Capítulo 26

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 No paraba de gritar. Y era imposible que reaccionara. Un grito que, al comienzo, era humano. Pero luego se había ido tornando en algo más gutural, más profundo, más... No sé, no había escuchado nunca nada igual. Y, mientras no sabía qué hacer, mis padres entraron en mi cuarto como una exhalación al escuchar el escándalo.

—¡Qué está pasando, Leo! —dijo mi madre.

Pero nada más abrir la puerta, una fuerza invisible la cerró de golpe, empujando a mis padres contra la pared del pasillo.

—¡MAMÁ! -grité.

Les escuché al otro lado tratando de volver a abrir, pero la puerta no cedía, como si alguien, o algo, estuviera sujetándola desde el otro lado. Desde mi lado. Y, sin dejar de gritar, Lara giró la cabeza y me miró directamente. Sus ojos estaban rojos completamente, como si se hubiera rasgado la córnea. Su boca seguía abierta en un ángulo imposible. Estiró sus brazos y trató de cogerme del cuello pero fui rápido y me aparté, evitando sus manos por centímetros. Pero no eran manos sino garras que querían atraparme.

—Lara, escúchame. ¡Esta no eres tú! ¡LUCHA! —le dije, con un nudo en el estómago.

Al otro lado de la puerta seguía escuchando a mis padres tratando de entrar. Lara seguía gritando pero ya era incapaz de oírlo. Como si mi mente lo hubiera anulado. Claramente algún ente la había poseído, y ese ente estaba intentando por todos los medios evitar que Lara me dijera el nombre del Fantasma bajo la lluvia. ¿Y si...? Quizá lo tenía apuntado en su móvil o algo. Solo tenía que quitárselo.

—Leo... Leo... —y la voz que escuché no solo fue la de Lara, sino la de Quim. Incluso la de Sam. Todas mezcladas en un tono siniestro que me puso los pelos de punta —. Leo... ayúdanos.

—No-no-no sé cómo. No sé qué hacer —sollocé.

—Entonces ella morirá.

—¡NO!

Todo pasó demasiado rápido como para darme cuenta. Mis padres consiguieron abrir la puerta al tiempo que Lara empezaba a convulsionar y caí al suelo de golpe, como si todas sus energías hubieran abandonado su cuerpo a la vez. Me miraron sin entender nada de lo que había pasado, y yo lo único que podía hacer era llorar de manera descontrolada.

—¿Qué demonios ha pasado? ¿Leo?

—No-no-no lo sé.

Mientras mi madre se acercaba a abrazarme, mi padre llamaba a emergencias. Lara ni se movía... ni respiraba.

Al cabo de unos diez minutos, ya había tres enfermeros en casa atendiendo a Lara. Tras varios intentos de reanimación, consiguieron que volviera a respirar, pero seguía inconsciente. Así que la montaron en una camilla y se la llevaron de casa. En pocos días tanto ella como su madre estaban... bueno, enfermas. Y todo por culpa del fantasma y del Príncipe Rojo... y quizá por mi culpa, por haber metido las narices en todo este tema, y haber provocado que se metieran ellas también.

Esa noche traté de explicarles a mis padres, sin entrar en mucho lujo de detalles, lo que estaba pasando realmente. Mi madre no creyó ni una palabra y empezó a llorar, como pensando que se me había ido la cabeza. Mi padre volvió a insistir en la terapia y en que debía ver a un profesional. Pero ninguno de los dos era capaz de explicarme lo que había pasado con Lara. ¿Por qué? Porque era inexplicable. Por eso.

Así que, tras intentar varias veces en vano que lo entendieran, me volví a mi cuarto a pasar el resto de la noche. La única putada era no haber conseguido el nombre del fantasma de la lluvia. Había estado tan cerca. ¡Tan jodidamente cerca! ¿Qué había poseído a Lara para evitar que me lo contara? Estaba claro que nos estábamos acercado, y ese maldito ente podía notarlo. Podía sentirlo. Podía...

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora