Capítulo 3

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La verdad, pensé que habría más información cuando pinché en el enlace. Es decir, sí, estaba su nombre —El Fantasma de la Lluvia —, y un dibujo bastante cercano a lo que yo creía haber visto. Pero salvo eso, había muy pocos datos:

    El Fantasma de la Lluvia: no se sabe a ciencia cierta desde cuándo actúa y por qué. Suele atacar a sus víctimas los días de lluvia en verano. Su forma de matar es siempre la misma: alarga la uña de su dedo meñique y te atraviesa la garganta. Se esconde entre las gotas de lluvia y le ves cuando ya es demasiado tarde. Suele matar solo a una persona por día, y nunca mata al acompañante.

    Una chica de Barcelona que sobrevivió al ataque nos ayudó a perfilar el dibujo. Sobrevivió al ataque pero perdió la voz.

    Si tienes más información sobre el Fantasma de la Lluvia, ponte en contacto en nuestro email:

    Miré el perfil de la persona que me había enviado el enlace, pero ni siquiera tenía foto o publicaciones. Le pregunté que cómo lo sabía, pero nada. Obtuve cero respuestas. Toda la noche estuve dándole vueltas a la posibilidad de que, aquel hombre que mató a Quim, fuera en realidad el Fantasma de la Lluvia. Pero claro... ¿eso podía ser real? ¿En serio? ¡Ni que viviera en una película de terror!

    Y claro, con todas esas dudas, poco a poco me fui quedando dormido... hasta que escuché un golpe en mi ventana. Abrí los ojos lentamente. Fuera seguía lloviendo. Era de noche. Pero las luces de las farolas entraban por la ventana iluminando parcialmente mi cuarto. Hacía algo de frío. Claro. Estaba la ventana abierta. Pero yo no la había dejado así. Me levanté con pesadez, porque no hay nada peor que despertarte en medio de la noche cuando estás profundamente dormido. Me acerqué lentamente y me asomé a la calle. Vivía en un tercero. Las aceras estaban encharcadas y la carretera repleta de bolsas de agua. Podía escuchar un repiqueteo, como de gotas sobre una superficie de metal. Los faros de un coche me deslumbraron y, tapándome los ojos con la mano, cogí el manillar de la ventana y la cerré.

    Se hizo el silencio. Eché un último vistazo a la calle. No sé si esperaba ver algo, la verdad. Pero espera. No había silencio. Seguía escuchando el repiqueteo de las gotas. Me asomé hacia arriba, hacia fuera, a ver si es que goteaba del piso de arriba. Pero no conseguí ver nada. Me di la vuelta. La habitación estaba en penumbra pero podía ver perfectamente cómo había alguien en la esquina. Y todo a su alrededor era oscuridad. Pero podía ver su forma. Agachada. Expectante... Se me erizaron los pelos de la nunca y me puse en alerta. ¿Qué-qué hacía alguien en mi cuarto? ¿Sería el fantasma, que venía a terminar el trabajo?

    —¡EH! —grité. Y la figura, de repente, dio un paso hacia mí —. ¡¡JODER!

    Trastabillé y dando un paso hacia atrás me caí contra la mesa bajo la ventana. Pero la figura se deshizo ante mis ojos y al suelo cayó un abrigo, mi gorra favorita y una raqueta de tenis. Dios, ¿me lo había imaginado?

Y el repiqueteo volvió a sonar.

    Seguí con mi mirada el sonido. Y descubrí que venía de debajo de mi cama. ¿Cómo lo descubrí? Porque había una mano asomada, golpeando el suelo con sus largas uñas.

    De repente, la mano se metió poco a poco bajo la cama otra vez y, a los pocos segundos, salió de nuevo, junto con otra mano a su lado, arañando la madera, como si le costara salir al exterior. Yo no podía mover un músculo. Estaba agarrado con fuerza a una lámpara y ni siquiera podía respirar. No-no-no me atrevía. Ris - ras - ris. El sonido arañando el suelo era lo único que podía escuchar.

    —Mamá... —dije en un susurró pero no me salía la voz —. Pa-papá.

    Ris - ras - ris. Seguía arañando el suelo y, a las manos, les acompañó una cabeza blanca como la leche, con solo unos pelos a los laterales, macilentos y grasientos. Sus huesos crujían y su respiración era pesada y dura. El cuarto empezó a oler casi a alcantarilla. Tanto que tuve que reprimir una arcada.

    —Vete, joder —murmuré. Casi no me escuché ni yo. ¿Qué coño había bajo mi cama?

