Dos

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Abrí los ojos y encontré a mi madre con el rostro desencajado, hinchado de haber estado llorando, conservando lágrimas que segundos más tarde derramaría sobre mí al ver que había despertado. En realidad, no ocurrió nada grave, tenía rota la muñeca izquierda, el pie izquierdo fracturado y contusiones por todo el cuerpo, incluida la cara y una ceja partida. Como iba a permanecer setenta y dos horas en observación, me coloraron suero y calmantes.

Enseguida vi a Juan Carlos. No me había dado cuenta de que estaba allí también. Él se acercó a mí con aspecto templado.

— ¿Cómo te encuentras?

En ese instante el recuerdo del tacto de aquella mano y aquella voz preciosa vinieron a mi cabeza.

— Cómo si me hubieran atropellado.

— Veo que el sentido del humor lo mantienes intacto. – dijo una voz. – Ahora estás un poco magullada, pero pronto estrás bien. – sonrió.

No tardé en reconocer su voz.

— Daniela. – susurré cuando se detuvo a mi lado.

Su ceño se frunció ligeramente y miró con sorpresa.

— Y tú eres María José, ¿verdad?

Asentí embobada contemplando su rostro anguloso y su pelo castaño que caía sobre una inmaculada bata blanca. La placa de identificación asomó entre su cabello ondulado y traté de fijar la vista para leerla, su propio pelo me lo impidió. Sus dedos se deslizaron suaves y firmes sobre mi cuello. Alcé de nuevo la vista hacia sus ojos cuando sentí las tibias yemas presionando mi piel. Durante un momento su mirada se mantuvo en la mía, pero después bajo la vista hacia el reloj. Mientras me tomaba el pulso aproveché para estudiarla más detenidamente; la cara, el cuello y la parte de piel dorada que asomaba bajo su camisa perfectamente desabotonada hasta un pudoroso tercer botón, que tan solo dejaba intuir el comienzo de su pecho. El reloj de cerámica y acero brillaba ajustado en su muñeca y sus dedos lucían unas
uñas cortas, perfectamente cuidadas. Me pregunté que edad tendría. Era más joven que mi madre, seguro, aunque la hubiera situado en los veintitantos, la seguridad que transmitía en sus movimientos me decía que posiblemente ya hubiera cumplido los treinta.

— El pulso está perfecto. Ahora vamos a ver la tensión, ¿de acuerdo?

— De acuerdo. – dije a la vez que percibía como el aparato comenzaba a ejercer presión sobre mí. No podía dejar de mirarla, por lo que continúe admirando sus rasgos, ahora que se hallaba más cerca.

Supe que era consiente de mi insistente mirada. Aun así, no levanté la vista hasta el final cuando me dedicó una breve mirada al retirarme el aparto.

— También perfecta. – dijo dirigiéndose a mi madre.

La conversación se mantuvo entre ellas, totalmente ajena a mí, como si yo no estuviera presente. La recorrí con la mirada para observar su silueta bajo aquella bata blanca; los vaqueros azules que asomaban por debajo y unas botas de piel.

— No se preocupe, de verdad. Se va a poner bien. Es joven y fuerte. Afortunadamente no hay lesiones en ningún órgano, tan solo preferimos mantenerla en observación para descartar la más mínima incidencia. Sin embargo, no le miento al decirle que es muy posible que surjan nuevos hematomas pasadas las primeras veinticuatro horas.

— Mamá por favor, estoy perfectamente, no me duele nada. – interrumpí.

Daniela se giró hacia mí y sus labios sonrieron discretamente.

— De todas formas, lo mejor será que vean al doctor Ruíz. Les está esperando.

Cuando la puerta se cerró detrás de Juan Carlos, hablé.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora