Quince

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Deshice mis planes habituales con Laura y Juancho tan pronto como supe que Daniela no se encontraba bien y no iría al Havet aquella noche de sábado. Como no quise que sospecharan cuando llegaran ahí y vieran que tampoco ella aparecía, les dije que Juan Carlos nos llevaba a cenar a mi madre y a mí muy cerca del local, asegurando así la credibilidad de mi pequeña mentira para que no relacionaran mi ausencia a la de Daniela. Incluso les insinué que tuvieran cuidado con lo que hacían por si coincidíamos.

Ni siquiera estaba segura de que Daniela estuviera enferma de verdad o tan solo me había enviado aquel mensaje para que yo saliera por mi cuenta. Fuera lo que fuera, no importaba, no me apetecía estar en el Havet, ni en ningún otro lugar, si ella no estaba conmigo.

Me sentí mal cuando me abrió la puerta de su casa envuelta en un grueso albornoz y con la mirada vidriosa, aunque la sonrisa que me dedicaba mejorara su aspecto.

— No, no quiero contagiarte. – susurró cuando me acerqué para darle un beso.

No le hice caso y la besé igualmente, abrazándola cariñosamente.

— Tienes fiebre. – dije al notar el excesivo calor que desprendía la piel de su mejilla bajo mis labios. Asintió bajo mi atenta mirada, que recorría la palidez de su rostro – Te he sacado de la cama. Lo siento.

— No importa, pero no deberías estar aquí. ¿Por qué no estás divirtiéndote?

Me molestó lo que me dijo, pero me callé y tomé su mano para llevarla de vuelta a la cama. No encendí la luz cuando vi que la televisión iluminaba la habitación como para no tropezar con algo. Me gustó el modo en el que me miró cuando tiré del cinturón de su albornoz y lo deslicé por sus hombros para quitárselo. Abrí más la cama e hice que se metiera dentro.

— ¿Cuánto tienes? – pregunté reparando en el termómetro sobre su mesilla.

— Treinta y ocho. Estoy tomando un antigripal.

— ¿Has cenado algo?
 
— No tengo hambre.

— Al menos tienes que beber líquidos. ¿Qué te apetece? ¿Un jugo de naranja?

Vi que se le iluminaban los ojos.

— Pero puedo preparármelo yo.

— No, tú te quedas en la cama. Déjame que cuide de ti por una vez.

— Es sábado, tendrías que estar con tus amigos pasándotelo bien.

— Tranquila, te preparo el jugo y me largo. – dije cortante ante su segunda invitación a que me fuera de allí.

Advertí que me observaba cuando me giré desapareciendo de su habitación. Hallé la nevera llena de existencias. Al ver la cantidad de verduras que tenía, me pregunté si podría hacer una sopa. A fin de cuentas, era lo que siempre me preparaba mi madre cuando estaba enferma. Usé el móvil para consultar la receta en internet. Me decidí por la que se parecía más a la que me preparaban a mí en ocasiones como aquella.

— Muchas gracias. – me dijo cuando aparecí frente a ella con un vaso recién exprimido de naranjas.

— De nada.

— ¿Has quedado en el Havet?

— No, no he quedado. – respondí aproximándome a la ventana.

— ¿Puedo preguntar entonces a dónde vas?

— A casa.

— ¿No te apetece salir?

— No.

— Sé de una a le que le va a dar algo cuando vea que no apareces. – sabía que se estaba refiriendo a Alexa, pero no dije nada – Está loca por ti. – habló otra vez.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora