Capítulo 16

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Os juro que estuve como unos segundos tratando de reaccionar, porque no tenía ni idea de lo que hacer. La puerta había sido desgarrada por las manos y habían vuelto a meter a Sam en el interior de la casa. Yo no había podido hacer nada... Lo sabéis, ¿no? Lo habéis visto. No he podido hacer nada. Es decir... no... no... No puedo seguir ahí. ¡Todas las personas que se acercan a mí sufren! ¿Qué estoy haciendo?

Así queseguí dando pasos hacia atrás, uno tras otro, incapaz de dejar de mirar esa casa oscura y abandonada y, sin pensar mucho más, eché a correr. Corrí y corrí como si no hubiera corrido en mi vida. Pero no sabía de lo que huía. Bueno, sí. Sí lo sé. De todo.

Es que a ver, un minuto de pensar. Porque es que necesito pensar en todo lo que está ocurriendo a mi alrededor. Este que están pasando demasiadas cosas totalmente imposibles. Es decir, ¿cómo puede existir un fantasma que mata a la gente bajo la lluvia? ¿Cómo puede estar Quim muerto... y no muerto a la vez? ¿Cómo...?

—¡EH! —protesté y me caí al suelo de culo al doblar una esquina y chocar con alguien. Bueno, alguien no. Era...—¿DANI?

—¡LEO! —y, nada más gritar, se dejó caer sobre mis brazos. Se había vestido con su ropa, pero no se había quitado la bata. Iba bastante cómico, la verdad.

—¿Pe-pero qué haces aquí?

—Me dijiste que necesitabas ayuda —me dijo, con un hilo de voz, y me abrazó bajo la lluvia. Hasta ese momento no me había dado cuenta lo mucho que lo necesitaba.

—¡Pero no que vinieras aquí corriendo! ¡Te han disparado solo hace unas horas! Es que vamos a ver, ¿cómo has salido del hospital? ¿Cómo...?

—Bueno, aproveché cuando no estaba mi madre y tal. Fue casi como de película —y, mientras hablaba, le ayudé a que se pudiera poner de pie de nuevo. Llevaba un impermeable con la capucha quitada, y le caían gotas de lluvia por la cara y por su pelo rojo y rizado.

—Tienes que volver al hospital, Dani. Está super pálido.

—Es verdad que muy bien no me encuentro... —y empezó a toser.

—Dani, tenemos que volver.

—Sí, creo-creo que sí. Pero ¿estás bien?

—Yo estoy bien. El que me preocupas eres tú —y era verdad. ¿Cómo se le ocurría salir del hospital en medio de la noche, con el diluvio que estaba cayendo, y venir a por mí? ¿Cómo...? ¿Cómo se le ocurría hacer algo así por mí?

Lo acompañé hasta la entrada del hospital, donde su madre le echó la bronca del siglo. La verdad, se lo merecía, porque irse así, sin avisar a nadie. ¡Podría haberle pasado algo! ¡Podría haberse desmayado o qué sé yo! Pe-pe-pero lo había hecho por mí. Por mí. ¿Es que... nos estábamos convirtiendo en algo más que amigos? ¿Me gustaba Dani? ¿Le gustaba yo a él? O estaba pensando más allá...

Yo qué sé. Necesitaba descansar. Necesitaba pensar. No, al revés. No necesitaba pensar nada. Necesitaba tener la mente en blanco. Aunque fuera por unas horas. Así que volví a casa. Obviamente, cuando entré en casa me cayó la peta del siglo. Básicamente porque llevaba todo el día completamente desaparecido. Es que ya ni sabía el día o la hora que era. Vivía en un realidad que ya había dejado de reconocer hacía tiempo.

—¿Se puede saber dónde estabas? —me espetó mi madre, super enfadada.

—¡Os lo dije! A un amigo mío, pues le hirieron y tal, y le acompañé al hospital y...

—Leo, entendemos que lo estás pasando mal. Pero no puedes desaparecer así. Tú no sabes la tarde que nos has hecho pasar —me recriminó mi padre. Joder, tenían razón.

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora