Dieciséis

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— Es por Laura, ¿verdad? ¿Se pelearon? – preguntó mi madre mientras aparcaba en la clínica.

Me encontraba fatal, peor que nunca. No había pegado ojo en toda la noche pensando en la posibilidad de coincidir con Daniela aquella mañana en la que iban a retirarme el yeso de la pierna izquierda. Me tranquilizaba pensar que ella no tendría ganas de verme y que haría todo lo posible por evitarme. Me había fijado en todos los coches estacionados, cuando buscábamos un sitio dónde aparcar y no había visto el suyo. Ya eran las ocho y veinte, así que probablemente hubiera tomado el día libre, sabiendo que aquel lunes yo tenía cita con el doctor Ruíz.

— No, mamá. – suspiré.

— ¿Estabas saliendo con ella y lo han dejado?

— Mamá, por favor. – apenas podía respirar. Sentí un nudo en el estómago que me estaba provocando náuseas.

— No entiendo por qué no quieres hablar conmigo.

— Eres mi madre no mi amiga. – espeté de mal humor saliendo del coche.

— Y no pretendo serlo, pero sé un poco de mal de amores.

— ¿Y qué vas a decirme? ¿Qué aún soy muy joven? ¿Qué se me pasará? – elevé el tono de voz y noté algunas personas me miraban.

— Se te pasará, créeme. Y un día te acordarás de esto y te reirás.

— Mañana vuelvo a clases, si eso es lo que te preocupa. – dije cruzando la puerta automática de entrada a la clínica y sentí que se me aceleraba el corazón.

— No me preocupa que no vayas a clase. Sé que tienes capacidad suficiente para recuperarlo, y si no es así no pasa nada.

— Efectivamente, porque si soy muy joven para una cosa, lo soy para todo.

— ¿Quieres dejar la carrera?
 
— No he dicho eso. – respondí entrando en el ascensor. Me quedé impactada con mi propio reflejo en el espejo. Tenía la cara tan demacrada que parecía que acabara de salir de la cárcel.

— Tampoco pasaría nada, podrías tomarte un tiempo. ¿Te gustaría irte al extranjero unos meses?

— Lo que me gustaría es que dejáramos el tema.

Caminé detrás de ella por el largo pasillo. Levanté la vista por encima de su cabeza para asegurarme de que Daniela no estuviera al fondo, hacia dónde nos dirigíamos. Tuve que mirar detenidamente porque había demasiada gente en el pasillo aquella mañana. Pero ella no estaba. Hallamos un par de asientos libres frente al consultorio de Ruíz. Tenía la puerta cerrada y leí la reluciente placa con su nombre. Me pregunté cuánta de esa gente, que esperaba allí, tendría cita con él. mi madre detuvo el nervioso movimiento de mi pierna. Bajé la vista a su mano, agradecí el reconfortante calor que me daba y la cubrí con la mía. Me miró con cierto aire de sorpresa cuando lo hice. Me sobresalté cuando la puerta de Ruíz se abrió frente a nosotras.

— Señora Guzmán. – estrechó afectuosamente la mano de mi madre – María José, ¿cómo estás?

— Bien gracias. – estreché también la mano que me ofrecía.

Desvié la vista hacia la puerta abierta detrás de él, cuando sus ojos me observaron más de cerca.

— Bueno, voy a… ¡Ah, por ahí viene! – exclamó mirando detrás de mí en esta ocasión.

Giré la cabeza y me dio un vuelco el corazón cuando mis ojos chocaron con los de Daniela que me miraba al fondo del pasillo. Hacía diez días que no la veía y su visión me encogió el alma. Sonrió, sentía los latidos del corazón en mis oídos, ensordeciendo todo lo que me rodeaba. Cuando se abrió paso entre la gente reconocí la chaqueta de piel color camel. El taconeo de su andar me hizo mirar al suelo.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora