MDaniela sintió que su corazón era un puñado de vidrio molido cuando rompió la relación con su novio un mes antes de la boda. Creyó que moriría sin ese hombre con el que había compartido varios años de su vida y en el cual confiaba de manera inquebrantable. Todo su ser empezó a desvanecerse por el dolor que sentía; era como si su corazón hubiese sido triturado y los pedazos le arañaran el alma.
Meses de terapia con psicólogos, consultas con angeólogos y retiros espirituales le permitieron avanzar poco a poco. La ventaja de Daniela es que no se quedó quieta esperando que el tiempo lo curara todo, como suelen hacer muchas personas; ella optó por enfrentar su dolor, su agonía, su caos interior, porque entendió que de ella dependía buscar la luz o quedarse en la oscuridad.
A menudo, en casos así, nos preguntamos: ¿Por qué a mí? ¿Por qué Dios me castiga de esta manera? El dolor es tal que nos creemos huérfanos, profundamente desdichados y con una tristeza que nos hace, en cierto sentido, esquivar la vida. Todo nos sabe al ayer; a cada instante surgen imágenes, olores, emociones que nos recuerdan ese pasado, un pasado que nos negamos a abandonar porque nos sentimos inciertos ante el futuro.
Sin embargo, resulta que lo que nos pasa es parte de un plan integral del destino, de la vida, del devenir, incluso aquello que parece ser producto del azar. Un plan que nos revelará la verdad de lo que somos, que nos mostrará la cara del verdadero punto de llegada, ese que no creímos obtener cuando nos encontrábamos en medio de las arenas movedizas. Solo cuando todo va quedando atrás, cuando nos encontramos ante otra realidad que nos abre los ojos para hacernos ver que lo que tenemos es mejor que el ayer, nos damos cuenta de que todo era parte del proceso para trascender.
Lo que no fue, simplemente, no era parte de nuestro plan, de nuestro destino, de nuestra vida.
Hoy, Daniela está recién casada y es feliz. En medio de su crisis existencial por la ruptura, conoció a un hombre que le hizo entender que el amor no estaba muerto, que el amor llegó nuevamente con él, pero más fortalecido, más completo, sin tantos altibajos. Hoy, comparten una vida juntos, se los ve iluminados, y con el pasado atrás como un escaño más.
Así debe ser. Los problemas son aquello que nos permite ascender con más fuerza en el espíritu. Son piezas o peldaños de una larga escalera que debemos ascender a medida que corre la vida, a medida que decidimos trascender.
Carl Jung, el gran psiquiatra suizo, no lo pudo haber dicho mejor respecto a la condición humana: "Yo no soy lo que me sucedió. Yo soy lo que elegí ser".
El miedo es, quizás, la mayor de las prisiones. El pasado puede ser una prisión si nos aferramos a él. Dejar ir el pasado no significa olvidar, sino liberar el peso que llevamos para poder vivir plenamente en el presente. Cada experiencia, buena o mala, nos enseña algo. Toma esas lecciones y sigue adelante.
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CUANDO AMAR ES UN FASTIDIO (Y otros asuntos del presente)
Spiritual¿Quién no ha amado y sufrido por amor? ¿Quién sufre por amor en este momento? ¿Quién no quiere dejar atrás al pasado? ¿Quién no ha podido cerrar círculos porque el miedo es más poderoso? Lo pregunto porque he vivido en carne propia sus consecuencias...