Capítulo 23

110 12 2
                                    







No tenía ni idea de lo que habrían hecho con Dani de no aparecer nosotros. Pero estaba clara una cosa: que llegamos a tiempo. No podía hablar, no podía moverse por sí mismo. Me recordaba a cuando traté de rescatar a Sam. Les daban una especie de droga que les dejaba totalmente KO. Menos mal que la agente Hernand previó todo esto y avisó a su hija. De no ser por Lara, no sé si lo habría conseguido.

Cuando salimos de la habitación de nuevo al pasillo, todo parecía estar en calma. Ambos iluminamos hacia delante con la linterna de nuestros móviles y, al menos, ni rastro de la criatura de antes. Tampoco del terpaku, suponiendo que no fueran la misma. Quién sabe. Yo ya no tenía ni idea de nada. A esas alturas era complicado... Así que tirando de Dani, que seguía con los ojos abiertos como platos, fuimos con cuidado bajando la escalera, escalón a escalón, pendientes de cualquier ruido o sonido que pudiera alertarnos de algún peligro. Lo único que nos quedaba por hacer era salir de allí, era escapar y no mirar atrás. Parecía mucho más fácil decirlo que hacerlo. Porque en los últimos días, siempre que pensaba que iba a escaparme de algo, aparecía un nuevo peligro frente a mí.

Ris, ris, ris.

    —¿Has oído eso? —preguntó Lara. —¿Será otra vez el espíritu ese?

    —No quiero quedarme a averiguarlo. Vamos —dije entre dientes y llegamos al final de la escalera.

    —Este chico está perdiendo mucha sangre... —apuntó Lara y me señaló la pierna de Dani con la linterna. Era como si cientos de agujas le hubieran pinchado la piel, y por cada punto creado salía un pequeño hilo de sangre. Si no nos dábamos prisa, era bastante fácil que se desangrara por el camino.

    —Venga, Dani, aguanta. Ya no queda nada para salir de aquí.

    Haciendo toda la fuerza de la que fui capaz, aupé de nuevo a Dani, cargando yo con casi todo el peso. No pensaba perder a otro amigo por el camino. No. Ni de coña. Era algo que ni siquiera me planteaba. Íbamos a escapar de allí. Íbamos a salir con vida. Íbamos a...

    —¿Leo? —Y esa voz me heló la sangre.

    —¿Quim? —tartamudeé, nervioso.

    —Leo, ¿estás aquí?

    —¿Qui-quim? —repetí.

    —¿Leo? ¿Qué pasa? ¿Con quién hablas? —preguntó Lara, descolocada. Ella no sabía quién era Quim. No sabía lo que había pasado, lo que había hecho, lo-lo que había provocado.

Ris, ris, ris.

    —Leo, ¿por qué me abandonaste?

    —¿Ab-abandonarte? Yo-yo-yo no te abandoné.

    —Sí, Leo. Me abandonaste y me rechazaste. Te avergonzabas de mí. ¿Por qué te avergonzabas, Leo? —seguía diciendo Quim, echándome en cara cosas que llevaban pesándome años. Su voz venía de una de las esquinas del salón. Pero solo podía ver su sombra, sus pies, sus brazos.

    —No, Quim. Yo-yo-yo... eras mi mejor amigo.

    —Entonces, ¿por qué me diste de lado? ¿No me querías?

    —¡No te di de lado! ¡Y claro que te quería, Quim! —grité.

    —¡¿Leo?! -escuché otra voz tras de mí, pero ni siquiera la reconocí. Solo podía pensar en Quim.

    —Yo... no te podía querer como tú querías, Quim. Lo-lo siento —sollocé.

    —Me marginaste, y me robaste un momento que debía pertenecerme solo a mí. Y luego, me llevaste a la muerte.

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora