Capítulo 22

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La lluvia me moja la cara, el pelo, el cuerpo, la ropa. Pero hasta hace un segundo estaba gateando por un extraño pasillo, escuchando la voz de Leo en mi oído.

No te fíes de él. No es quien dice ser. Te lleva a una trampa. Ten cuidado.

No puedo escuchar ni ver nada más allá de la lluvia. No sé dónde estoy, pero solo sé que estoy solo. El chico misterioso ha desaparecido. Lucas. No sé ni quién es, ni cómo es, ni nada. Solo conozco su voz, su mano... y siento que tengo que fiarme de él. Bueno, lo he hecho, atravesando esa puerta misteriosa. Y ahora estoy bajo la lluvia, aunque me suena la situación. Hace poco he estado aquí, en este sitio, bajo este diluvio, calándome hasta los huesos. Pero, ¿qué hacía aquí? ¿Y con quién? Todo en mi memoria es difuso. No recuerdo bien las cosas. Solo recuerdo. Recuerdo. Recuerdo a Leo. Leo. Espera, ¿ese es Leo?

La cortina de agua se abre un poco y estoy en un puente. Reconozco ese puente. Está al lado de mi casa. Está al lado de mi instituto. Sí. Es el mismo puente que cruzo todas las mañanas. Bueno, cruzaba. Y veo a Leo. Pero espera, también me veo a mí. Soy yo. Quim. Voy a su lado. Vamos los dos juntos bajo su paraguas. No quería ir con él. No quería verle ni en pintura. No después de cómo me trató. Aunque quizá debí darle más tiempo. O no. Me pidió perdón. ¿No es suficiente?

—¡LEO! —grito, pero la lluvia enmudece mi chillido. Una extraña sensación me atenaza el estómago. Algo malo va a pasar. Algo terrible va a suceder. Recuerdo estar en ese puente y, de repente, despertarme en la habitación oscura. ¿Por qué? ¿Es...? ¿Voy a ver mi muerte?

Corro hacia Leo (y hacia mí mismo), pero una persona aparece en la lejanía entre el aguacero. Pelo cayéndole a ambos lados de la cara, ojos sin párpados, sonrisa macabra. Alarga su mano y, con una de sus uñas afiladas, hace un movimiento y raja la garganta a mi yo del pasado.

—¡NO! —chillo y ese extraño ser me mira. Espera, ¿puede verme? ¿Por qué él sí? Sin darme tiempo a pensar, corre hacia mí. Yo trastabillo y me caigo al suelo. Le tengo encima. No sé qué hacer. No sé cómo defenderme.

Entonces alarga su mano, cierro los ojos, noto cómo me toca y todo cambia de nuevo a mi alrededor.

Sigue lloviendo pero ya no estoy sobre un puente. Cuando abro los ojos, estoy sobre una hondonada de tierra mojada. A ambos lados se eleva el terreno y, sobre él, hay unos pequeños puestos, como tenderetes, casi como si fueran chabolas. Me limpio un poco la cara y trato de ubicarme. Pero no sé dónde estoy. Aunque espera... por el barro no circulan coches, sino carros tirados por caballos. Me acerco a una señora que está sentada sobre una silla de madera y tiene un barreño junto a los pies llenos de verduras. Le da igual mojarse. Yo trato de taparme con mi camiseta.

—Hola... eh... señora... ¿Sabe dónde estoy?

Pero la señora no me responde.

—¿Señora? ¿Está usted sorda?

Nada. No tengo respuesta. ¿Quizá siga en ese limbo extraño y nadie pueda verme? Si no pensara que es imposible, diría que he viajado al pasado. Pero, ¿por qué a este sitio? ¿Por qué aquí?

—¡EH! ¡DEJADLA EN PAZ! —oigo que alguien grita en la hondonada. Me giro y veo a tres hombres con cuchillos en la mano, acorralando a otro chico.

Me acerco, porque total, no pueden verme, y veo como a su lado hay una chica con parte de la ropa arrancada y tirada en el suelo.

—¡Os daré todo lo que tengo! —solloza el chico. Pero uno de los hombres sonríe con una sonrisa malévola y, con ayuda del cuchillo, raja el cuello a la chica —. ¡NOOO! —chilla el hombre y todo empieza a dar vueltas a mi alrededor.

—¡QUÉ ESTÁ PASANDO! —grito, pero nadie me escucha. Todo gira en torno a mí, como si estuviera en el interior de un tornado. Me llevo las manos a los ojos y los tapo, tratando de concentrarme para salir de allí y, cuando vuelvo a abrirlos, ya no estoy sobre el barro y bajo la lluvia. Estoy en el interior de una casa. Una casa algo sucia y desvencijada, oscura e incluso con un punto tétrico.

Pero se nota que vive alguien. Hay muebles. Hay amor por la decoración. Y en el fondo, en una cocina enana, puedo ver patatas y pimientos sobre la encimera. Y, de la cocina, sale el chico de antes, con el pelo cayéndole por los lados de la cara, con ojeras enormes y con la ira dibujada en su rostro. Coge un enorme cuchillo que reposaba sobre una tabla de madera y pasa a mi lado, sin mirarme si quiera, saliendo de su casa y dejándome solo en su interior, pero tengo la extraña sensación de que debería seguirle allá donde vaya.

Así que salgo por la puerta tras él. Y me encuentro en una calle aún sin asfaltar. Es de noche y está lloviendo. Cada vez con más fuerza, pero a él no parece importarle. Por el camino no nos cruzamos con casi nadie. Y la luz es escasa salvo algunos faroles que emanan una luz paupérrima. Imposible ver nada con ella.

El chico se detiene delante de una casa con la puerta roja. Tiene dos alturas y un pequeño balcón. Se acerca a la puerta, llama golpeando un par de veces con el mango del cuchillo y se escode en un lateral. Cuando la puerta se abre, aparece del interior uno de los tres hombres que mataron a la chica. ¿Está viniendo a por venganza?

Al momento tengo mi respuesta cuando raja el cuello al hombre y la sangre salpica el porche, coloreándolo del mismo tono que la puerta entreabierta. Acto seguido, el chico entra en la casa y escucho unos gritos ensordecedores. Tras unos segundos de angustia, vuelve a salir, con las manos, la camiseta y la cara cubiertas de sangre. ¿Ha matado a los tres? ¿Y qué piensa hacer ahora?

Hasta ese momento pensaba que no podía verme... pero juraría que me estaba mirando directamente a los ojos. ¿Qué le pasa? ¿Me va a matar a mi también? Pero no. Eleva el cuchillo y se raja el cuello también. Lo último que veo antes de desmayarme es su sangre siendo a borbotones por su garganta, ahogándole y haciendo que su vida desaparezca. 

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora