022: Hola, Rob

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— ¿Sabes cómo ir?

Entramos en el auto, cerramos la puerta, nos pusimos el cinturón de seguridad para que pudiera poner el vehículo en marcha.

— Si, fui un par de veces hace años. Cuando se llevaba a cabo el juicio de Denna.

Isa achica los ojos en tono burlón. La observo un momento, pongo los ojos en blanco para seguido comentarle que fue muy gracioso. Léase con sarcasmo. Manejé durante unos quince minutos, y cantos durante los quince minutos. Si bien me sentía bien, la idea de no haber arreglado las cosas con Isa el día anterior me dejaron incómoda. La observaba de reojo mientras conducía. Ella cantaba con la mano en forma de puño frente a la boca, cerrando los ojos, sintiendo lo que cantaba. Mientras yo me limitaba a mover los labios, ya que evitaba crear un accidente automovilístico, lo más que podía. Y estábamos bien. Se sentía bien, pero en el fondo algo estaba distinto... Algo no se sentía bien del todo.

Llegamos a la casa de Rob. Nos bajamos al mismo tiempo y recorrimos el camino de cemento gris que nos separaba de la puerta de la entrada.

— Linda, ¿no?

La casa de una planta era elegante, minimalista, sorprendente teniendo en cuenta que Rob era un hombre chapado a la antigua. Lo que era más sorprendente de todo era que vivía solo, ¿de dónde había sacado el gusto por lo vanguardista? El ventanal que daba a la entrada permitía entrar una luz espectacular, aunque ahora estaba cubierta por cortinas blancas. Había un camino que rodeaba la casa hacia la izquierda y, a la derecha estaba el garage.

Isa camina hasta la puerta, adelantándose, para seguido golpearla con los nudillos. Cuatros golpes claros y fuertes. Se cruza de brazos en un gesto de impaciencia. Golpes una, dos veces más pero no hay señal alguna de que alguien fuera a abrir la puerta. Coloca las manos frente al rostro, se acerca a la ventana pero, por obvias razones antes mencionadas no ve nada. Pongo los ojos en blanco, ¿en serio? Un ruido llama mi atención. Más que un ruido fue un leve indicio de movimiento, apenas imperceptible. Aún así no para mi.

— ¿Escuchaste eso? — Isa queda en silencio, prácticamente deja de respirar un momento. Me mira negando con la cabeza. Yo me encogo de hombros, a lo mejor fue mi imaginación.

— Puede que sea Rob.

Mientras, inútilmente, Isa sigue queriendo ver a través de la cortina, yo me encamino al garage. La puerta de madera gruesa debía de pesar una tonelada. Golpeo con el nudillo. Tock, tock. Macizo. Paso la mano por la puerta como si de esta manera fuera a abrirse un compartimiento mágico. Me volteo hacia la izquierda sin ver rastro alguno de Isa. Rodea la casa por el camino que daba al fondo, dónde encuentro a mi acompañante repitiendo la acción de antes en cada sector en qué se reflejaba. La adelanto llegando al patio trasero. Un par de árboles con flores dispersos por aquí y por allá. Un parrillero en un rincón, y al lado de este un sector techado que cubría una mesa, sillas, cocina, lavabo, de cualquier lluvia imprevista. En la parte de atrás, dónde termina el garage había una puerta pequeña que hacía de salida y entrada trasera. Dando por sentado de que Rob no está en casa, tanteo el pomo de la puerta, llevándome la sorpresa de que estaba sin llave. La abro hacia atrás encontrando un panorama tranquilo, oscuro, casi tétrico. Isa se acerca por detrás, observa por encima de mi hombro parada sobre la punta de sus pies, inquiere si hay alguien pero se encuentra con el silencio en su totalidad. Un auto que se encontraba justo en el centro de la habitación llama mi atención. Una lona verde oscuro lo cubría, la rueda delantera derecha estaba pinchada. Escucho el ruido nuevamente, aunque está vez suena similar a un rasguño. Un leve sonido, cómo si un gatito bebé estuviera encerrado en una caja de cartón en algún lado. Pero el sonido venía del auto. Me acerco lentamente al vehículo, como si me costará caminar, el ambiente se sentía pesado, denso. Me volteo a Isa quien está de pie estática en el lugar donde debería estar la puerta, temerosa de poner siquiera un pie dentro. Camino unos pasos más hasta estar junto a la parte trasera del auto. Con la mano derecha sujeto la lona, la cual cede a mi movimiento impulsando hacia arriba.

— ¿Qué se supone que están buscando?

Mi mano se aleja rápidamente del auto al oír la voz que me asusto hasta la médula.

— Hola, Rob — responde Isa evadiendo la pregunta, en un estado de tranquilidad absoluto. — Estábamos buscándote.

— Claramente no estoy en el garage, ¿no?

Entiendo la indirecta, por lo que me dispongo a abandonar la habitación. Por un lado aliviada de dejar ese lugar tan intranquilo, pero por otro lado mi instinto me gritaba que me quedara. ¿Que estaba pasando por alto?

Rob recorre el pequeño trecho que lo separa de la puerta trasera del garage, la cierra, le pone llave para seguido voltearse a nosotras.

— ¿Quieren un café?

●●●

Isa y yo nos encontrábamos en el sofá de Rob, con una taza de café humeante entre las manos. Mi vista pasaba de mi acompañante a la sala de nuestro anfitrión. El sofá de color blanco combianaba con todo lo que había alrededor, casi todo blanco: el piso, las paredes, las cortinas, los cuadros, las puertas a otras habitaciones. La televisión plasma enorme colgaba en la pared de enfrente, en un rincón una vieja máquina de hacer ejercicio. Rob, quien se excuso para arreglar un asunto, regresa limpiándose las manos en los pantalones dejándolos levemente oscuros, sucios claramente con tierra.

— Entonces... ¿que están buscando, queridas?

— Ahora que soy oficialmente detective — alardeando, asomo mi placa para que Rob la viera, quien estaba claramente sorprendido — vamos a abrir nuevamente el caso de Denna.

Los ojos de Rob se abren desmesuradamente pero intenta disimularlo, un poco tarde porque ya lo había visto.

— ¿Qué? Quiero decir... es fantástico... pero ¿han encontrado algo nuevo?

Isa y yo intercambiamos miradas, ante la atenta de nuestro interlocutor.

— Por esa razón estamos aquí. Queríamos pedirte ayuda, específicamente tus notas. Ya sabes... tal vez, podemos encontrar algo que nos ayude, algo que nos pasamos por alto.

Rob asiente, meditando nuestras palabras.

— Es admirable.

— Si, lo es. Se lo debemos. Ella está sufriendo.

Murmura un bajísimo me imagino, antes de levantarse a por sus notas.

— Se las buscaré. Espero que sirvan de algo ahora.

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