como que me faltaba el aire... y supe que algo estaba pasando —me explicó —. Lo has visto, ¿no?

—Sí.

—¿Igual que en casa de tu amiga Sam?

—Mucho peor. Esta vez me atacó —le expliqué.

—Ha venido este chico a verte —dijo la madre de Quim, de vuelta en el cuarto. Los dos dimos un respingo del susto.

—Ah, sí, sí. También era amigo de Quim. Compañero en el colegio.

—Sí. Lo siento mucho —dijo Dani, dándole el pésame a la madre, que se comportaba más como un zombie o un autómata que como una persona normal.

—¿Tienes sed? ¿Quieres algo de beber?

—No hace falta...

—Si puede traerle otra Coca-Cola, estaríamos agradecidos —le interrumpí. La madre de Quim asintió y se fue del cuarto, dejándonos solos de nuevo.

—A ver, esto ya es abusar. Pobre señora —empezó a decir Dani.

—Calla y escucha. El Fantasma de la Lluvia. Otra vez. No sé si poseyó a esa mujer o cómo lo hizo, pero me atacó. Me clavó algo en la muñeca. Me-me cortó las venas.

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora