Diecinueve

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La luz del día hizo que me despertara. Cuando abrí los ojos encontré el bello rostro de Daniela junto al mío y el corazón, como siempre que la veía, me dio un vuelco. Me sentía más feliz que nunca. Era la primera vez que pasaba la noche entera con ella. Aún dormía profundamente, me dediqué a admirarla en la proximidad, sabiendo que nadie, ni siquiera ella, interrumpiría aquel momento durante un largo rato. Parecía una niña, casi tanto como yo.

Su cuerpo parecía más pequeño de lo que en realidad era. Respiraba con regularidad y su peso sobre el mío me hacía pensar que aún se hallaba lejos de despertar. Una de sus manos reposaba en el comienzo de mi pecho, dándome calor, y una de sus piernas descansaba entre las mías. Me hubiera quedado así el resto de mi vida. Deseé tocarla, pero permanecí quieta, admirando sus facciones. Enseguida reparé en que cuanto más la miraba más la deseaba. Quería besarla y acariciarla. Mi respiración se agitó demasiado rápido, lo mejor era que me levantara y la dejara dormir, para que cuando despertara podría llevarle el desayuno a la cama. Me moví despacio para que no me sintiera.

— No. – murmuró abrazándose a mí por detrás – No te vayas.

— ¿Te he despertado?

— Ya dormiré cuando no esté contigo. – susurró a mí oído. Sonreí al reconocer mis propias palabras de la noche anterior – Es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca. – volvió a susurrarme. Tiró del cuello de mi camisa y sus labios besaron mi piel hasta la nuca. Su boca descendió hasta el final de mi espalda. Cuando la alcanzó, levantó la camisa dejándomela descubierta – No sabes cuánto me gusta despertarme a tu lado. – dijo moteándome la piel con su aliento.

Volví a sentir sus labios recorriendo mi espalda lentamente, pero esta vez sin el fino tejido de por medio. Bajó la mano hasta la parte de atrás de mis muslos, deslizando los dedos entre ellos. No pude pensar en otra cosa que, en aquel movimiento entre mis piernas, que a cada caricia iba acercándose peligrosamente a mi sexo. Sus labios se dirigieron a mi cintura y su brazo me rodeó las piernas, acariciándome ahora los muslos por delante.

— Tienes un cuerpo precioso. – jadeo descansando su rostro en la curva de mi cintura.
 
Permanecí quieta, con la respiración desbocada, esperando su siguiente movimiento. Quería que me tocara, pero no iba a pedírselo esta vez. El ridículo que había hecho la noche anterior me había bastado para el resto de mi vida. No iba a ser yo quien le volviera a poner alguna parte de mi anatomía más íntima directamente en sus manos para que me tocara de una vez por todas.

Me acarició la cintura con la mejilla y su boca volvió a humedecerme la piel a besos. Sus labios regresaron al final de mi espalda, tirando del pantalón y descubriendo ligeramente el comienzo de mis glúteos. Posó un jadeante aliento sobre ellos y el cuerpo me ardió en llamas. Ahogué un gemido cuando la excitación de su boca recorrió aquella pequeña zona de piel al descubierto. Sus manos me guiaron para que me diera la vuelta. Volvía quedar de lado, pero en esta ocasión mirando hacia ella. Temblé bajo su aliento cuando cubrió la piel de mi estómago al tiempo que si mano ascendía. Apenas sentí su roce en la curva donde se perfilaba el pecho, antes de que se retirara a mi costado. Me subió aún más la camisa del pijama, cuando sus labios ascendieron hasta dónde lo habían hecho sus dedos hacia un instante. Pensé por un momento que al fin iba a abandonar aquel pudoroso comportamiento conmigo, pero una vez más me equivoqué.

Volvió a descender por mí estómago una vez que hobo alcanzado el límite de piel que ella misma se había marcado. No protesté, aunque no estuviera de acuerdo con ella, tampoco permití que mi cuerpo mostrara deseo por que continuara. Dejé que se deslizara por mi piel a su gusto, incluso cuando aquellos dedos me bajaron el pantalón, descubriéndome las caderas para cubrirlas con la humedad de sus besos. Podía escuchar sus jadeos, que se juntaban con los míos, y que sonaron más fuertes cuando bajó un poco más mi pantalón, hasta el comienzo de mi pubis, incendiando mi cuerpo. Se detuvo, como siempre, y yo permanecí sin aliento esperando a que se decidiera. Sentí el calor de su boca, ahora inmóvil, contra mi piel y yo misma decidí separarme tumbándome boca arriba. Noté el suspiró que dejó escapar y cogí su barbilla levantándole la cara.

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora