— Puedes tocarlo. – me dijo desde el sofá cuando volví a mirar el Steinway al pasar por su lado, pero ignoré su ofrecimiento.
Desde que terminamos de desayunar, Daniela se había instalado en el sofá con mi libro y no dejaba de asegurarse de que me sabia la lección. Llevaba demasiado tiempo contestando a su improvisado examen y su belleza me estaba volviendo tan loca que me levanté para pasear por el salón tratando de ahuyentar mi deseo de besarla.
— De hecho, me gustaría que lo tocaras. – sonrió con amabilidad, retiré mis ojos de los suyos tímidamente – Me encantaría oírte. – insistió.
— No sé tocar el piano. – murmuré. – Además, es demasiado bueno para que cualquiera lo toque.
— Cariño, si con diecisiete años reconoces un Steinway es porque sabes tocarlo. – sonreí avergonzada. – Y tienes razón, por eso te pido a ti que lo toques. – sonrió desde el sofá, sus ojos me estudiaron intensamente. – Eres la primera persona a la que le dejo tocarlo. – asentí agradecida pero enseguida rehuí su mirada. — ¿No quieres?
— Tú primero. – me tembló la voz. – Me dijiste que tu madre te enseñó algunas cosas.
— Pero eso fue hace mil años, era una niña, ya no me acuerdo.
— En ocasiones te comportas como si aún lo fueras. – apunté. – Mira que inventarte lo de Emma para averiguar hasta dónde habían llegado mis experiencias sexuales.
— A eso se le llama tacto.
— ¿Ahora se llama así? si yo lo hubiera hecho…
— Tú ya lo has hecho. – contestó con cierta arrogancia. – El otro día, por no mencionar el mismo día que nos conocimos. – sus ojos me miraron triunfantes.
— Yo sólo te pregunté si había alguien en tú vida.
— Y yo solo te pregunte si había habido alguien en la tuya. – repuso con rapidez. – Pero respondiste que nunca te habías acostado con alguien.— Bien, tú ganas. – suspiré resignada, sujetó mi muleta impidiendo que me alejara y me guiñó un ojo con aquella sonrisa que cada día me enamoraba más.
Desistí en mi intento de que tocara algo y ella no volvió a insistirme. Me llevó a la habitación dónde guardaba su colección de minerales cuando pregunté por el cobalto calcita que le había regalado su madre. Me quedé boquiabierta cuando descubrí la estancia llena de expositores, parecía un museo, era espectacular. No sé cuantos minerales se encontraban ahí, había de todos los tamaños, formas y colores posibles. Pasé por las rodonitas y rubelitas hasta que di con las cobalto calcitas. Las miré detenidamente, continué buscando la pieza en forma de montaña de la que me había hablado.
Se rio cuando señalé una que brillaba bajo los rayos de l sol que entraban por la ventana.
— Es preciosa, casi tanto como tú. – murmuré sin mirarla.
— Tú si que eres preciosa. – respondió a mi lado en voz baja.
Enrojecí levemente y mi corazón se me aceleró otra vez. Nuestros brazos estaban tan cerca que casi se rozaban. No la miré y ella a mí tampoco. Permanecimos quietas y en silencio contemplando la pieza. Me negué a tomarla cuando deslizó el cajón dándome acceso a ella. Daniela la cogió por mí depositándola en mi palma.
Pesaba, el pulso me temblaba ligeramente. La admiré más de cerca, girándola para verla desde todos los ángulos. Me dejó en la habitación rodeada de aquellas curiosas piezas, cuando se fue a preparar la comida. Aproveché para estudiar su impresionante colección con más calma, aunque la echaba de menos.
Me senté en el extremo del sofá con el libro sobre las piernas y me empezó a entrar sueño, había comido mucho y eso no ayudaba. La oía moverse por la casa y me preguntaba cuando dejaría de hacer cosas para sentarse conmigo. Tardó un largo rato en aparecer, cuando al fin lo hizo traía consigo un libro. La miré de reojo sentarse en el extremo opuesto del sofá que había ocupado yo.
Me molestó la distancia que dejó entre ambas. Quería tocarla o al menos sentirla más cerca de mí. Miré su mano cuando la dejó reposada entre las dos. Me encantaban sus manos, no podía dejar de contemplarlas. Giré la cabeza para saber si se estaba dando cuenta de la insistencia de mi mirada y la encontré absorta en el libro. Regresé a su mano durante un tiempo, cuánto más la miraba más deseaba tocarla.
Estiré mi mano acercándola a la suya y le rocé suavemente el dorso, bajando por sus dedos. Me sobresalté cuando la giró y me atrapó el dedo con el que la acariciaba. Reí cuando su mano se cerró con fuerza aprisionándolo, la miré, pero ella no reía, sino que continuaba con su lectura. Noté que su mano se relajaba alrededor de mi dedo y me quedé quieta, sin evitar la sonrisa, esperando el momento oportuno para sacarlo. Sus labios esbozaron una mueca que inmediatamente logró reprimir.— Te estás riendo. – dije.
Trató de mantenerse indiferente, pero cada vez le costaba más. Intenté escapar varias veces, pero no había forma de que me dejara. De pronto, su mano se abrió liberándome.
— ¡Noo! – protesté. – Tómalo otra vez. – le rogué
No quería que dejara aquel juego y mucho menos perder su contacto. Moví mi dedo sobre su mano para que lo atrapara otra vez, pero esta vez permaneció impasible a mi provocación. Le rasqué la palma de la mano, sin embargo, siguió ignorándome.— ¿Por qué no querías que te lo soltara?
— Lo que quiero es que me hagas caso. – respondí inclinándome sobre ella, hasta que apoyé la cabeza sobre sus piernas.
— ¿No te hago caso? – sonrió abandonando su lectura para mirarme.
— No el suficiente. – negué con la cabeza.
Cerró el libro y lo dejó a un lado. Sus dedos se colocaron entre mi pelo cosquilleándome la cabeza.
— Claro que te lo hago.
Sus caricias me pusieron la piel de gallina. Su mano se movió descansándola sobre mi frente. Mi mente viajó a la primera vez que sentí esa misma mano sobre mí para preguntarme cómo me llamaba. Su voz y su calor hicieron que me enamorara de ella a pesar de que no podía verla. Jamás había sentido algo parecido y todo el tiempo que compartimos juntas hizo que afianzara mis sentimientos, haciendo que ya no pudiera vivir sin ella.
Su mirada se posó sobre mi ceja cuando la acarició con el pulgar.
— Tenías razón. No me ha quedado cicatriz, gracias. – dije dándole un beso en el abdomen.
— De nada, preciosa. – su caricia se movió hasta mi sien.Reclinó la cabeza hacia atrás acomodándose en el sofá. Desde esa posición no le veía la cara. Mis ojos se dirigieron a su barbilla y bajé por la piel de su cuello hasta que la ropa me impidió seguir recorriéndola. Sus caricias habían vuelto a mi pelo, pero cada vez eran más espaciadas. Reparé en que ahora respiraba de una forma más pausada y profunda, parecía que se estaba quedando dormida.
Me incorporé despacio y le quité suavemente las gafas, abrió los ojos cuando lo hice. Los dejé en la mesita con cuidado, al girarme hacia ella me topé con su mirada adormilada.
— Ven, recuéstate. – le dije.
Se movió lentamente sobre el sofá estirando su cuerpo por delante del mío y dejándome sin salida contra el respaldo. Estaba dispuesta a levantarme para que tuviera espacio y pudiera descansar, pero no me dejó otra opción que permanecer allí. Me tumbé detrás de ella, quedando muy cerca pero no lo suficiente, porque ni siquiera la rozaba. Aproveché para contemplarla mientras yacía ajena a mi mirada. Pasado un rato, giró la cabeza hacia mí y sus ojos se encontraron con los míos.
— ¿Y ahora quién es la que no le hace caso a quién? – murmuró volviéndose otra vez, arrastrando mi mano enyesada para que la rodeara.
— No es verdad, siempre te hago caso. – repuse con rapidez acercándome más a ella. – Es lo único que quiero hacer, pero nunca sé si tú quieres o no. – confesé dándole un beso en la cabeza.
Volvió a sonreír, empujando su cuerpo hacia atrás pegándolo con el mío. Mis caderas temblaron involuntariamente al sentir el calor de sus glúteos presionando contra mi pubis. Creo que en ese momento se percató de no haber calculado bien su trayectoria, ya que sólo pretendía aprisionar mi cuerpo contra el sofá. Pensé que no tardaría en separarse y me encantó cuando no lo hizo.
Permanecí inmóvil, abrazándola, tratando de no pensar en el placer que me daban sus glúteos presionando mi sexo, aunque no lo consiguiera.
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Amor Clandestino
FanfictionMaría José es una chica aparentemente normal, sin embargo a sus 17 años ya se encuentra estudiando la carrera de medicina. Sin sospecharlo su vida está por cambiar cuando un no tan desafortunado accidente la lleva a convertirse en la paciente de la...