Once

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No me llevó mucho tiempo convencer a Daniela para que me dejara ir con ella a BouAzzer, el sábado por la noche, cuando supe que Lucía y su grupo tocarían allí. Lucía la había llamado por teléfono el jueves por la mañana y Daniela la había atendido desde su camastro, próximo al mío. Volvía a ser un día inusual para ser invierno y Daniela quería disfrutarlo al aire libre.

Le dije que podíamos ir a la playa si le apetecía, pero dijo que no. En su lugar dispuso los camastros en mitad del jardín aprovechando la sombra que nos ofrecía una palmera, cogió mi libro de texto y comenzó a leer un nuevo temario en vo alta. Llevaba toda la mañana estudiando conmigo, repasando temas ya dados y explicándome dudas que surgían en los nuevos por no haber asistido a clases.

— ¿No estás cansada? – pregunté aprovechando una pausa.

— ¿Lo estás tú? – me miró con sus gafas de lectura. Volví a sus piernas cruzadas, al hipnotizador balanceo de su pie descalzo mientras la escuchaba — ¿Quieres dormir un poco?

— Contigo.

— De acuerdo, duerme un rato y luego seguimos.

— Contigo. – repetí con la vista posada en su pie y el dibujo de su puente.

Su silencio hizo que mis ojos ascendieran por su cuerpo tumbado hasta encontrarme con los suyos.

— ¿Eso es un no?

— Eso es que tú te duermes un rato, yo me callo y te dejo dormir.

— O sea, un no. – confirmé. Sus labios estuvieron a punto de sonreír, pero logró controlarlos. Recorrí de vuelta el camino por su cuerpo hasta el pie, que continuaba con aquel balanceo. – Sigamos entonces.

— Me parece bien que quieras descansar, llevamos todo el día.

— Te vas a quedar sin voz. – apunté antes de recostarme de lado,  dándole  la espalda y cerré los ojos. – Daniela… gracias por estudiar conmigo.
Echaba de menos su proximidad, que me abrazara como el día anterior, pero era obvio que ella a mí no. No obstante, se había dedicado todo el día a estudiar conmigo. Supe que se alejaba cuando escuché sus pisadas sobre el césped. Después, sus pasos se perdieron dentro de la casa y dejé de oírla.

— ¿Estás dormida? – preguntó cosquilleándome la cabeza.

Entreabrí los ojos y la vi a mi lado. Era la primera vez que Daniela me tocaba desde que llegáramos a su casa por la mañana.

— Anda, ven, mejor acuéstate en la cama.

— Aquí estoy bien, gracias. – volví a cerrar los ojos.

— Aquí no puedes quedarte, te vas a enfriar. – susurró retirándome el pelo de la cara.

— Sí puedo.

— ¿No querías dormir conmigo?

— Sí. – abrí los ojos de golpe – Pero tú no querías, ¿no te acuerdas?

— He cambiado de opinión.

— No te creo. – comenté escéptica, poniéndome en pie.

Caminé agarrada de su mano mientras me dirigía por toda la casa. Entramos a su habitación. Había abierto la cama y varias almohadas esperaban acogedoramente contra la cabecera.

— ¿Tanto se me nota? – pregunté adormilada cuando me senté en el extremo de la cama al que me había llevado.

— ¿Qué?

— Lo loca que estoy por ti. – un velo de rubor cubrió su rostro, incluida la mirada. Me fundí unos segundos en aquellos ojos que me miraban penetrantemente – Supongo que tanto como a ti todo lo que pasas de mí. – me respondí a mí misma, dejándome caer de espaldas sobre la cama.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora