Diecisiete

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Aún seguí dándole vueltas a lo que me había dicho en el restaurante mientras cambiaba mi ropa por un pijama que me había prestado para que durmiera más cómoda.

— ¡Ves como si te queda! – exclamó cuando abrió la puerta del cuarto de baño de su habitación.

Levanté la vista despacio, recorriendo su cuerpo frente a mí, hasta alcanzar sus ojos. encontré un atisbo de sorpresa en su mirada y supe que se debía al deseo que manifestaba la mía. Caminó hacia mí descalza, todavía llevaba puesta la camisa, pero se había cambiado los vaqueros por unos pantalones de algodón color burdeo.

— Tienes que dormir un poco, el aspecto de tus ojeras empieza a preocuparme. – me dijo al pasar a mí lado, rozándome ligeramente el rostro.

La rodeé por la cintura impidiendo que se alejara y la atraje hacia mí.

— Es a ti a la única que quiero. – murmuré abrazándola.

— Y yo a ti, mi amor, ¿aún no lo sabes? – susurró y sus brazos me rodearon.

Su respiración se agitó cuando me deslicé bajo el ligero tejido de su camisa. No tardé en apreciar como se moteaba la suave piel bajo el recorrido de mis yemas. El tacto de su mano al alcanzar mi rostro hizo que detuviera mis caricias. Supe que estaba a punto de decirme que parara, sin embargo, no lo hizo. La miré insegura cuando su rostro quedó frente al mío, a escasos centímetros. Bajó la vista lentamente y antes de darme cuenta, sentí el calor de sus labios besando los míos. Me ardió la piel cuando mi labio superior quedó dulcemente atrapado entre la calidez de los suyos, durante unos intensos segundos que me desbocaron el corazón.

Se separó de mí y la miré con la vista nublada por el deseo. vacilé antes de deshacer el corto espacio que había vuelto a quedar entre las dos, fundiendo mis labios con los suyos en mayor intensidad.

— ¿Estás segura, María José? – preguntó suavemente al arrastrarla en mi abrazo hasta la cama.
 
— Nunca he estado más segura de algo en mí vida. – le confirmé.

La miré de nuevo, no sin cierto temor a que me rechazara, pero merecía la pena intentarlo. Respondió a mi suave beso con la misma suavidad que le ofrecí yo, después se intensificó lentamente, tornándose deliciosamente sensual. Reanudé mis caricias sobre su espalda desnuda y la sostuve contra mí, cuando apoyé la cabeza sobre la almohada. No quería, por nada del mundo, renunciar a su calor y que dejara de besarme de aquel modo. Ahogué un gemido cuando sus labios se fueron abriendo camino entre los míos. Di la bienvenida a aquel beso ardiente y profundo, a aquella lengua húmeda y caliente que me acariciaba con una exquisita habilidad. Gemimos al mismo tiempo cuando atrapó mi lengua y la disfrutó despacio. Su jadeante aliento empapó mi sexo y mis caderas saltaron en busca de un contacto más directo con su anatomía. Me moví debajo, entrelazando las piernas, y jadeé cuando acogí el peso de su cuerpo.

Tenía la mirada teñida de deseo. alcé la mano y pasé unos dedos temblorosos por sus labios, lubricados por mis propios besos. La acerqué a mí para besarla.
Resurgió mi estado de excitación cuando mi lengua se fundió con la suya de nuevo. Me perdí en el recibimiento que me dio su boca y apreté mi sexo involuntariamente contra su muslo. Volví a acariciar su tersa espalda, tratando de recuperar el control y olvidarme de la necesidad que latía entre mis piernas.

Deslicé la mano bajo la tira del sujetador en esta ocasión. Me molestaba todo lo que se interponía en el contacto directo con su piel. Estuve a punto de desabrochárselo, pero me faltó valor. Me dirigí entonces a su ascendiendo por su costado. Tenía la piel de gallina y los músculos de su estómago se tensaron cuando lo acaricié. Atrapé su lengua entre mis labios y al instante escuché su respiración tornarse más sollozante, advirtiendo la tenue presión de sus caderas contra mi pierna.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora