Seis

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Me desperté muy pronto aquella mañana. El cielo seguía tan oscuro como lo estaba cuando Daniela salió de la habitación la noche anterior. Ni siquiera se apreciaba un atisbo de luz que me diera un indicio de que el amanecer estaba a punto de llegar. No sabía que hora era, lo único que sabía era que moría de ganas porque dieran las ocho en el reloj para poder verla cruzar aquella puerta. Ese anhelo fue lo que me mantuvo en vilo sin permitirme que volviera a coger el sueño. Miré a la derecha en busca de mi madre y comprobé que seguía durmiendo. No podía quitarme a Daniela de la cabeza. El recuerdo de su rostro, su sonrisa y sus manos, no dejaban de latir en mi mente. Giré levemente la cabeza para poder tener una mejor perspectiva de la puerta y allí me quedé expectante, hasta que la luz del día fue iluminando la habitación, haciendo que mi madre despertara. Cuando Daniela entró en la habitación lo hizo acompañada de Lucía. Iba vestida completamente de blanco. Nuestras miradas se cruzaron y me guiñó un ojo a modo de saludo antes de que ambas se detuvieran frente a mi madre. La observé mientras conversaban. Afortunadamente Daniela había quedado frente a mí, lo que me permitía admirarla sin ningún tipo de disimulo. Sus labios no tardaron en sonreír brevemente cuando se percató de mi insistente mirada.

— Daniela, ¿puedes venir un momento, por favor? – interrumpí impaciente por tener su compañía
Las tres me miraron a la vez, pero solo ella se encaminó hacia mí.

— Hola. ¿Cómo te encuentras hoy?

Moví la mano enyesada para poder acariciar la suya, que acababa de apoyar sobre el colchón. Clavé mis ojos en los suyos cuando acaricié el dorso de su mano. Nadie podía vernos. Ella había quedado de espaldas a mi madre y Lucía, que continuaban charlando en la entrada de la habitación.

— Tenía muchas ganas de verte. – susurré dejando mi mano sobre la suya, pero esta vez sin acariciarla.

Advertí que su mirada se solidificaba y retiré mi mano por respuesta.

— Hoy te voy a quitar la sonda. – habló otra vez.

Mi madre nos comunicó que bajaba a la cafetería a desayunar cuando Lucía se situó a los pies de la cama.

— Ahora mismo vuelvo. – anunció Daniela desapareciendo también junto a Lucía tras la puerta.

Pensé que a su vuelta vendría acompañada de otra de las enfermeras que habitualmente le ayudaba en aquella tarea, sin embargo, en esta ocasión apareció ella sola con el carrito. La observé mientras me desabrochaba la chaqueta del pijama. En aquel momento, la cercanía de su cuerpo y sus manos deslizándose por el suave tejido a punto de descubrir mi anatomía me excitaron. Un escalofrío me recorrió de norte a sur y sentí el cálido tacto del pijama sobre mis pezones. Me miró cuando me mordí el labio inferior al tratar de aplacar mis estimulados sentidos.

— ¿Te duele?

— No. – respondí con la voz ronca por la excitación.

Cuando me abrió la chaqueta y fui consciente de la desnudez de mi cuerpo ante su presencia, la extraña y a la vez excitante situación se transformó en una placentera humedad entre mis piernas.

— Esto va mejor. – la oí decir.

Forcé el cuello para poder mirarme y vi mi cuerpo desnudo. No me fijé en el hematoma sino en mi pecho coronado por unos pezones insistentemente erectos. El día anterior no había sido capaz de reconocerme, sin embargo, en ese instante era lo único que era capaz de distinguir.

— ¿Hoy no vienes con nadie para que te ayude? – no era que me importara estar a solas con ella, más bien era todo lo contrario, pero reconocía que la presencia de otra enfermera cuando tenía que lavarme, hacía que estuviera más relajada y mi cuerpo, desde luego, no reaccionaba del modo en que lo estaba haciendo.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora