Nada más ver girar la pared falsa, eché a correr hacia el pasillo y me escondí tras uno de los estantes, corriendo una cortina por delante. Pero, por suerte, algo podía ver. Y vi cómo aquella figura extraña, que llevaba una capa roja que le cubría el cuerpo y la cabeza por completo, entraba en la habitación. Y, tras ella, otras dos personas más. Vestidas de la misma forma. ¿Quienes eran? ¿Dónde me había metido? Y la pregunta del millón: ¿cómo iba a salir?
Las tres figuras se colocaron en el centro de la habitación y empezaron a hablar entre ellas, pero no podía escuchar nada. Lo único, su respiración, acompasada y al unísono. Era una escena completamente aterradora. ¿De qué estaban hablando? ¿Quiénes eran? De pronto, las tres figuras se hacen a un lado y el suelo se abre poco a poco. Y, de su interior, comienza a subir una plataforma en la que hay... oh, no me jodas.
—¿Sam? —dije, más para mí que otra cosa.
Sam estaba tumbada, y estaba claramente drogada, o dormida, porque parecía no enterarse de nada. Llevaba una especie de vestido negro y los pelos sucios le tapaban media cara. ¿Qué hacía ahí? ¡¿Qué iban a hacer con ella?!
Cuando terminó de subir la plataforma, cada figura fue hacia una pared diferente, abriéndolas de nuevo y dejando al descubierto sendos pasillos. El problema es que una de ellas vino hacia mí. Joder. Me van a pillar. ¿Qué hacía? ¿Dónde me podía esconder? No tenía escapatoria. Y como me descubrieran... Dios, ¿qué podrían hacerme? Así que empecé a tantear entre los estantes y cogí un par de bolas negras duras y grandes. Fuera lo que fuese, me iba a defender con ello. Joder, si es que soy gilipollas. Me estaba bien empleado. ¿Quién me manda meterme en...?
Alguien descorrió la cortina. No. Alguien no. Una de las figuras de capa roja. Pero no tenía cara. No tenía ¿nada? Es decir. Su cara estaba completamente borrada salvo por unos ojos verdes totalmente inquietantes. Me miraron fijamente. ¿Cómo podía haber escuchado su respiración si no tenía nariz? Reaccioné con rapidez (y eso en mí es decir mucho) y tiré con fuerza el estante sobre él, haciendo que cayera al suelo con estrépito.
Sin pensarlo dos veces, corrí a toda velocidad al centro de la habitación y cerré las dos paredes falsas por las que habían salido las otras dos figuras y me agaché junto a Sam, que estaba totalmente desubicada. Como en otro mundo. La miré a los ojos y tenía las pupilas totalmente dilatadas. Madre mía.
—¿Sam? ¡Sam! Tenemos que salir de aquí. ¿Estás bien? ¡Sam!
—¿Le-leo?
—Sí. Soy yo. ¿Puedes andar? —y las paredes falsas volvieron a abrirse lentamente. ¡Mierda! Teníamos que irnos de allí.
Cogí a Sam del brazo y, consiguiendo que se levantara, echamos a correr por el pasillo donde me había escondido. Ni siquiera quise mirar hacia atrás. Pasamos por encima del que había derribado antes y llegamos hasta el final. Apreté la pared y esta giró, permitiéndonos entrar en la habitación en la que me había escondido antes. Solo que... creo que no era la misma habitación.
—Espera... ¿qué?
—Estoy... cansada... —y Sam se dejó caer en el suelo. Yo no dejaba de mirar hacia todos lados. Esta habitación era diferente. Pero no podía ser. Habíamos vuelto por el mismo sitio. ¿Es que la casa cambiaba o qué? No entiendo nada.
Tenía que pensar. Había algo que me decía que la salida estaba cerca. Pero no acababa de verlo claro. Quizá solo tenería que detenerme unos segundos. Así que me agaché y traté de hablar con Sam.
—Sam. Soy... soy Leo. ¿Qué tal te encuentras?
—¿Leo? ¿Qué-qué haces aquí?
—Buena pregunta... pero joder, ¿qué te ha pasado? ¿Quién es esa gente? Flipo con todo. No entiendo nada.
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Bajo la lluvia (en pausa)
HorrorVerano en Madrid. Los últimos cinco días están siendo los más lluviosos del año. Y Quim, cada tarde que sale de su clase de teatro, se olvida el paraguas. Leo, con el que no se lleva especialmente bien, aparece todas las tardes con su paraguas y se...