    Su cabeza salió del todo y empezó a levantarla poco a poco, como si quisiera echarme un vistazo antes de matarme. Su cuello crujió como al romper un listón de madera. Un crack que retumbó entre las paredes de mi cuarto. Dios. No quería morir. ¿Qué-qué era esa cosa? ¡Qué puedo hacer!

    Así que, instintivamente, lancé la lámpara contra mi cama que, al desenchufarse, explotó con la bombilla, iluminando mi cuarto durante un breve segundo. El golpe fue tal que escuché a alguien corriendo por el pasillo y de pronto se abrió mi puerta con fuerza. Mi madre.

    —¡LEO! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —preguntó mi madre. Yo seguía estrujado contra mi mesa, sudando y con una expresión de terror indescriptible.


    Obviamente, esa noche no volví a dormir en mi cuarto. Mis padres no entendían nada de lo que había pasado. Se creyeron que había sido una pesadilla. Pero yo sé cuándo estoy teniendo una pesadilla y cuando estoy despierto. Y, desde luego, estaba claro que había algo bajo mi cama. Bueno, ya no. Porque cuando se asomó mi padre no había nada. Sí, sé que soy un poco mayorcito para que mi padre mire que no haya monstruos bajo mi cama, pero yo era incapaz, ¿vale? Así que, como comprenderéis, por la mañana cuando tuve que volver al colegio, tenía una cara casi de muerto. En serio. Ojalá haberme podido quedar en casa.

    Estuve toda la mañana actualizando para ver si la persona que me mandó el enlace me respondía. Pero no había forma. Solo había un nombre: Euri. No había más información. ¿Quién demonios era y cómo sabía lo que había pasado? Esa mañana seguía lloviendo a cántaros. En serio, estábamos en verano. ¿No podía dejar de llover?

    Iluso de mí, esperaba encontrarme a Quim en la entrada del colegio, como si no hubiera pasado nada. Como si siguiera vivo. Pero no estaba. Claro que no estaba. Yo mismo me empapé de su sangre tratando de salvarle la vida. Solo pensar que había muerto pensando que yo era un monstruo... Nunca pude disculparme. Nunca pude pedirle perdón. Nunca pude decirle... tanto... tanto quería decirle.

    —Castro, ¿estás aquí?

    —Sí, sí —respondí, y vi que toda la clase me miraba con una mezcla de miedo y confusión. Me tenían terror. Podía notarlo.

    —Sal y date un poco de agua. Tienes mala cara —dijo la profesora.

    —Cuidado a ver si va a matar a alguien por el camino —añadió uno de clase.

    —Gilipollas —repliqué.

    —¡Castro, al baño! —me gritó la profesora. También me tenía miedo. Así que obedecí y salí de clase.

    La verdad es que no sé qué hacía ahí. Me iba a volver a casa. Ya estaba harto de estar allí. Aunque la mochila me la había dejado dentro de clase. Bueno, en cuanto terminara, me largaba. Pero algo me lo impidió. Básicamente que vi a dos agentes de policía entrando en el colegio. Me quedé de piedra. Pensé que venían a por mí otra vez, pero vi cómo seguían al director hacia su despacho. ¿Y qué hice? Seguirles.

    Con disimulo, fui a una distancia prudencial hasta que les vi entrar en el despacho. Por suerte, no cerraron la puerta del todo, sino que la dejaron entreabierta. Así que cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca, podría escuchar lo que estaban hablando. Me acerqué sigilosamente y me coloqué a un lado. Si iban a hablar de mí, quería saberlo. ¿Iban a detenerme? ¿Por eso habían ido a hablar con el director antes? El corazón me iba a mil por hora. ¿Y si lo escuchaban latir? No. Eso era imposible. ¿No?

    —¿Hay alguna novedad en el caso de Quim? —preguntó el director con la voz temblorosa.

    —No estamos aquí por la muerte del señor Ayala... —dijo una de las policías.

    —¿Quieren que llame a Leo Castro? —y al escuchar mi nombre, se me cerró la garganta.

    —No, no. Solo queremos hablarle... de otro alumno de este instituto.

    —¿Qué ha pasado? —preguntó el director.

    —¿Reconoce a esta chica?

    —Sí, claro. Es Carmen Sáez. Pero...

    —Ya hemos avisado a sus padres. Carmen Sáez ha sido asesinada en el mismo puente que Quim Ayala. Encontraron su cuerpo ayer por la noche.

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora