Capítulo 20

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Desde que ese supuesto policía me dijo que el Príncipe Rojo tenía a Dani, mi mente supo dónde encontrarlo. Me dolía la cabeza, la espalda, las piernas... estaba magullado, repleto de heridas y he de admitir que un poco desubicado. Pero me daba igual. No podía abandonarle. No podía dejar que le hicieran daño. Y no dejaba de pensar que quizá iba a llegar demasiado tarde.

¡No! ¡NO! ¡No pienses eso, Leo! No es demasiado tarde. No puede serlo. Dani depende de ti. Quim depende de ti. No puedes parar. Tienes que seguir. Tienes que encontrarlos. Pero por mucho que mi mente quisiera, mis piernas no respondían igual. Y tantos días seguidos de lluvia empezaban a hacer su efecto. Así que, tras unos pasos más, la vista se me empezó a nublar y todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos, no supe dónde estaba. No era la calle, claramente. Tampoco era mi casa. ¿Dónde coño estaba? Me miré el cuerpo y estaba sin camiseta, tumbado sobre una cama. En el costado tenía colocada una gasa, y las heridas que tenía en los brazos estaban curadas y vendadas. Aún me dolía la cabeza, pero al menos estaba seco y calentito. Pero no reconocía la casa. Porque era una casa, eso estaba claro.

Según mis ojos fueron acomodándose, vi que la habitación era bastante amplia, y la única iluminación que había eran unas velas blancas que decoraban el ambiente. Olía a incienso y a madera quemada. La cama era enorme (como el doble de la mía) pero estaba claro que pertenecía a una persona mucho más mayor. Ya solo por la decoración, con cuadros de arte abstracto, un tocadiscos muy antiguo y un escritorio de madera.

Me levanté (un poco torpemente, todo hay que decirlo), y mis piernas casi se doblan sobre sí mismas y me hacen caer al suelo. Pero hice fuerza y aguanté. "Vamos, Leo. Tienes que salir de aquí", me dije a mí mismo. Aunque a ver, también os digo una cosa: quien fuera dueño de la casa, me había curado. Así que quizá no era malo después de todo. Pero, cuando fui a abrir la puerta, esta se abrió y me puse en alerta.

—¡ATRÁS! ¡TENGO UNA PISTOLA! —y me llevé la mano al pantalón, pero la pistola había desaparecido. Fuck.

—¿No deberías descansar un poco? —me dijo una chica de no mucha más edad que yo, pelirroja, repleta de pecas, pelo corto y sonriente. Me recordaba muchísimo a alguien. ¿Pero a quién?

—¿Quién eres? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Me llamo Lara. Y llevas aquí solo un par de horas —me explicó.

—¿UN PAR DE HORAS? ¡No lo entiendes! ¡Tengo que irme! —dije, más nervioso que nada. ¿Dos horas? ¡Dani podría estar muerto ya!

—¿Irte? ¿A dónde? ¡Si casi no puedes ni andar! —y me tendió las manos para ayudarme a sentarme en la cama de nuevo.

—No lo entiendes. Dani... mi amigo... está en manos de esos pirados y...

-–Lo sé.

—¿Lo sabes? ¿Quién coño eres? ––Perdón, pero es que estaba muy nervioso.

––Soy Lara, ya te lo he dicho. Conoces a mi madre. La agente Hernand —me explicó.

—¿Es tu madre? Oh...

––Sí. Sé que está en el hospital. Y me dio unas instrucciones claras: vigilarte de cerca y ayudarte si ella no podía. Y eso he hecho. Te encontré en la calle, inconsciente, rodeado de sangre y con toda la cara negra de humo. Te ayudé a venir hasta mi casa y te he curado las heridas lo mejor que he podido.

––¿Tú... me ayudaste?

––Sí. Mi... mi madre estaba muy nerviosa estos dos últimos días. Te cree, Leo, aunque pienses que no. Y quiere ayudarte. Has hablado en sueños. Y no dejas de repetir lo mismo una y otra vez: el Príncipe Rojo tiene a Dani. ¿Quién es el Príncipe Rojo? —me preguntó, inquisitiva.

––No sé por qué, pero creo que preferiríamos no saberlo ––me lamenté ––. Gracias por ayudarme, pero en serio. Tengo que irme. Dani está en peligro. Y soy el único que sabe dónde está.

––¿Y cómo piensas ayudarle si no puedes casi ni andar?

––¡Algo pensaré! Pero no puedo dejarle ahí, a su suerte. No. Me niego. No después de... ––y me callé al momento.

––¿Después de qué?

––¡Estamos perdiendo tiempo!

––¿Después de qué, Leo? —insistió.

––¡Después de lo que hice con Quim! ¡Por mi culpa está muerto! ¿Vale?

––¿Y quién es Quim? —preguntó Lara.

––Un amigo... que no debió de confiar en mí ––y me entraron unas ganas horribles de llorar.

—¿Qué piensas hacer? ¿Dónde está tu amigo? Si lo que mi madre decía es cierto... son personas muy peligrosas las que lo han cogido. —Mientras decía todo eso, fue preparándome con cuidado una pequeña taza de té.

—Está en una casa que parece abandonada... pero no lo es. Y si no me equivoco, quieren hacer un ritual de sacrificio con él. Ya lo intentaron con Sam, una amiga. Y si han cogido a Dani, es porque con Sam no debió de funcionar.

—Intento enterarme, de verdad, pero cuesta seguirte, las cosas como son —dijo, en un tono más de preocupación que de burla.

—Solo necesitas saber una cosa: se nos acaba el tiempo.

—¿Y qué necesitas?

—La pistola —dije, como si fuera algo normal. Os lo juro que parecía de repente un vengador de una de esas películas de Hollywood.

—¿Acaso sabes usarla?

—No será tan difícil —me defendí y, al momento, la sacó de su pantalón, mostrándomela.

—Lo es. Mi madre me ha enseñado a usarlas.

—¡Pero es q no voy a usarla! Solo quiero meterles miedo —repuse.

—Iré contigo —y, acto seguido, se la volvió a guardar.

––¿Ir conmigo?

––Sí. Y me da igual lo que me digas. Mi madre me pidió que te cuidara, y eso pienso hacer.

—No necesito cuidadora.

––Me da igual. O te quedas aquí durmiendo la mona, o te acompaño a por tu amigo. Solo hay dos opciones. ¿Cuál vas a elegir?

Y obviamente, elegí la segunda opción. Y ahí estábamos los dos frente a la casa de Carlos Sarmientos. La casa de los horrores. Sí. Dispuestos a salvar la vida de Dani. Porque se lo debía. Y porque sé que él haría lo mismo por mí.

—¿Cuál es el plan? —me preguntó Lara, que llevaba una cazadora negra con capucha.

—Pues no lo sé. Entrar y buscar la habitación secreta, supongo.

––¿Sabes llegar?

––Creo que sí —pero era mentira. Porque no lo tenía nada claro.

––¿Seguro que está aquí?

––No se me ocurre ningún otro sitio. Solo espero que no lleguemos tarde.

––Tranqui. Ni se esperan lo que les viene encima —sonrió y me mostró su pistola, cargándola al momento —. Recuerda que esto es solo para asustar, ¿vale?

––Entendido.

––Dios, si me viera mi madre ahora, me mataría.

––Me estás ayudando, así que estás obedeciendo lo que te pidió.

—También es verdad ––admitió Lara ––. Venga, vamos a repartir un poco de miedo a esos frikis.

Y, tras inspirar profundamente, tratando de no pensar demasiado para no arrepentirme, los dos entramos en la casa.

Bajo la lluvia (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora