Siete

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Desperté melancólica a pesar de ser el último día del año. No había conseguido dormir profundamente, me había estado despertado continuamente a lo largo de la noche. Mi cabeza no dejaba de recordar momentos vividos con Daniela, detalles triviales y otros que no lo eran tanto perduraban en mi cabeza, especialmente el instante en que la había visto a través del espejo del baño contemplando mi cuerpo desnudo cuando me deshice del pijama. No podía quitarme aquella mirada de la cabeza. Había sido fugaz, pero maravillosamente intensa al mismo tiempo. Su breve y penetrante mirada me había abrasado la piel dejándome el corazón en llamas. No conseguía describir con palabras la expresión de su rostro y sus ojos mientras me observaban. Sin embargo, si que me atrevía a asegurar que le gustaba lo que estaba viendo. Y a mí me gusto que le gustara.

Me gustó en exceso el deseo que contenía aquella mirada posada sobre mi piel desnuda. Me había despedido de Daniela a las ocho de la noche del día anterior y no volvería a verla hasta las ocho de esa noche. Era la primera vez que tenía que esperar un día completo para poder estar cerca de ella. Por otro lado me hacía especial ilusión que le hubiera cambiado el turno a Lucía aquella noche. Iba a pasar la noche vieja con Daniela. Cambiar de año al lado de la persona que más me importaba, era una de las situaciones más ansiadas que había vivido hasta el momento. cuando dieron las ocho en el reloj, apareció Lucía con su melena oscura y su habitual simpatía. Le devolví la sonrisa. Sin embargo, nunca fui tan consciente de lo que podría llegar a echar de menos a Daniela hasta aquel preciso instante, aquel en el que otra persona ocupaba su lugar, el hecho de encontrar a Lucía en el horario al que me tenía acostumbrada Daniela no ayudó en absoluto. El día anterior mi madre le había pedido permiso para traer una cena especial para aquella noche, de hecho, la había invitado a que se uniera a nosotros, aunque ella denegara amablemente la invitación alegando que cenaría con el resto de sus compañeros.

Aquella mañana fue Lucía quien me ayudó a ducharme, aunque había logrado evitar la cuña, no había conseguido una total privacidad en el baño. Aun así, empezaba a acostumbrarme a la desnudez de mi cuerpo frente a los demás. Ya casi no le daba importancia, a veces pensaba que pasaba más tiempo descubierta que cubierta.

Sentada en la cama devoro los periódicos que Daniela me había estado trayendo junto con alguna revista  que  mi  madre  tenía  por  allí,  leía  demasiado rápido para lo lento que pasaba el tiempo en aquel día sin ella. Cuando Daniela estaba allí el tiempo pasaba volando, nunca estaba preparada para dejarla marchar. A primera hora de la tarde recibí una visita sorpresa de Laura y Juancho, apenas pudimos hablar de nuestras cosas porque mi madre y Juan Carlos se quedaron en la habitación. Hablamos entre gestos y frases impersonales, y antes e que se fueran quise darles las gracias por haberse encargado de las rosas.

— Les debo dinero. – confirmé.

Vi que Laura señalaba a Juancho.

— Sí, bastante, por cierto. – se rio este.

Miré la hora cuando se marcharon y descubrí que aún faltaban un par de horas para que Daniela cruzara aquella puerta. Traté de darle un respiro a mi cabeza y decidí poner atención a lo que mi madre y Juan Carlos veían en la televisión. Era el típico programa cómico de noche vieja. Ni las risas conseguían apartar a Daniela de mi mente y del tiempo que aún faltaba para verla. Se me aceleró el pulso cuando al fin escuché su característico repiqueteo en la puerta y apareció radiante frente a nosotros. No tenía ni idea de lo que había deseado, durante todo el día, aquel inconfundible modo de llamar.

— Buenas tardes. – saludó.

— Hola Daniela. – exclamaron mi madre y Juan Carlos.

— Hola. – sonreí en respuesta al cariñoso guiño de ojo que me brindó de camino hacia la cama.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora