Trece

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Aquel sábado quedé con Daniela por la tarde, aunque eché de menos no haberla visto desde primera hora de la mañana, cosa a la que me tenía acostumbrada durante los días que pasé con ella en su casa.

Muchos sábados los pasaba con mi madre hasta el mediodía, era el rato que dedicábamos para vernos los fines de semana, después, cada una hacía su vida, ella salía con Juan Carlos y yo hacía lo mismo por mi cuento. Eso hasta antes de que apareciera Daniela. Ahora deseaba estar con ella cada segundo del día y cualquier otro plan que interfiriera con ello ya no era de mi agrado.

De todas formas, fue ella misma quien propuso que nos viéramos a última hora de la tarde. No quise quejarme cuando lo sugirió, aunque fuera bastante más tarde de lo que yo esperaba y deseaba. Después de todo me iba a llevar a BouAzzer y era la primera vez que saldría con ella por la noche.

Aún faltaban veinte minutos para verla, pero ya no aguantaba más y decidí encaminarme hasta dónde habíamos quedado. Me apresuré cuando vi su coche aparcado en la esquina. Como siempre, los latidos del corazón se aceleraron. Me asomé por la ventanilla, pero descubrí que no estaba dentro. Miré a mi alrededor en su búsqueda, pero no la encontré entre la gente que pasaba, ni entre las que se agolpaban frente a los escaparates de las tiendas. Apoyé el brazo sobre el techo del coche y dirigí la mirada a la acera de enfrente. Bajé la vista cuando oí el ruido que hacían las puertas al abrirse con el mando a distancia.

— Hola chica guapa, ¿esperas a alguien? – reconocí su voz de inmediato.

— A ti. – me di la vuelta.

Tropecé con sus ojos que me observaban sonrientes. Como cada día, no pude evitar sentir aquel flechazo  que me atravesaba cuando la veía.

— Llegas pronto.

— Tenía ganas de verte. – confesé. Su sonrisa se dibujó más amplia en su rostro y sus ojos me miraron penetrantes. – Tú también llegas pronto.

— Será porque yo también tenía ganas de verte.
 
— Lo mío no es una suposición, es una afirmación. – dije dándole un beso en la mejilla.

Giró mi cara con la suya mientras la besaba y me devolvió el beso, pero con mayor intensidad.

— Lo mío también. – susurró en voz baja junto a mí oído.

Aquella noche parecía especialmente contenta. La observé atontada aún por el cosquilleo que me había producido su beso, su aroma y su voz en tono confidente.

— ¿No íbamos a BouAzzer? – pregunté, acomodada en el asiento del copiloto cuando vi que tomaba otra dirección.

— Luego, ahora vamos a otro sitio. ¿Te parece bien?

Había sonado ligeramente misteriosa y no quise preguntar más para no estropear la sorpresa, si es que había una. Entramos en el club náutico y recorrimos la calzada hasta que llegamos al aparcamiento. Hacía una noche tan buena que parecía primavera, el cielo estaba despejado y las estrellas brillaban junto a la luna. Caminé a su lado entre la gente que se dirigían ahora hacia el edificio principal. La seguí cuando todos entraron  y ella continuó el camino bordeando la finca. Me rodeo el brazo al doblar la esquina que se convirtió en un sendero que nos abría paso a través de un jardín iluminado con farolillos. En ese instante, solo fui consciente del calor de su mano y la leve presión  que ejercía a través de la manga de mi abrigo.

— Estás increíblemente guapa esta noche, ¿lo sabías?

— Gracias. – me tembló la voz y el corazón se me desbocó. No tuve valor para mirarla cuando me dijo aquello y continué con la mirada en el suelo para asegurarme de no tropezar con algo.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora